José Luis Parra
Había una vez un funcionario que no robaba relojes, pero sí vendía el tiempo… de aduana. Se llamaba Alex Tonatiuh Márquez Hernández, alias “LordRelojes” —sí, como si la caricatura no pudiera superarse a sí misma— y su especialidad no era atrapar contrabandistas, sino guiarlos amablemente por la puerta principal.
En vez de combatir el “huachicol fiscal”, este alto mando de la Agencia Nacional de Aduanas de México optó por hacerse de la vista gorda, o de los ojos llenos de diamantes, según la evaluación de su colección de relojes: 7.7 millones de pesos colgando de las muñecas del funcionario. Más que un aduanero, un joyero con palanca.
Claro, no cualquier hijo de vecino puede circular en un Jeep Wrangler Moab con pedimento de 207 mil pesos y solo 2,500 pagados de impuestos. Eso sólo lo logran los que tienen “conecte”… y un buen patrocinador en aduanas. Para los mortales, el SAT. Para los elegidos, la Asociación Bajacaliforniana para la Protección del Parque Vehicular. Nombre largo para una lavandería de autos con amparo vigente y respaldo de lujo.
Se legalizan BMWs como si fueran Datsun del 84, y Mercedes que “costaron” menos que una motocicleta Italika. La trampa es sencilla: compras el coche caro allá, consigues una factura trucha, bajas el precio, lo presentas en la aduana, pagas migajas… y el resto del millón de pesos se reparte entre sonrisas, sellos y moches. Todo legal, todo bendito. Hasta con sello notarial.
La fórmula no es nueva. Lo nuevo es que ahora lo encabeza un funcionario que, en teoría, debería investigarlo. Se dice que el propio Márquez apadrina esos amparos, los mismos que sirven para inundar nuestras calles con automóviles de lujo, más brillosos que las promesas de campaña. Un paraíso fiscal… pero con placas nacionales.
En tiempos en que el régimen clama por justicia social, resulta que la justicia fiscal sólo se aplica a los pobres. Para los ricos, el fast pass aduanal. No hay retenes, no hay filtros, sólo una alfombra roja de corrupción donde circula el nuevo narcolujo: carros chuecos, con pedimentos derechos. De la ilegalidad maquillada con factura de papel arroz.
Y sí, todo esto conecta con la pregunta de la columna vecina: ¿A qué vino el nuevo coronel en aduanas? Pues a eso. A reordenar la casa, aunque sea por encimita. A quitarle las llaves al Rey Chueco y, de paso, a abrir otras puertas más discretas, más rentables, más controladas.
Este país, para variar, está diseñado para que unos manejen sin frenos, sin placas y sin vergüenza, mientras otros pagan tenencias, verificaciones, multas y hasta aire en las llantas. La ley, como el parabrisas polarizado, sólo estorba a quien no tiene con qué quitársela.
Ya veremos si “LordRelojes” cae. O si le dan el tiempo suficiente para ajustar su colección… y desaparecer.