CUENTO
Había una vez un señor que era muy rico, y se llamaba William, pero sus nietos, que lo amaban mucho, le decían “Tío Willy”. Los niños eran personas muy afortunadas, porque su abuelo siempre los colmaba de regalos y muchas cosas más. Todo lo que éstos le pedían, él siempre se los daba, pero ellos, ajenos a las cosas de adultos, desconocían el lado oscuro de su queridísimo abuelo.
En los últimos años la ambición del viejo parecía haber aumentado hasta lo absurdo. Un día, cuando se dio cuenta de que se le había pasado por alto una manera para hacer más dinero, no pudo dormir durante varias noches.
Al estar acostado en su cama, junto a su esposa, no dejaba de darle vueltas y más vueltas a su nueva idea. Una noche, después de varias semanas de estarlo pensando, decidió que a la primera hora del día tomaría el teléfono y llamaría a todos los gerentes de sus tiendas para darles la nueva orden. No iba a permitir que pasara un día más perdiendo dinero.
Cuando los gerentes escucharon su nueva orden, no pudieron hacer más que obedecer, a pesar de que a algunos de ellos les haya parecido un poco exagerado lo que su jefe les ordenaba.
-¡Pero es que nada! -les espetó el viejo a los gerentes que habían tratado de persuadirlo con su idea-. ¡He dicho que desde el día de hoy quiero que toda bolsa de alza sea cobrada…!
Y desde ese instante la nueva ley fue puesta y obedecida en todas las tiendas de abarrotes “D´Willy”.
Cuando esa vez los compradores se enteraron de la buena nueva, se molestaron mucho, pero en el transcurso de unos días terminaron por aceptarla. Porque después de todo a nadie se le obligaba a pagar las bolsas, ah, pero eso sí; todos los que no quisieran pagarlas tenían que llevar las suyas propias. El colmo de los colmos. Lo que antes era algo casi obligatorio por parte de cualquier tienda, ahora resultaba ser otra manera para sacarle más dinero a los compradores, que de por sí ya casi vivían en la miseria, y todo gracias a la gran visión empresarial del tío Willy.
Él, por cierto, tenía 70 años, y hasta ahora gozaba de una salud envidiable, tanto así que no aparentaba tener la edad que tenía. Gozaba a sus nietos como ningún otro abuelo. Cuando jugaba con ellos se convertía en otra persona, pero apenas los dejaba para irse a su oficina, volvía a ser el mismo empresario de siempre: ambicioso y despiadado.
Nadie excepto él sabía que a sus empleados no les pagaba lo que era justo, y éstos no podían dejarlo, porque irse a tatar de conseguir otro empleo equivalía a querer encontrar oro en donde no lo había. Por todo el país había una crisis horrible, y la gente la pasaba muy mal, excepto -claro está- los empresarios como el tío Willy. Éstos jamás sabrían lo que aquel hombre pobre y enfermo sentía, cada vez que veía cómo los pocos pesos que tenía se le esfumaban como agua en las manos.
Cuando fue a comprar en D´Willy se molestó muchísimo, porque al pasar a la caja para pagar se enteró de la nueva gran ocurrencia del dueño de este negocio. Después de discutir y reclamarle a la muchacha que cobraba, por fin dio su brazo a torcer. Al parecer solamente a él dolió pagar los 20 centavos que costaban cada una de esas bolsas. Cuando se dio cuenta de que su mercancía no iba a poder llevarlo todo agarrado, no le quedó más remedio que aceptar, con mucho disgusto, la buena idea del tío Willy. Entonces pagó 40 centavos por las dos bolsas.
Mientras el hombre pobre y enfermo salía de la tienda, no hizo más que imaginarse al tío Willy en su gran casa, o donde fuese que estuviese en esos precisos instantes, riéndose a sus anchas, disfrutando de todo su dinero. Entonces se llenó de mucha ira, y sintiendo tal cosa le gritó al aire: ¡Maldito seas D´Willy!…
Y era de esperarse que este hombre dijese semejante juramento, porque para él 40 centavos significaba mucho dinero, sin embargo no imaginó que su maldición se materializaría. Mientras esto le sucedía a él, el tío Willy se encontraba frente a su closet repleto de ropas y carísimos zapatos, tratando de saber qué es lo que se pondría para ir a visitar a su nieto favorito…
Después de soportar el tráfico vehicular una hora más de lo normal, por fin llegó a la casa de su hija. Se sentía muy contento por ir a ver a su nieto, porque él solamente una vez al año venía de visita. Los papás del niño se habían mudado a Estados Unidos para que él pudiese estudiar en ese país. Ahora era agosto, las escuelas estaban de vacaciones, y por lo tanto le había llegado la hora para venir a visitar a su rico abuelo.
