CUENTO
Planes para convertirse en madre jamás tuvieron lugar en su cabeza. Su trabajo, sus proyectos a futuro eran todo por lo que ella siempre había vivido. Una mujer ejecutiva de su clase no podía darse el lujo de desperdiciar su vida trayendo al mundo a un niño. Por esto mismo es que ella siempre había tenido el cuidado necesario cada vez que le había tocado sucumbir ante sus deseos de mujer.
Algo así, por supuesto que sí podía permitírselo. Una vez a la semana, al terminar con su rutina de diez horas de trabajo, manejaba de regreso a su casa. Horas después, estando ya en su antro favorito, con la ayuda del alcohol, daba rienda suelta a sus deseos reprimidos.
Toda la noche se la pasaba bailando, perdida en el ritmo de las canciones que a todo volumen iban sonando. Una de estas noches, su pelo largo y negro, sacudiéndose al compás de sus movimientos, había llamado la atención de un hombre que se encontraba sentado en una de las mesas, no muy lejos de la pista de baile…
Un rato después ella bailaba con él. Ya estaba un tanto borracha. Dafne –este era su nombre-, cuando se cansó, decidió ir a sentarse. Su acompañante también hizo lo mismo. Y entre el ruido del ambiente los dos empezaron a platicar, gritándose las palabras para así poder escucharlas bien. “¡¿Qué?! ¡No te escucho!”, decía.
A la mañana siguiente, cuando se despertó, un dolor muy fuerte de cabeza le impidió recordar detalles de la noche anterior. El dolor era punzante. Dafne cerraba los ojos para poder soportarlo. Reclinada ahora contra la cabecera de la cama, pensaba que si se levantaba el dolor enseguida la derribaría. Sentía su cabeza muy pesada. Definitivamente que había tomado más de lo debido…
Cuatro meses después Dafne escuchaba la noticia más terrible de su vida: “Estás embarazada”. Y en ese instante, ella sintió que todo su futuro se le iba por el caño. Su doctor –que la conocía de siempre- al ver su cara, en vez de felicitarla, solamente le dijo: “Lo siento mucho…”
Dafne, que provenía de una familia católica, sabía muy bien que abortar sería algo que ella jamás terminaría por perdonarse. Y con lo fácil que resultaba hacerlo. Solamente bastaban un par de horas para que el problema estuviese completamente resuelto. Después ella podría regresar a su casa, como si nada. Pero el problema era precisamente ése; abortar le resultaba imposible.
“¡Maldita noche!”, vociferó la mujer al llegar junto a su coche. Sentía que su cabeza le empezaba a doler, igual que aquella mañana en la que, después de levantarse, había encontrado sobre su cama una nota que decía: “Gracias por tan magnifica noche. La he pasado de maravilla. Aquí te dejo mi número, por si deseas que nos volvamos a ver…”
Pasaron los días, los meses… y Dafne dio a luz a un niño. Su nueva faceta como madre le resultaba increíble. Sin haberlo imaginado nunca, aquí estaba ahora, alimentando con su pecho a un niño que ella en lo absoluto había deseado. Lejos de su casa, viviendo sola en la ciudad, a veces se sentía muy sola y vulnerable.
Dafne alimentaba a la criatura, nada más porque no le quedaba de otra. Un año entero estuvo dándole pecho al niño. Eso sí; durante todo este tiempo, ella jamás había podido evitar sentir cierta repugnancia al respecto. Su vida profesional, a pesar de su situación actual, parecía seguir sin altibajos. El único problema que realmente le preocupaba a veces era que ya no era tan ambiciosa como antes.
El niño iba creciendo, aparentemente sin ningún problema. Ahora ya tenía cinco años. En un principio su madre había pensado en darlo en adopción. Pero con el pasar del tiempo esta idea la fue desechando, aunque no del todo. Y es que, algunas veces, sobre todo cuando sus llantos y berrinches le colmaban la paciencia, sin poder evitarlo, Dafne enseguida se ponía a imaginar todo tipo de situaciones horrendas.
