Roberto Abe Camil
El siglo XIX mexicano fue un periodo difícil y convulso, si bien nuestro pasado era milenario, nuestras instituciones apenas nacían, por décadas solo conocimos de pronunciamientos, asonadas, guerras civiles, extranjeras y la mutilación de nuestra geografía. En este tenor surgieron héroes y villanos que han sido premiados o juzgados por la historia oficial según sea el caso y es ahí donde sobresalen los tres militares más prominentes del bando conservador e imperial: Miguel Miramón, Tomás Mejía y Leonardo Márquez.
La historia oficial que suele ser implacable con los vencidos ha sido benevolente con Miramón y Mejía, al primero lo han llamado “el gran equivocado” o “el joven Macabeo” se le ha reconocido su indiscutible talento militar y el hecho de haber concurrido a la defensa de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847, tanto así que su nombre figura en el primer monumento a los Niños Héroes a lado de sus compañeros cadetes, ha sido a su vez el presidente más joven de México, con tan solo 26 años. A Tomás Mejía, indígena puro otomí, nadie le niega también su destreza para la guerra, su energía en el mando, lealtad y congruencia en sus ideales católicos, conservadores e imperiales.
Caso distinto es el que atañe a Leonardo Márquez Araujo, el villano por antonomasia del México decimonónico, el hombre más temido, pero también el más odiado, su figura hasta el día de hoy es asociada a su legendaria crueldad y a una sangre fría que impresionaba a propios y a extraños. Su figura jamás exenta de la polémica ha derivado en que su nombre sea siempre asociado al repudio del cual hoy están exentos sus compañeros de armas.
No se pretende en estas líneas hacer una apología de Márquez o revindicar su figura, pero si presentarlo como un hombre producto de su época, de un entorno bélico y hacer mención de algo que incluso le fue reconocido por sus acérrimos enemigos, su talento nato y destreza para el arte de la guerra.
Leonardo Márquez nació en la Ciudad de México el 8 de enero de 1820, en el ocaso del Virreinato de la Nueva España, su padre fue oficial del Ejército Realista, por ende, su formación no solo fue inclinada hacia la milicia, sino que tuvo un fuerte acento religioso y conservador. Desde niño se habitúo a la vida cuartelera por los distintos destinos en los que sirvió su padre como militar, tanto así que a los diez años se unió como cadete a la unidad donde servía su progenitor, comenzando una fulgurante trayectoria castrense que si bien a pesar de haberse ofrecido como voluntario, no le permitió participar en combates en la guerra de Texas, el destino pronto se lo retribuyo con ríos de pólvora y sangre.
A partir de entonces participó en incontables combates, siempre peleando en el bando conservador y destacando como un oficial valiente, enérgico y al cuidado de su tropa, se forjó fama de honesto, pero a la vez de cruel. Cuando estallo la intervención americana se distinguió por su arrojo y valentía en batallas en Coahuila, Veracruz, y el valle de México, terminó la guerra como coronel. En el campo político se pronunció por Santa Anna lo cual lo llevó a separarse un par de años del ejército dedicandose a la agricultura, sin embargo, su espíritu guerrero y la buena estrella que pronto recobró Santa Anna lo reincorporaron al ejército de nueva cuenta.
Con la Revolución de Ayutla, evidentemente apostó por Santa Anna y la derrota del dictador lo exiliaron, primero en Cuba, destino que fue fundamental en su vida y posteriormente en Estados Unidos donde veló armas esperando el momento propicio para volver a México. Esto ultimo ocurrió al estallar la Guerra de Reforma y unirse a Miramón paladín de los conservadores. A largo de esta guerra, Márquez se convirtió en el azote de la República, a el se le deben la captura y fusilamiento en el mismo mes de junio de 1861 de Melchor Ocampo, Santos Degollado y el joven y carismático Leandro Valle, sin duda el mayor revés que sufrió la República en la también llamada Guerra de los Tres Años.
Pero sin embargo el hecho por el que ha sido siempre recordado es por la derrota que infringió a Santos Degollado el 11 de abril de 1859 cuando tomó Tacubaya y en consecuencia la ciudad de México ahí fusiló alrededor de 400 militares republicanos y a 53 civiles que eran médicos que había atendido a los heridos del enemigo y a algunos ciudadanos extranjeros, a partir de entonces fue conocido como “el Tigre de Tacubaya”, mote que lo acompaño hasta su muerte.
Al estallar la intervención francesa en 1862, se unió a los invasores e intento sin éxito reforzarlos previo la batalla de Puebla el 5 de mayo, los franceses lo apodaron “Leopardo Márquez”. Durante el Segundo Imperio, Maximiliano lo colmó de honores militares y lo nombró Lugarteniente del Imperio, lo envió en misión diplomática al Imperio Otomano y a Tierra Santa donde fue condecorado. Cuando la situación se complicó para Maximiliano, volvió a México para apoyar la comprometida causa del imperio, lo comisionaron para organizar refuerzos para el emperador y Miramón y Mejía en Querétaro, pero fue derrotado por Porfirio Díaz en la decisiva victoria del 2 de abril de 1867 en Puebla, luego Porfirio lo volvió a derrotar un par de meses después cuando tomo la Ciudad de México. Entonces Márquez huyó, se refugió con amigos y en una tumba abandonada en un panteón, logró llegar a Veracruz y de ahí por segunda ocasión a Cuba, donde se salvó de la pena de muerte, pues fue expresamente excluido de la amnistía que se concedió a conservadores e imperialistas.
En La Habana se dio tiempo de escribir su versión de los hechos, incluso envió un ejemplar de la misma a Bélgica a la Emperatriz Carlota, vivió en la tradicional calle de Obispo, primero de sus ahorros, luego del comercio, con la llegada del nuevo siglo fue al fin amnistiado por Porfirio Díaz, volvió a México pero no pudo con el ostracismo retornando por tercera ocasión a Cuba, donde vivió plácidamente y murió en la tranquilidad de su alcoba a la avanzada edad de 93 años, fue enterrado el 5 de julio de 1913 en una tumba muy digna y bien ubicada el histórico Cementerio Colón de La Habana, la cual al día de hoy se encuentra en perfectas condiciones. Márquez vio pasar por La Habana a Porfirio Díaz y a la Familia Madero en sus periplos al exilio, y contrario al destino que le correspondía tuvo una muerte apacible y de justos mientras dormía.