RELATO
Ella se volvió fodonga, y él… se deprimió. O fue eso, ¿o fue algo más? Él ya no podía recordarlo. Y, a pesar de que a su negocio le iba muy bien, seguía sin entender del porqué de su estado de ánimo interior.
La vida suele pasar una factura con precios muy altos por los actos cometidos en algún tiempo en la vida de alguien. Este hombre, por ejemplo, del cual podría decirse que apenas casarse le prohibió tajantemente a su esposa de que se dedicase a ejercer la profesión por la cual ella tantos años se había pasado estudiando…
-Yo soy el hombre de la casa, así que, de ahora en adelante, ¡a ti te tocaré ser la mujer de la misma!
Su esposa había obedecido sin haberse atrevido a protestar nada contra aquella orden. Porque pensaba que lo que su flamante esposo le había anunciado, no era tan malo después de todo.
-Ah, y una cosa más. ¡Ni se te vaya a ocurrir utilizar maquillaje!
También a esto ella dijo que estaba bien. “Que sea como tú digas, que para eso eres mi marido, para decirme qué hacer, y qué no.
-Así me gusta que hables.
El tipo estaba más que feliz. Tener una esposa tan obediente y sumisa parecía ser para él la cosa más estupenda sobre la tierra…
El tiempo fue pasando y…, un día, cuando él se dio cuenta ya había adquirido esa “enfermedad”, que tan rara se le hacía. “¿Depresión?” ¡Cómo podía ser esto posible!
Su esposa seguía junto a él, tan obediente como siempre. Le ayudaba en su negocio, friendo panuchos. Más que parecer su esposa, parecía ser una más de sus varias empleadas.
Sin maquillaje, porque algún hombre podría voltear a mirarla, esta pobre mujer, que tanto tiempo pasaba frente a las sartenes llenas de aceite, había terminado por convertirse en nada más ni nada menos que en el rostro grasoso de su macho.
Y él jamás lo adivinaría, que lo que precisamente lo deprimía era mirar todos los días el rostro tan sumiso de su amada y obediente esposa.
FIN.
Anthony Smart
Abril/17/2020