Dependiendo de su estado emocional era que ella imaginaba las situaciones. Algunas veces, por ejemplo, si se sentía muy molesta, para tratar de apaciguarse, enseguida imaginaba que le daba a su hijo con un bate. Otras veces, cuando se sentía frustrada e impotente, únicamente imaginaba que lo ahogaba. “Solamente deshaciéndome de él podría liberarme de todos estos pensamientos malignos”, reflexionaba, cada vez que se le pasaba su ira…
Los años pasaron y el niño creció. Ahora, con tan sólo catorce años, ya llevaba varias visitas al reformatorio de menores. Dafne, que se la pasaba todo el día trabajando, solamente pensaba que el comportamiento de su hijo era culpa suya. “Es porque no he estado cerca de él para vigilarlo”, meditaba en las noches, sintiéndose fracasada ante su papel de madre.
Dafne siempre reprendía y castigaba a su hijo de manera drástica. Pero el ahora joven, en vez de amedrentarse, solamente la desafiaba, contestándole y retándola a ir más lejos. Ella entonces le contestaba que la próxima vez que lo encerrasen no iría a sacarlo.
-¡A que no te atreves! –la retaba él, siempre que discutían por lo mismo.
Su madre entonces le respondía: “Sólo una vez más. ¡Un acto más vandálico tuyo, y ya! ¡Juro que no iré para sacarte!” Pero el joven, como siempre hacía cuando ella lo reprendía, solamente se burlaba, haciendo muecas sin que ella lo viese. Porque sabía que su madre no era capaz de hacer lo que decía. “Ah, crees que no soy capaz”, lo retó Dafne esa vez, antes de dejarlo solo en la cocina. Era de noche y; madre e hijo habían estado discutiendo por más de media hora…
Dafne caminó hacia su cuarto. Se sentía muy cansada. Había tenido un día muy pesado. La llamada a su oficina por parte de la policía, a eso de las cuatro de la tarde, solamente había logrado sacarla de sus casillas. Estaba más que molesta con la actitud y comportamiento de su único hijo, ese mismo hijo que ella jamás deseó y mucho menos planeó tener. Por lo tanto estaba dispuesta a cumplir lo dicho. Si su hijo volvía a reincidir, ella ya no iría para sacarlo. “Que se quede allí, para ver si así aprende”, se dijo, mientras se desmaquillaba frente al espejo. Dafne estaba segura de que su hijo volvería a reincidir. Todo era cuestión de tiempo.
Pasaron los meses y… Un día, cuando su cumpleaños número 50 estaba a sólo unos días de llegar, Dafne, que desde el último año ya había perdido todo deseo de ascender de puesto en su trabajo, pensaba que ya no había nada para celebrar. Para colmo de males, su desgracia personal había aumentado. Su hijo seguía estando en los mismos pasos de siempre. Pero ahora, aparte de cometer actos vandálicos, él, que ya contaba con diecinueve años, se había empezado a drogar. Su aspecto, pero sobre todo su mirada, lo delataba. Dafne se sentía muy preocupada por él; a pesar de todo. Y no es que de repente lo haya empezado a querer, o algo por el estilo, pero; verlo así, con el rostro demacrado y demás, de verdad que la inquietaba.
Los días pasaron y la fecha llegó. Dafne cumplía ¡cincuenta años! Esa mañana, apenas abrió los ojos, lo primero que ella hizo fue reflexionar sobre este número. “¡Cómo pasa el tiempo!”, pensó, para enseguida suspirar largo y hondo. Su cumpleaños había caído en sábado; su día favorito de cuando tenía quince años.
Un rato después -cuando se levantó y fue a la cocina para prepararse una taza de café-, regresó a su cuarto. Su costumbre por checar su correo personal seguía siendo una de las primeras cosas de su rutina diaria. Dafne llevaba años esperando abrir su correo para así entonces encontrar una carta o un mensaje de su hermana de la que hacía muchos años que no sabía nada. Una discusión muy fuerte entre amabas causó que su hermana se fuese quién sabe adónde. Ella no le había dado chance a Dafne para que ésta le explicase el malentendido. Un mal amigo le había ido con el chisme de que su hermana Dafne estaba enamorada del muchacho que era su novio. “Pleitos de hermanas. Ya regresará”, dijo la mamá de ambas, cuando vio partir a una de sus hijas. Pero Joan –que es como se llamaba la hermana- jamás volvió.
