Juan Luis Parra
Nada más patético que una manifestación sin rabia, sin causa y sin dignidad. Lo de este 6 de diciembre no fue una marcha: fue un desfile de cartón, un carnaval forzado donde hasta los acarreados bostezaban. La llamada “Marcha del Tigre” se convirtió en la prueba más contundente de que Claudia Sheinbaum no tiene músculo propio. Necesita encuestas infladas, necesita a López Obrador, y ahora, necesita multitudes compradas.
Un mes después del asesinato de Carlos Manzo, la presidenta no logra levantarse del socavón político que abrió ese crimen. Ni la propaganda, ni los abrazos, ni las estadísticas maquilladas han bastado para borrar la mancha. Así que recurrieron a lo más viejo y cínico del manual: llenar el Zócalo con gente obligada, chantajeada o simplemente pagada.
La escena es casi tragicómica. Funcionarios municipales amenazados con descuentos si no iban. Camiones repletos de empleados públicos haciendo fila para pasar lista. 500 pesos por cabeza para fingir entusiasmo. Fotos obligatorias como prueba de lealtad.
¿Qué clase de tigre es este que solo ruge si le pagan?
Y lo más insultante: Claudia celebra la “libertad del pueblo” mientras su aparato de gobierno reprime la disidencia interna a billetazos y coerción.
El discurso oficial habla de “conciencia popular”, de “esperanza”. Pero las voces reales que recogió una youtuber infiltrada en la marcha pintan un cuadro muy distinto. Jóvenes hartos, empleados frustrados, asistentes que confiesan su presencia por miedo o necesidad. Algunos, con una franqueza demoledora, dijeron lo que todos sospechamos: “no venimos por gusto, venimos para no perder el trabajo”.
Y mientras tanto, en el templete, Sheinbaum lanza arengas contra bots imaginarios, acusa calumnias sin responder a ninguna y se niega a mencionar, siquiera de refilón, la crisis de violencia y salud que hay en México.
¿Dónde quedó la jefa de Gobierno que prometía cambio? ¿Dónde está la científica que abanderaba la racionalidad? Hoy se esconde detrás de discursos reciclados, adulaciones forzadas y una estrategia de simulación descarada.
Claro, hubo también testimonios de apoyo genuino. Ciudadanos mayores agradecidos por una pensión o beca. Personas que creen sinceramente en el proyecto. Pero incluso entre ellos se cuela la duda: ¿por qué, si hay tanto respaldo real, hace falta disfrazarlo con teatro?
La marcha no mostró fuerza.
Mostró debilidad. Mostró pánico.
Mostró que el “tigre” no es más que un peluche que necesitan sacudir para fingir que se mueve.
Una presidenta que necesita organizar su propio aplauso ya perdió el argumento. Un movimiento que fuerza la presencia de sus seguidores está más cerca del final que del inicio. Y una nación donde manifestarse libremente significa arriesgar el empleo o recibir una dádiva, no es una democracia: es una caricatura.
Hoy, más que nunca, el tigre ya no ruge. El tigre bosteza.





