La conmemoración de ayer en torno a un aniversario más del descubrimiento de América en 1492, o bien el encuentro de dos mundos, como muchos prefieren llamarlo, entraña un sinfín de reflexiones alrededor de un suceso que innegablemente cambió hace 533 años el destino de la humanidad. Partiendo de que no solo debe considerarse como una fecha exclusivamente española. Refuerzo lo anterior con lo expresado por un amigo a un grupo en común, en el sentido de que España tiene la gracia de celebrar en su fiesta o día nacional, no solo a su Reino, sino a la hispanidad en su conjunto. Añade este hombre nacido en España y que conoce México palmo a palmo, que sus compatriotas, no se celebran solo a ellos mismos, sino que conmemoran junto a Iberoamérica lo que son, lo que históricamente somos, lo que compartimos en conjunto, pero sobretodo lo que podemos llegar a ser unidos por los vínculos de un pasado y cultura comunes, así como por la lengua de Cervantes, atinadamente llamado el “Príncipe de los ingenios españoles”.
Al final, 1492 fue un año de gloria para los Reyes Católicos, quienes conquistaron Granada y expandieron sus dominios a América, pero hoy esa gloria, también es de mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses costarricenses, panameños, colombianos, dominicanos, cubanos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos, paraguayos, chilenos, uruguayos y argentinos. No en vano, la notable efeméride es por muchos conocida como el Día de la Raza.
España tuvo la genialidad y la convicción, a diferencia de las otras potencias europeas, de no crear colonias, sino de fundar reinos y virreinatos. De ahí que son reprobables las expresiones de desdén hacia los iberoamericanos, pero también lo son en consecuencia, las manifestaciones de hispanofobia, que en el caso particular de México fueron rescoldos avivados por la anterior y poderosa Primera Dama.
Ya en este espacio se ha referido la frase de Don Miguel León Portilla, primer nahuatlato del siglo XX mexicano al expresar que : “ el mexicano que odie lo español, se odia a sí mismo” o bien que durante el virreinato los monarcas españoles reconocieron Derechos sobre tierras y aguas a comunidades indígenas del hoy estado de Morelos, mismos que les fueron revocados por el zapoteco Benito Juárez durante su largo mandato presidencial. En suma, y volviendo a Don Miguel León Portilla, la raíz hispana no solo corre por la sangre en nuestras venas, sino que reconocerla, tampoco se contrapone con atesorar nuestro inmenso legado precortesiano.
Hoy la parte del hemisferio que no debe llamarse jamás Latinoamerica, término acuñado por Napoleón III, sino Hispanoamérica, o bien Iberoamérica uniéndonos a nuestros hermanos portugueses y brasileños, vive momentos complejos, de enorme polarización, turbulencias políticas, de posiciones ideológicas encontradas, así como de asignaturas pendientes en el rubro de la democracia, como lo son Cuba, Nicaragua o Venezuela. En descargo de la cuna de Bolívar, orgullosa emerge la figura de María Corina Machado, quien es ya un referente del pensamiento, del carácter y la congruencia de los hispanoamericanos. Es entonces cuando más que nunca, sobre la política deben prevalecer las razones de estado y donde dejando a salvo el respeto a la soberanía y autodeterminación de naciones hermanas, debemos pugnar por un espíritu de fraternidad de España con sus antiguas posesiones americanas. Aquí los británicos, que a principios del siglo pasado, llegaron a dominar un tercio del planeta, nos han ganado la partida, con el magnífico “Commonwealth”.
La comunidad de naciones británica, puede compartir entre sus miembros, el pasado histórico o en algunos casos la lengua con su antigua metrópoli, pero a diferencia nuestra, no comparten mestizaje. En la historia, no caben los “hubiera”, pero si el proyecto de una comunidad hispanoamericana hubiera prosperado, nuestro destino sería otro, sin duda alguna, uno más próspero y el sueño de los libertadores estaría lejos de ser una utopía.
México y España han logrado construir una concordia a partir de 1836, ello a pesar de momentos difíciles como los asesinatos de San Vicente y Chiconcuac en 1856 o la ruptura de relaciones trás la victoria del Bando Nacional en la península en 1939, de cualquier modo la fraternidad entre ambos pueblos jamás ha mermado.
La colonia española es un orgullo para el país, y también no son pocos los mexicanos que brillan en la otra orilla del Atlántico. Los lazos históricos, afectivos y culturales son más fuertes que las posturas demagógicas de los políticos en turno, pero aun así lo deseable es restaurar las relaciones entre nuestros gobiernos al máximo nivel. El reto de la hispanidad, no solo se limita a unir a México y a España, sino como ya se mencionó a compartir lo que une y es prenda de orgullo entre el valle de Anáhuac y Madrid, pero también entre todas las grandes naciones que van desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego.