Sus pasos lentos, como una pastizal que se mece ante una leve brisa en verano, así se allana el camino de una longitud casi interminable que existe entre la pobreza de un jacal y la miseria de un cuartucho sin ventanas ni portal.
Artemio forma parte de esas estadísticas que cómodamente dictan su sentencia de vida, la realidad de sus necesidades rompen esa barrera de medición. Su estómago ya acostumbrado a un café negro endulzado con raspadura de panela que disfraza el amargor de una existencia de carencias, una tortilla que nace de las curtidas, hábiles pero dedicadas manos de una maternidad que concluye el breve lazo familiar. La paternidad ausente desde hace ya años, en busca de algo más que el triste silencio de una parcela seca y polvorienta.
El muchacho enfila, como cada amanecer, su andar por el sendero pedregoso que intenta lastimar sus pies desnudos, sus pies… base del futuro de un México herido de muerte, sangrante de impunidad, agonizante de corrupta ambición, ahogado en la ignorancia.
El cielo asoma sus ambarinos y azules más hermosos, las nubes engalanan su intensidad como rasguños de un ser que le quiere tocar, Artemio ya no le mira, tan sólo pierde su vista en un futuro nebuloso. Cientos de leguas se acumulan en un ir y retornar en la vida de tan sólo un niño que aún no para de soñar, tal es el combustible de su voluntad, las palabras de un maestro rural que promete algo mejor que una vida de privaciones y hambre.
El trinar lejano de aves en una pequeña arbolada al costado del sendero despiertan al niño curioso que Artemio atesora, sus ojitos lagañosos por un instante reflejan la alegría del canto matutino, la sutil pero efímera alegría por la vida.
Continúa su travesía diaria, como el agua que erosiona la roca con el pasar de las eras, pero Artemio no tiene tanto tiempo, sus deseos reclaman algo más que un despertar en el duro suelo de una chocita al lado de un triste hogar con ceniza que apenas calienta su menudo cuerpo por las noches.
Su madre le procura en un sólo día cariño sólo comparable al que la humanidad le ha dispensado a los dioses por milenios, no hay nada más allá para ella que la salvación de Artemio, y sufre al pensar que su destino pueda ser el de ella o el de su ausente padre.
No imagina aún el triste penar de los últimos días del papá del aún niño, lo que fue ánimo y esperanza por las promesas de bonanza, terminaron en una prolongada agonía a manos de monstruosos seres que le emascularon el valor hasta la muerte en una mina supuestamente abandonada pero bien resguardada, un sitio donde las fantasías distorsionadas de la mente se elaboran en polvo y pasta para sostener la indignidad de una patria, uno de esos lugares que todos conocen pero que nadie recuerda. ¡Gracias a dios que su esposa e hijo no lo averiguaron! exclamarían algunas voces piadosas, más cobardes que virtuosas.
Artemio continúa su andar por el sendero de las promesas, de la esperanza, su mente divaga sobre posibilidades, pero aún es muy jovencito para dar cuenta de todo lo que está en su contra, un mundo, literalmente, que se opone a su entusiasmo, un mundo que le tiene ya un lugar reservado, el de la pobreza, el de las estadísticas, el de las etnias olvidadas que justifican el mal quehacer de seres mal llamados humanos que empuñan el poder como un garrote.
“Pobre Artemio” dirán otros, mientras trabajan 12 horas diarias, 6 días a la semana por un salario de mierda llenando los bolsillos de patrones quejumbrosos y gobiernos pérfidos y nefastos.
El sendero se detiene ante el cauce de un río, el niño debe saltar sobre piedras romas que asoman como esas escasas oportunidades que la existencia le brindará, dispersas, inseguras, virulentas, estancadas, algunas parecen firmes pero bajo el agua no lo serán, otras causan temor por su aspecto frágil pero tienen una base sólida bajo el correr del agua. Artemio saltará sobre las que ya otros han marcado, no desea aventurarse en las que no conoce, prefiere ceñirse por ahora a la opinión pública, esa que Nietzsche describe como la pereza individual.
Finalmente el infantil caminante culminara su diario periplo con una sonrisa abierta ante el único sitio capaz de develar el secreto de las promesas, la fe y la esperanza, un cuartucho de laminas negras, tablas podridas, ramas por columnas, troncos, piedras y cubetas viejas por pupitres, un sitio en donde un profesor rural puede ser él único vínculo con su salvación ante un mundo que está en su contra…
Victor Roccas.
Agradezco infinitamente a Don Francisco Rodriguez por su gentil invitación a colaborar en este su espacio, Índice Político, está es mi colaboración número 100 y me siento honrado y orgulloso de quienes me han brindado su atención, amistad y cariño. Espero proseguir escribiendo para mi, para ustedes y ayudar a un despertar de la consciencia. Gracias, muchas gracias a todos.