El gran mito del “sueño americano”, creado por Horatio Alger, cuando sostuvo que los Estados Unidos era una tierra de oportunidades sin límite, en donde sólo se requería la voluntad de enriquecerse, ya no existe.
Cuando los empresarios necesitaron el dinero de los pobres norteamericanos para inflar artificialmente el valor de sus compañías y que sus acciones alcanzaran precios exorbitantes, el mito empezó a reventar.
Las historias que representaban protagonistas de ambientes empobrecidos urbanos y rurales que, echándole agallas, determinación y trabajo duro eran capaces de alcanzar grandes éxitos, cayó por su propio peso.
El mito seductor, la “droga dulce” lo llamó el cineasta Michael Moore, llevó a millones de trabajadores a invertir en bolsa durante los noventas. Claro, habían sido testigos de cómo los ricos habían ganado muchísimo dinero en los ochentas, y pensaron, “hombre, esto me puede pasar también a mí”.
Las icónicas empresas Disney, Wal-Mart, Dow Chemical, J.P. Morgan Chase, Procter & Gamble, usaron a sus empleados para hacerles firmar que, a su muerte, los consorcios fueran beneficiados con sus pólizas de vida.
Aparte de poder pedir, con su certificado de defunción, préstamos con la garantía de los seguros de vida y además deducir los intereses de sus impuestos. Entre los capitostes se le llamó “seguro de los palurdos muertos”.
La igualdad de oportunidades, la movilidad social de los trabajadores estadounidenses, la cual nunca fue tan alta como decía la leyenda, viene en picada desde hace décadas, según la revista Business Week, en “Despertando del sueño americano”.
La globalización y la tecnología han golpeado duramente los salarios de los obreros, “cuellos azules”. Mientras la economía del país alcanzaba cifras inauditas, las compañías exprimían las posiciones económicas de sus trabajadores.
Los empleados, conserjes y oficinistas siguen en sus mismas posiciones y los millonarios siguen siendo tan o más ricos. Los millones de nuevos empleos pagan menos que la línea general de pobreza, incluyendo empleados de “cuello blanco”.
Paul Krugman, premio Nobel 2008, sostiene que los Estados Unidos se encaminan raudos y veloces hacia una economía de tercer mundo. Sus artículos del The New York Times son el agudo retrato del estancamiento. A nosotros nos ha retratado cañón.
Thomas Piketty, uno de los analistas más leídos e influyentes de la historia, dice que el ingreso real del 90% de los contribuyentes menores ha descendido un 10%, mientras que para el escalón más alto se incrementó en 148%.
Dice Piketty, quien ha demostrado los límites del modelo capitalista en el siglo XXI, que lo curioso es que los más ricos han aumentado sus salarios e ingresos hasta en un 600%.
El miedo como antesala del autoritarismo
Desde la faramalla del 11 de septiembre del 2001 las grandes compañías reaccionaron como un depredador hasta dejar a millones de norteamericanos sin ahorros, sin pensiones y sin esperanza.
Ahora, dice Piketty, “los bandidos de las grandes finanzas y sus cómplices en el gobierno han tratado de echarle la culpa a los terroristas, a nosotros mismos y a la gente de la calle”. Una advertencia que se debe atender.
Ahí no se queda el problema. Acaba de aparecer hace unos días en redes sociales un serio análisis de Michael Snyder bajo el título “El fin del sueño americano” que por lo menos causa desasosiego, por los modos del sistema gabacho para causar terror. El miedo como antesala del autoritarismo internacional, usted sabe.
Sostiene Snyder que en los Estados Unidos tiene unos días se perciben movimientos erráticos y nerviosos del aparato de defensa nacional, consistentes en el objetivo de mantener a la población alarmada ante la eventualidad de ataques y desastres naturales.
El enorme edificio que alberga la Reserva Federal en Nueva York ha estado desplazando personal hacia sus instalaciones en Chicago, ante un posible desastre natural, parecido al último ciclón que azotó Manhattan.
El gobierno de Estados Unidos ha estado comprando 62 millones de cartuchos para el entrenamiento del Comando de Defensa Aeroespacial (NORAD) para prevenirse de un “posible ataque de pulso electromagnético”.
Para decirlo en lenguaje entendible, se refieren a un ataque nuclear de gran altitud que tendría como objetivo a la población civil y a las instalaciones informáticas del gobierno y por consecuencia a las redes digitales de uso común.
Asimismo, se despliega una actividad militar inusitada para proteger las aduanas fronterizas y, ante ello, la posible proclamación de una nueva ley marcial en EU. ¿Por qué recordamos las actas patrióticas de Bush II?
Resulta por demás llamativo, continúa la investigación de Snyder, que las maniobras marciales se concentren más en cómo controlar a la población civil, que a las actividades propias de la seguridad nacional y del Estado.
El cierre abrupto de los cinco más grandes almacenes de la cadena Wal -Mart durante seis meses, mueve a pensar en la seriedad de la “alarma”, toda vez que esto representa la pérdida de cientos de millones de dólares.