Treinta años son los que habían pasado desde ese día. En el presente, con el auge de las tecnologías y de las redes sociales, Dafne anidaba en su mente la ilusión de que alguno de estos días ella lograría encontrar a su hermana, ¡otra vez! Después de mucho tiempo buscando en todas las redes sociales existentes Dafne ya había encontrado que existían más de cincuenta personas con el mismo nombre y apellido que el de su hermana: Joan Wright. Pero ninguna de estas personas era ella. Dafne, sin embargo, seguía sin perder la esperanza.
Nada. Entre los mensajes de felicitaciones, anuncios y avisos, ella no encontró nada que realmente le levantase los ánimos. A todas las notas de sus conocidos y compañeros de trabajo les habría querido replicar “gracias”, pero sentía que estaba un poco deprimida como para poder hacerlo. “Cincuenta años”, pensó de nuevo. Entonces dirigió su mirada hacia una foto de cuando tenía dieciséis años.
Sosteniendo la foto por la parte de abajo, Dafne se puso a recordar aquellos años de su vida. La imagen mostraba a una muchacha alta y delgada, con una sonrisa hermosa y perfecta. Iba vestida a la moda. Pantalones acampanados y blusa holgada. Su pelo, de color negro y largo, también formaba parte de todo su aspecto setentero. “Hermosos tiempos”, reflexionó. “Tiempos que jamás han de volver…”
Luego de regresar la foto en su lugar, Dafne decidió que ya era hora para cerrar su correo. Ahora parecía sentirse un tanto más deprimida que antes. Ella pensaba, con pesar, que esta vez ya no había nada por lo cual estar contenta. Una hermana perdida, y un hijo que ella jamás deseó… ¿Qué más podía esperar de la vida? Cincuenta años. Hoy cumplía ¡cincuenta años! Al pensar que no tenía y que no había nada ya porqué celebrar, Dafne se dejó hundir sobre su asiento.
El cursor llevaba varios minutos sobre el icono donde decía “cerrar sesión”. Dafne todo este tiempo había estado ausente, tratando de recordar lo más fiel posible todos los momentos que había compartido junto con su hermana… ¿En dónde estaría ella ahora? ¿Y qué es lo que sería de su vida? ¿Tendría acaso hijos y esposo, o solamente hijos? Cuánto deseaba poder saberlo. Ella en cambio, desde esa vez en que un hombre le había inventado la mentira a su hermana, se juró así misma que jamás se casaría. Porque en el fondo, ella sí estaba enamorada del novio de ella. Pero, la amaba tanto que habría sido incapaz de hacerle algún daño. ¡Cómo iba a decírselo! Joan jamás se lo habría perdonado. Después, cuando Dafne se fue a la ciudad, un día, al estar meditando, se dio cuenta de que el amor que ella alguna vez creyó sentir hacia el novio de su hermana no era amor sino que una especie de fijación, algo así como una admiración disfrazada de atracción que en ese entonces le fue imposible entender. Su decepción ante este asunto era tan grande que solamente la hizo sentir como una perfecta idiota.
Lo peor de todo era que esto mismo le había robado a su hermana.
Dafne estaba a punto de dar click para cerrar su correo, cuando entonces vio que un nuevo mensaje le había llegado. Ella ¡no podía creerlo! En el asunto decía: ¡FELIZ CUMAPLEAÑOS, HERMANA! “Ha de ser una broma”, enseguida pensó. Sus manos le empezaron a temblar por la emoción. Dafne sentía que no podía esperar para leer el contenido. Pero, para desgracia suya, al instante de darle click al mensaje, la señal de su internet se cayó. Entonces vociferó un insulto, algo inusual en ella. “¡Maldición!”, repitió, pasándose las manos por su cabeza… “¡¿Precisamente ahora?!” Dafne sintió ganas de aventar su monitor por su ventana.
