CUENTO
(Versión corregida)
Había una vez un sapo que era muy rico, pero que no podía tener hijos. Vivía en un estanque muy bonito, con todas las cosas que el dinero puede comprar. Se puede decir que este sapo era muy feliz. Su vida era dichosa y carente de preocupaciones. De no ser porque no podía tener hijos, su vida habría sido perfecta. Porque él sabía que lo único que le faltaba era tener un hijo que pudiese heredar todo su estanque lleno de riquezas. Pero no podía, era estéril.
El tiempo pasó y el sapo rico empezó a sentirse pobre y desdichado. Porque se daba cuenta de lo irónico que a veces es la vida.
Él, que tenía todo el dinero del mundo, para comprar todas las cosas materiales del mundo, se daba cuenta de que si había algo que su dinero no podía comprar, esto era UN HIJO.
El tiempo otra vez pasó y el sapo rico se volvió muy triste. Porque se dio cuenta de que se había hecho más viejo, y sus posibilidades de procrear aquel hijo tan deseado eran menos; su tiempo se le agotaba. Mientras tanto, era llamado para ser el padrino de casi todos los sapitos que nacían en los demás estanques, estanques de familias pobres.
Todos los papás sapos querían tener por compadre a este sapo rico, por su dinero. Todos creían que era muy afortunado, más no adivinaban lo miserable que se sentía, cuando cargaba en sus brazos a un sapito que no era su hijo.
-¿Por qué la vida no me quiere dar un hijo? -se preguntaba el sapo…
El tiempo volvió a pasar, más y más. Y un día sucedió que, mientras el sapo se paseaba por ahí, de repente se encontró en su camino a un cocodrilo joven.
-¡Hola! -lo saludó el sapo.
-Hola -le respondió el cocodrilo.
-¿De dónde eres? – quiso saber el sapo.
-Soy de por aquí de los alrededores – le contestó el cocodrilo.
-Ah, ¡qué raro! –Añadió el sapo-. Yo siempre salgo a pasear por aquí, y no te había visto antes.
-Es que casi no salgo -contestó el cocodrilo.
-Ah, ahora entiendo por qué…
El sapo y el cocodrilo siguieron platicando. De este primer encuentro surgiría una amistad entre ellos. El tiempo siguió su curso.
La vida es la cosa más rara y extraña que pueda haber, y para muestra está la vida de aquel sapo rico. Un sapo que podía tenerlo o comprarlo todo, pero que jamás podría tener lo que más deseaba: UN HIJO HEREDERO.
El sapo tenía plena conciencia de su situación, así que, poco a poquito, empezó a resignarse ante su realidad. Mientras tanto, su amistad con el joven cocodrilo se iba afianzando, más y más. Y un día, sin darse cuenta, el sapo comenzó a querer al joven cocodrilo como al hijo que jamás podría tener.
“¡Qué dichoso me siento!” –Pensaba el sapo-. “Creo que ya tengo un hijo”.
La vida es la cosa más rara y extraña que pueda haber. Y para muestra está todo esto: un sapo que ve en un cocodrilo al hijo que no pudo tener. Y un cocodrilo que ni idea tiene de quién es. El cocodrilo escondía un doloroso secreto. Esta es la razón por la que había dejado su casa para emigrar a las cercanías de los estanques donde solamente vivían los sapos.
Cuando llegó a estos estanques, a duras penas pudo encontrar un pequeño lugar dónde poder habitar. Y esto le tuvo que bastar; si es que quería mantenerse lejos de aquellos grandes pantanos, en los cuales había sufrido cuando era un bebé.
El tiempo nuevamente volvió a pasar, y la amistad del sapo con el cocodrilo se convirtió en algo muy extraño.
El sapo, cada vez que paseaba con su joven amigo cocodrilo, cuando en el camino se encontraba con otros sapos, enseguida empezaba a burlarse de su joven amigo frente a éstos.
-¡Mírenlo! -les decía-. ¿Ya se dieron cuenta…? Su color de piel parece ¡diarrea!