Éste niño era el nieto al que más amaba el viejo, porque era el más guapo y apuesto de todos. A sus nietas casi no las tomaba en cuenta en el aspecto emocional, pero esto no significaba que no las llenase de regalos también.
El tío Willy ansiaba ver crecer a su nieto favorito para pasarle el timón del barco, porque es a él a quien le heredaría todas sus tiendas, lo cual era la parte más importante de toda su fortuna…
-¡Qué bueno que has venido, papá! -le dijo su hija cuando le abrió la puerta. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
-¿Qué pasa, hija? ¿Por qué estás llorando? -le preguntó su padre.
-Es él… Cuando llegamos al aeropuerto, de repente dijo que no se sentía bien. -La señora no dejaba de sollozar.
-¿Quién? -preguntó el viejo-. ¿Mi hierno?
-¡No, papá! -le contestó ella, molesta. ¡Él no ha podido venir! -añadió.
-Entonces ¿quién?
-¡Pues quién más! -exclamó su hija. Luego dijo-: Tu nieto. Mi hijo… Mi hijo está muy mal.
¡No sé qué es lo que tiene!
-¡Pues llevémoslo ya al médico! -le pidió su padre.
-¡Precisamente de ahí estoy viniendo! -le dijo ella. -En su voz había desesperación.
-¡No puede ser posible! -exclamó el viejo.
-Lo es, ¡papá! ¡Tu nieto está muy enfermo!
-¿Y qué fue lo que te dijo el médico? -quiso saber el tío Willy.
-¡Pues nada…! -contestó la señora. Luego de tomar aire dijo-: Le hicieron exámenes físicos y todo lo demás, pero no le pudieron encontrar nada…
Sentado junto a su nieto que dormía, el tío Willy por vez primera aparentó ser un hombre de 70 años, y solamente él sabía lo que estaba sintiendo en esos instantes de pura tensión emocional. Su hija, por el otro lado, no imaginaba que su padre tenía otra personalidad, algo que él jamás dejaría salir a flote mientras estuviese frente a ella. Lo que son las cosas. El viejo al menos era todo lo contario con su familia, de lo que era con sus empleados.
Después de pasado una semana el nieto favorito del tío Willy seguía sin despertar. Mientras tanto él no hacía más que insistirle a su hija de que debían de llevar al niño a otro país para que lo viesen otros médicos. Ella aceptó.
El niño fue llevado a Houston, primero; luego a Suiza, luego de vuelta a América, a Cuba; ¡nada! En ninguno de estos lugares pudieron darle un diagnóstico de lo que tenía. Entonces el tío Willy empezó a desesperarse, y su hija también.
Un día, después de superar un poco su frustración, le dijo a su hija que no podían rendirse, que había que seguir buscando hasta encontrar la respuesta a lo que le sucedía al niño. Mientras todo esto sucedía, su nieto seguía sin despertar. Cuando su abuelo o su madre lo veían, por más que lo pensaban no podían entender qué es lo que le había sucedido.
-¡Internet, claro! -exclamó el tío Willy un día que se encontraba meditando sobre las posibilidades que podían existir para su nieto, y rápidamente se levantó de donde estaba sentado para ir a comunicárselo a su hija. Sin perder ni un sólo segundo ella y su padre enseguida se pusieron a buscar.
Después de más de dos horas navegando por el mar cibernético, ya habían encontrado a los cinco más eminentes pediatras de todo el mundo; y grande fue la sorpresa que se llevaron al ver que uno de ellos vivía en donde estudiaba el niño: en California. Entonces su mamá sonrió, y su abuelo también. Después de tanta preocupación, por fin les pareció ver una esperanza. Los dos sintieron una dicha inmensa.
