Luis Farías Mackey
El juego sucesorio en el priísmo hegemónico era la parte más delicada del presidencialismo mexicano. Claro que estaba la gobernanza y la gobernabilidad de por medio: la economía, el campo, el sindicalismo, la clerigalla, la imagen internacional, el Ejército. Pero lo importante, después de los debuts mortuorios de Madero y Carranza, era el sucesor.
La tarea verdaderamente política era construir, no una, sino varias candidaturas fuertes: mientras más candidatos tuviera un presidente, más fuerte era.
Carranza murió por no tener un candidato capaz de enfrentar al grupo Sonora; otros —Serrano, Gómez, Escobar, Cedillo— mueren por no estar en el encarte presidencial. Obregón es asesinado por la falta de un candidato que no fuera él. Calles es enviado en pijamas a Los Ángeles para que Cárdenas pueda institucionalizar su propia sucesión y ello pasaba por institucionalizar, primero, su presidencia. Ávila Camacho le limpió fraternalmente —pregúntenle a Maximino— el camino a Alemán; a éste se le hizo bolas el engrudo y metió de emergente a Ruíz Cortines, quien le ahorcó la mula a los caciques y cerró el juego en favor de López Mateos, con quien jamás hubo duda que Díaz Ordaz seguiría gobernando cuando los viajes y las viejas terminaran.
Echeverría hizo pensar a Díaz Ordaz que él lo había elegido y, en su momento, a Moya Palencia que sería el bueno; pero de la chistera sacó a López Portillo a quien le absorbieron el coco los economistas y les entregó el país y su crisis. De la Madrid fue tan hábil que partió en dos al PRI y Bartlett, desde Gobernación, hizo tan mala contrarreforma y operación electoral que el 88 es el 88.
A Salinas le mataron a Colosio; su único candidato y más grande debilidad y error políticos —la ausencia de sustituto—, y Zedillo construyó, de la mano con los gringos, la candidatura de Fox. Éste nunca supo “por qué él” y se le impuso Calderón, por sobre el gran estratega y eficaz político Santiago Creel, por cuyos frutos aún lo seguimos conociendo; y luego hizo pedazos al PAN pagando así sus culpas al despejarle el camino al Peje, de la mano de un PRI deshecho.
Peña fue hechura de Televisa. Un Reagan atlacomulca. Se preocupó por su futuro; no por el de México; jamás forjó candidatos: no sabía cómo, no tenía con quién, todo lo que tocaba se podría. Urgido echó mano del mil usos y Meade jamás supo lo que hacía… ni lo que le hacían. Andrés Manuel, mientras tanto, asustaba con no amarrar al tigre.
López jugó a las corcholatas, no forjó candidatura. Fuera y después de él, la nada.
Y pues casi: Claudia carece de carisma, comunicación y liderazgo ¡Quo natura non dat! Pero tampoco tiene equipo, poder real, ni siquiera partido. Acostada y mojada entre amigos que le hacen más daño que sus enemigos, vive la pesadilla de una Utopía.
Xóchitl es candidata de todos y de nadie. ¡Ni de ella misma! Usada como cascarón de proa por tres capitanes sin puerto de destino, timón, vela, ni viento. Y con una tripulación amotinada en sociedad civil organizada que pelea entre sí los jirones de amarras de candidaturas a lo que sea y como sea, entre estrategas que disertan a la mar como si fueran la última CocaCola en el desierto: ¡Ay Castañeda, cuántas elecciones perdidas os contemplan!
A Xóchitl le sobran xochilmaníacos y le falta equipo, partido, causa, organización, concierto y orden.
Nixon decía que él “no quería ir ensillado, sino ir montado”. Pues bien, a Xóchitl no sólo le faltan partidos y seguidores que la vean y la traten como verdadera líder, sino, también, sed y hambre de liderar, de ensillar y domar a quienes la quieren montar. Cargarlos de tareas, no cargarlos a ellos.
El candidato en México siempre es ungido, pero no basta la unción. Al ingresar a Gobernación Moya me dijo: “Recuerda Luis, el dedo lleva, pero no sostiene”. El ungido debe, además de brillar, imponer efectivamente su casta.
No la casta de castidad de la mujer del César, que debía ser y parecer —y antes de que me acusen de misógino, sépase que es una expresión de Julio César—; sino la casta de ascendencia, de linaje: de “poder poder”. Sí, los candidatos no sólo deben parecer, como Meade, sino principal, efectiva y eficazmente ser. ¡Y mandar!
De los tres ungidos en la simulación de precampañas sin contendientes, sólo Xóchitl tiene la posibilidad de romper el paradigma Meade de candidato en apariencia y en escena, para serlo en realidad y con hechos. ¿Podrá?
PS. — Y no, la casta no es producto de la publicidad ni de redes. Por si había dudas.