En efecto. Aquel joven cocodrilo tenía un tono de piel muy distinto a los que tienen su especie cuando tienen la edad que él tenía ahora. Su piel no era de color verde oscuro, sino que era un verde con matices únicos. Esta es la razón por la que el sapo comenzó a mofarse de él, de su color de piel distinto.
El cocodrilo sufría -como seguramente sufriría cualquier ser humano- por las burlas que el sapo le hacía a su color de piel.
“Es que yo soy pobre e inseguro, y él es rico y seguro de sí mismo”, pensaba el cocodrilo cada vez que era objeto de las burlas de su supuesto amigo. “No tengo más remedio que aguantar y soportar sus burlas y risas”, se decía, con total resignación.
Pero todo en este mundo tiene un límite.
Un día, cuando el sapo lo invitó a su casa, el cocodrilo aceptó la invitación, pero sólo porque el sapo le había insistido mucho. Su alma ya estaba herida por todo el dolor que le habían ocasionado.
“Yo soy pobre, y él es rico”. “No me queda más remedio que aceptar su invitación”, volvió a pensar con amargura el cocodrilo…
-¡Bienvenido seas a mi humilde estanque! -le dijo el sapo a su amigo el cocodrilo, apenas y le abrió la puerta.
-¡Ah! -exclamó el cocodrilo, cuando cruzó la puerta-. ¡Pero qué estanque más hermoso tienes!
-¡Gracias! -respondió el sapo, sin un dejo de vanidad en su persona. Y, por un instante, el cocodrilo se olvidó de todo su dolor interior.
Esa vez, los dos comieron y bebieron juntos. Luego, al terminar, se dirigieron a la sala para platicar.
Los dos amigos charlaron, hasta que el sapo dijo: “Discúlpame un momento, ¡pero tengo que hacer pipí!”. Entonces se levantó y se fue, dejando solo al cocodrilo…
Los minutos pasaron, y el sapo no regresó. El cocodrilo, que para nada se había movido de su asiento, se comenzó a fastidiar y a incomodarse.
Estar solo en esta sala tan majestuosa, sí que lo impacientó.
Y, para tratar de distraerse un poco, el cocodrilo, de manera lenta, empezó a pasar su mirada por toda la sala. Miró aquí y allá: todos los adornos hermosos y todas las cosas preciosas colocadas sobre los muebles de maderas muy lustrosas. El joven cocodrilo siguió y siguió contemplando todo…, hasta que sus ojos finalmente se situaron sobre la mesa que siempre había estado frente a él.
-¿Qué será eso? -se preguntó, cuando descubrió unas cosas que jamás había visto en toda su vida. Entonces, para averiguar qué era aquello, acercó su cuerpo hacia la mesa. Pasados varios segundos, en los que ya había mirado con mucho detenimiento los objetos, el cocodrilo exclamó:
-¡Nunca he visto nada como esto!
La curiosidad fue creciendo en él, y, sin poder resistir más la tentación, de un solo manotazo… ¡las abrió todas al mismo tiempo!
Aquellas cosas eran unas revistas, y muy bonitas. Tomando una del montón, esparcido ahora sobre el cristal, el cocodrilo empezó a hojear las páginas.
Conforme fue pasando las páginas, su asombro también fue creciendo, más y más. El cocodrilo no podía dar crédito de las cosas tan bonitas que sus ojos miraban.
-¡Wow! -exclamó, en repetidas ocasiones.
Para este entonces ya había pasado media hora, y el sapo seguía sin regresar. El cocodrilo había olvidado el por qué su amigo se había ido. Su admiración por las páginas de esas revistas, habían obnubilado su mente por completo. El joven reptil solamente recuperaría su lucidez luego de pasado otro rato.
Esta era la cuarta revista que él miraba. Sus sentidos, de tanto mirar tantas cosas increíbles: ropas de lujo, perfumes muy finos y objetos sofisticados, lo habían dejado muy atolondrado.