El dueño de la cadena de almacenes, no permitiría que se sacrificara su gallina de huevos de oro si no hubiera algún jugoso acuerdo que, por lo menos, le reportara la seguridad de recuperarse, de algún modo, ¿no cree usted, estimado lector?
Estas maniobras, que atemorizan hasta a quienes han confiado en los Estados Unidos el equilibrio planetario y su papel de gran garrote policíaco del mundo, tienen claros tintes apocalípticos, como los que los white anglo- saxons protestants gustan de imponer en el respetable, antes de la liza electoral o cuando ven que se pierde el poder.
El imperio fomenta la psicología de guerra
Ya desde el constituyente de Filadelfia, uno de los lúcidos padres fundadores, James Madison, escribió en 1787: “En la guerra se amplía el poder discrecional del Ejecutivo y todos los medios de seducir a las mentes se suman a las formas de sojuzgar la soberanía de los pueblos”.
¿Suenan otra vez las trompetas de Masada, llamando al pueblo a estar alerta ante la intromisión del enemigo comunitario, del Godzilla social que el Armagedón está anunciando desde Mesopotamia?
¿Vuelve a los Estados Unidos la esquizofrenia republicana de los mendaces invasores? ¿Regresa el mito seductor de las Torres Gemelas para sustituir al fracasado mito del sueño americano , tan alentado por los demócratas de la gran depresión?
La psicología de guerra fomenta en el imperio, desde siempre, las deudas y los impuestos, instrumentos conocidos para someter a la mayoría a la dominación de las castas y de las élites. Este vicio es consustancial a todos los bandos políticos.
¿Es acaso la carta de presentación del “marielito” Marco Rubio, el que faltaba para lograr los ases del póker gabacho de los republicanos? ¿Es el heraldo que anuncia la llegada a la fiesta del hijo de exiliados cubanos, formado en la angustia de los padres por alcanzar el mítico “sueño americano”?
¿Ya asomó las narices, con toda su cauda de frustraciones y represiones, el senador Rafael Edward “Ted” Cruz, y, ahora sí, vienen por todas las canicas los halcones?
¿Y a todo esto, qué opina la “cancillería” panista, recomendada por Cordero a Videgaray? ¿Y el cuerpo diplomático descabezado en Washington por el capricho de Castillejos de traer como gran juez al canuto Medina Mora?
¿Dónde están los negociadores diplomáticos de México? ¿ A qué mito estamos jugando ahora?
¡Ay Jalisco, no te rajes!… por temor
Nada mítica, en cambio, la actuación del Cartel jalisciense de la Nueva Generación. A nadie escapa que abreva de los principios estratégicos que animan la acción de los militares desertores del ejército oficial.
Son absolutamente disciplinados en sus decisiones y en la obediencia inmediata a las mismas, por parte de “la tropa” en el narco. No sería descabellado suponer que el famoso Cartel de Occidente es una reedición, en grande, de otros pequeños grupos con la misma mística de acción.
Es tanto una reencarnación de los afinados grupos sinaloenses expulsados en los ochentas por la Operación Cóndor, como de los grupos de delincuencia rural que controlan el trasiego de la amapola guerrerense, así como de algunas experiencias llevadas a cabo en tierras michoacanas y de Tierra Caliente por las autodefensas.
Según testigos presenciales y corresponsales acreditados por medios nacionales de información, en sólo 90 minutos bloquearon el tráfico de las 39 carreteras más importantes que conectan con los descansos turísticos del Pacífico.
Con ello demostraron que estaban decididos a paralizar las actividades comerciales y turísticas propias de los días de puente de finales de abril y principios de mayo. Y que podían hacerlo –¡qué vergüenza!– en menor tiempo que el Ejército y las policías.
La zozobra y el pánico de la población se motivaron incendiando tráileres y camiones de carga con motor a diesel, ardiendo escandalosamente sobre las carreteras y desviaciones principales, sin ningún aviso previo o información detallada que diera cuenta de las causas de las gigantescas humaredas.
Haciendo explotar gasolineras y estaciones de abastecimiento mercantil. El saldo en muertos y heridos, así como el derribo de un helicóptero militar con sus tripulantes usando ametralladoras convencionales, y no bazucas, refleja el alto nivel de preparación en el manejo de las armas.
Si a lo anterior se suma la demostrada complicidad de las agencias norteamericanas en el trasiego y distribución de la amapola y subproductos, estamos hablando de un nuevo tipo delincuencial, difícil de manejar para la capacidad operativa y estratégica del Ejército y la Armada nacionales que, evidentemente, han quedado más que rebasadas.
Índice Flamígero: Y El Poeta del Nopal dedica hoy su epigrama a Gustavo Madero, quien “retador como siempre” presumió que sus candidatos hacen públicas sus declaraciones patrimoniales, fiscales y de intereses: “Como quien memoriza el silabario, / repite a diario enérgicos sermones, / dispara sin piedad a los cojones / y reta belicoso al adversario; / busca por la ciudad algún notario, / que cauteloso, la plana modifica: / en realidad, el lodo no salpica, / a todos los valientes candidatos / que al dar a conocer algunos datos / ¡olvidan declarar la casa chica!”.
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