Cada minuto de espera frente a la computadora le pareció una eternidad. Durante todo este tiempo, un montón de veces había apagado y encendido su módem, con la esperanza única de así ya poder tener señal y finalmente leer el mensaje. Pero el internet seguía sin restablecerse. Su ansiedad crecía conforme veía como los minutos iban aumentando más y más su ya de por sí larguísima espera. Media hora había pasado ya, tiempo suficiente como para que ella se empezase a desesperar de verdad…
Y de repente, entre toda su desesperación, ella recordó que tenía un hijo. Por cierto que; ¿en dónde estaba él ahora? ¿Estaría en su cuarto, durmiendo? Imposible. Dafne sabía que su hijo ya no llegaba dormir. ¿Qué es lo que podía hacer ella al respecto? ¿Acaso no había hecho todo lo posible por educarlo? Sí, sí que lo había intentado. Entonces, ¿por qué se sentía mal al respecto?
Entre un pensamiento y otro Dafne siguió a la espera, atenta como nunca a cualquier indicio que mostrase el tan ansiado regreso de la señal. Su mirada permanecía fija sobre el ícono de las cinco barritas. Pero todas estas seguían estando vacías. Dafne balbuceaba improperios de todo tipo. Creía que con insultar así al internet éste acabaría regresando enseguida. Pero esto simplemente que no sucedía.
Cansada entonces de esperar por casi una hora, Dafne decidió que ya era tiempo de darse por vencida. Ella pensaba que, como siempre sucedía, el internet no regresaría sino después de muchas horas. Por lo tanto, solamente hasta entonces podría conocer el contenido del mensaje. Qué tortura más grande le había surgido. Tener que esperar hasta quién sabe cuándo. Pero no le quedaba de otra. ¿O sí?
“Un momento”, pensó. “A menos que…” La idea era brillante. ¡Cómo es que no se le había ocurrido antes! Demasiado tiempo había perdido ya frente a su computadora. La espera y los nervios habían hecho que sus sienes le empezasen a doler. “Por favor, ¡no ahora!”, rogó Dafne para sí misma. Temía mucho que precisamente este día le diese uno de esos dolores fuertísimos de cabeza…
El lugar quedaba a dos cuadras de su casa. Ella entonces caminó a toda prisa hasta este sitio. Al llegar, apenas entrar, lo primero que preguntó fue que si tenían internet. La encargada, una muchacha de mediana estatura, y con rostro amable, le respondió que sí. Dafne entonces suspiró de alivió. A continuación pidió una de las maquinas…
Sentada ya sobre su silla, sus dedos empezaron a tamborilear sobre la mesa. La máquina se iniciaba, muy lentamente. Dafne miraba girar el círculo, una y otra vez. Ella había pensado que en lugares como este las maquinas eran mucho más rápidas. Pero por lo que sus ojos veían ahora, no era así.
Minutos que le parecieron horas fue lo que tuvo que esperar, tan sólo para poder leer un simple mensaje. Minutos angustiosos que solamente se prolongaban, más y más. Ahora más que nunca, Dafne sentía que se le iba el alma en no poder saber qué era lo que decía aquel mensaje.
“Hermana. ¡Felicidades en tu cumpleaños número CINCUENTA! –leyó Dafne por fin, después de tanto esperar. “Me daría mucho gusto que nos volvamos a ver. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. ¿No es así? Aquí te dejo mi número, por si quieres llamarme. Pd. Si te preguntas quién me dio tu dirección de correo, te lo diré cuando nos reunamos…”
Dafne no lo podía creer. ¡Una ráfaga de alegría la había invadido por completo! Sentada todavía en su silla, ella pensó que no podía tener mejor regalo que éste. El regreso de su hermana definitivamente que significaba el mejor regalo de toda su vida. “Sí. ¡La llamaré!”, se dijo, sin poder dejar de sonreír. Después se puso de pie, y; con el rostro irradiando felicidad se dirigió hacia la caja.
Instantes después, apenas pisar la calle, arrancó a correr. Le urgía llegar a su casa, levantar el teléfono y marcarle a su hermana. Dafne por lo tanto corría ahora como nunca antes había corrido en toda su vida. El regalo más hermoso la esperaba al otro lado de la línea. Lo único que ella tenía que hacer era marcar unos cuantos números y ya. ¡Allí estaría ella, de regreso a su vida!