-¡¿Habrá alguien que pueda comprarse todas estas cosas?!- gritó el cocodrilo sin darse cuenta. Tan recio lo había dicho que le costó varios segundos volver a escucharse a sí mismo. Y, cuando al fin lo hizo, la excitación que instantes antes había sentido, se convirtió en indignación. Él, simplemente no podía creer lo que sus ojos miraban ahora sobre aquella página.
Aquello era un reloj, pero no un reloj cualquiera. Su correa era de piel de cocodrilo. El amigo del sapo había reconocido aquella piel porque sus padres tenían ese mismo color.
-No. ¡No puede ser verdad! Debo de estar alucinando -se dijo el cocodrilo, una y otra vez. Pero él pronto se daría cuenta de que nada de lo que veía era mentira. Y, sin poder resistirse más, pasó a la página siguiente. Esta vez, al mirar la foto de un nuevo objeto, su corazón sufrió un vuelco muy terrible.
De manera súbita, el cocodrilo sintió desvanecerse por completo. Haciendo acopio del resto de las fuerzas que todavía le quedaban, miró una vez más el artículo de la foto, que tenía el mismísimo color de piel que el suyo.
Su cabeza le daba vueltas. En cuestión de segundos, el cocodrilo se sintió muy mareado. Pero, a pesar de esto, no pudo despegar sus ojos de aquella página.
Después, cuando apartó su mirada de aquel pedazo de papel, se frotó sus ojos. Luego, cuando por fin sintió que su vista ya no le ardía mucho, finalmente se atrevió a leer. Y esto es lo que decía la descripción de aquel artículo: “BOLSA DE PIEL DE COCODRILO, HERMÉS. Precio: 50,000 dólares”.
La mente del amigo del sapo se puso a cavilar. Y, después un rato de habérselo pasado así, al fin se dio cuenta de que su amigo se había burlado de su piel, de algo que -ahora lo sabía- valía muchísimo. Y, lo que le dolió todavía mucho más, fue el darse cuenta de que él todo el tiempo se había creído ALGUIEN QUE NO VALÍA ABSOLUTAMENTE NADA.
Comprendiendo lo equivocado que siempre había estado, el cocodrilo no supo qué hacer ahora. Ni siquiera se atrevía a moverse un poco. Se sentía muy confundido por lo que acababa de descubrir: “su verdadera valía”.
Y, sin poder dejar de seguir meditando, su mente, como una especie de paranoia, le dijo:
“El sapo solamente te quiere por tu color de piel. Seguramente que te quiere vender, para así hacerse más rico de lo que ya lo es…”
Luego que su mente le dijo todo lo anterior, empezaron a despertarse en el cocodrilo sentimientos de toda clase. Como si en la pared de aquella sala hubiese una pantalla de cine, fue viendo todas las escenas en las que el sapo se había burlado de él, y también de todas las veces en que lo había llamado diarrea verde.
El cocodrilo, quien jamás había alojado en su interior sentimientos de ira o de maldad, finalmente llegó a una conclusión.
-¡Discúlpame! -dijo el sapo, cuando por fin regresó a la sala-, pero es que me dormí en el baño.
-No te preocupes -respondió tranquilamente el cocodrilo, al tiempo que se levantaba-. Creo que ya me voy. ¡Muchas gracias por la invitación!
Dando pasos lentos, el cocodrilo se dirigió hacia la puerta, la misma por donde antes había entrado. El sapo, dando brincos, se apresuró a alcanzarlo para despedirse de él.
El cocodrilo, convertido ahora en alguien totalmente distinto, se volteó hacia su amigo y ¡entonces lo mordió con todas sus fuerzas!
-Ahora sí, ¡ya me voy! -volvió a decir el cocodrilo, no sin antes haber mirado una última vez a su amigo el sapo, quien ahora yacía muerto sobre su propio charco de sangre.
MORALEJA: Nunca te burles de nadie, porque sea diferente a ti. Porque un día encontrará su valor verdadero, Y ENTONCES TE MATARÁ.
Anthony Smart
Julio/05/2016
Noviembre/07/2022