Conforme avanzaba, el camino también parecía prolongársele. A cada movimiento que hacía, su voz interior le gritaba: “Corre Dafne, ¡corre! Tu hermana te espera…” Cuando al final ella alcanzó llegar frente a su casa, de igual manera subió las escaleras. Estando ya junto su puerta, sacó sus llaves. Pero estaba tan emocionada que solamente no lograba abrirla. La vida ahora parecía írsele en esta simple cosa: no poder abrir una puerta. Dafne metía y sacaba las llaves; pero ninguna abría su puerta.
Una y otra vez lo intentó, hasta que la puerta finalmente cedió. Dafne entonces volvió a suspirar. Ahora solamente unos cuantos metros la separaban del teléfono. El esfuerzo de la carrera le había producido una sed tremenda. Ella no quería sonar a cansada cuando hablase con su hermana. Así que decidió ir a la cocina por un vaso de agua.
Dafne ya había dado unos cuantos pasos, cuando entonces empezó a escuchar los timbres de su teléfono. Intuyendo enseguida que la llamada podía ser de su hermana, se dio la vuelta para ir a contestar. En la planta baja no había teléfono. Al recordarlo, Dafne maldijo este hecho. Así que, con las mismas prisas de su carrera, corrió hacia su objetivo. Ella subía las escaleras, cuando entonces tropezó. Poco había faltado para que rodase hacia abajo. Pero sus reflejos habían actuado muy a tiempo. Apoyándose contra la pared, Dafne se levantó para reanudar su trayecto.
Unos escalones nada más, y ya. Dafne finalmente había llegado al pasillo que conducía hacia su cuarto. El teléfono seguía sonando. Con el corazón latiéndole a toda prisa, ella entró corriendo a su habitación. Entonces descolgó el aparato. Al pegarlo a su oído, ella escuchó: “Señora ¿Dafne Wright?” La voz era de hombre. “Sí, soy yo”, respondió ella. “¿En qué puedo ayudarlo?” “Señora –empezó a decir el hombre-. Siento mucho tener que decirle esto, pero…, tenemos a su hijo” ¡¿Y qué es lo que ha hecho esta vez?!”, lo interrumpió Dafne. “Nada. Esta vez no ha hecho nada”, respondió el hombre. “Entonces, si no ha hecho nada.
¿Por qué está con ustedes?”, preguntó la mamá del joven. “Señora… -El hombre, que conocía muy bien a Dafne, no se atrevía a decirle la terrible noticia.
Dafne había tenido que esperar en la línea. El hombre, al regresar al teléfono le había inventado todo tipo de excusas. “¡Ya dígame por qué lo tienen allí!”, le pidió Dafne. El policía entonces finalmente se lo dijo: “Lo hemos encontrado esta mañana, tirado en la calle. Créame que siento mucho tener que ser yo quien se lo diga, pero… su hijo está muerto.” Dafne se sentó sobre su cama. No podía creer lo que acababa de escuchar. Su hijo ¿muerto? “¿Por qué precisamente en este día?”, se preguntó, sintiendo algo raro en su interior. “Señora, ¿sigue allí?”, preguntó el hombre. “Sí, aquí sigo”, respondió Dafne.
“Señora –dijo el policía-. Como usted ha de saber, como autoridad que somos, tuvimos que hacerle la autopsia al muchacho para descartar la posibilidad de un asesinato… Y ya tenemos el resultado”. -Sin darle tiempo a Dafne para que ésta debatiese nada, el policía añadió: “A su hijo lo ha matado una sobredosis de heroína…” Dafne ya no necesitó escuchar más. La noticia no la alegraba, pero tampoco la entristecía. Ella simplemente no podía creerlo.
Por un lado ella había recibido el mejor regalo de su vida, pero, por el otro lado, también el peor. El que su hijo jamás deseado estuviese muerto ahora, solamente la hizo pensar en lo irónico que a veces termina resultando la vida. Dafne no sabía qué reacciones o sentimientos mostrar ante una situación así.
¿Acaso debía mostrar que estaba dolida, o algo por el estilo? Ella tampoco lo sabía. Así que, para no complicarse demasiado el resto de este día, ella decidió que lo mejor que podía hacer por ahora era tomarse un baño, maquillarse, ponerse su vestido negro, y… sentarse a festejar por el regreso de su hermana perdida.
FIN.
Anthony Smart
Febrero/02/2019