La mamá del niño telefoneó a su marido, y le dijo que iban para allá. Su esposo -que detestaba a su suegro- cuando se enteró de lo que le había sucedido a su hijito, solamente pensó que todo la culpa era de él, y no imaginó que estaba en lo cierto. Sin embargo, ni él ni su esposa lo podrían probar nunca, aparte de que ella amaba mucho a su padre como para tener que odiarlo. Él por el contrario nunca le perdonó a su suegro de que lo haya tachado de un don nadie cuando enamoraba a su hija. -Seguramente que sólo te quieres casar con ella por su dinero -le había dicho su futuro suegro. -Ahora el esposo de su hija ya era un hombre exitoso, pero sin tener la ambición desmesurada de su querido suegro…
El niño fue examinado por el prestigioso pediatra, el cual tampoco pudo encontrarle nada. Tanto sumadre como su abuelo se sintieron devastados al ser notificados sobre su situación.
-Ha caído en un coma profundo -les dijo el médico-, pero el problema es que no he podido encontrar el por qué.
-¿Y qué podemos hacer? -quisieron saber los dos.
-Esperar y tener fe de que despierte.
-¿Y si no? -preguntaron.
-Pues no lo sé -les respondió el pediatra-. Solamente el tiempo se los dirá, yo no. Créanme que lo siento mucho, pero ya no hay nada que se pueda hacer. El niño está en coma, y el motivo es un verdadero misterio…
Después de sucedido todo esto ambos decidieron dejar al niño en este lugar. Pensaron que de esta manera él podría estar en observación todo el tiempo. Por lo visto no perdían la esperanza de verlo recuperarse, de verlo despertar de su sueño profundo.
Madre y abuelo se turnaron las noches para quedarse a dormir en su cuarto. Y así es como empezaron a transcurrir los días… Después de una semana la cara del tío Willy estaba muy demacrada por tanta preocupación y por la falta de sueño; ya casi hasta ni recordaba quién era.
Una mañana, cuando se enteró de que tendrían que quedarse un poco más de tiempo en éste lugar, agarró su teléfono y le marcó a su esposa. Entonces le dio órdenes para que fuese a supervisar sus tiendas. Ella, que nunca había hecho nada parecido, aceptó…
Una tarde que el tío Willy se sentía muy angustiado, decidió salirse del hospital para irse a caminar. Pensó que distraerse un poco le sentaría muy bien a su alma alterada. Después de pasearse un poco por el centro de la ciudad, optó por irse a conocer las tiendas que había en los alrededores. Entonces miró los escaparates de un tienda de ropa para caballeros, luego una tienda de regalos y recuerdos de la ciudad… , y así siguió haciéndolo, hasta que fue a dar frente a una librería.
Al estar parado frente al cristal, enseguida empezó a mirar los libros…, hasta que súbitamente su mirada se detuvo sobre la cubierta de uno que le llamó muchísimo la atención.
Entonces muy presuroso entró a la tienda, y se acercó a mirar más de cerca aquel volumen.
Era un cuento infantil. El viejo tomó el libro y miró de manera detenida el dibujo que había captado su atención. Era el dibujo de un niño que dormía en una cama. Junto a su cama había un hombre que parecía estar preocupado, y que tal vez era su padre. El viejo, al verlo, supo que esa hombre era él, y el niño que dormía su nieto. El título del cuento estaba escrito con letras muy bonitas, y se llamaba “EL NIÑO RICO”, escrito por un tal Anthony Smart.
El tío Willy, quien hacía mucho tiempo que no sentía más que angustia y desesperación, empezó a sentir una agitación tremenda, algo parecido a la euforia. Y sin poder ocultar toda su excitación, se dirigió a la caja para comprar el cuento. Después de pagarlo salió la librería y tomó un taxi para regresar a donde se encontraba su nieto…
Al entrar en su cuarto se quitó el abrigo lo más rápido que pudo, y ni calma tuvo de colgarlo en el perchero que estaba junto a la puerta. El abrigo fue dar al suelo. Lo único que ahora él quería era abrir el libro y empezar a leérselo a su nieto. El tío Willy no sabía por qué, pero tenía la sensación de que la lectura podía obrar un milagro.
Entonces pareciéndose al señor de la portada del libro acercó lo más que pudo su silla junto a la cama de su nieto y empezó a leerle la historia del dibujo. El tío Willy leyó: “Había una vez un señor muy rico…” Cuando terminó de leer el cuento sus ojos estaban bañados de lágrimas, porque la historia se parecía mucho a lo que él estaba viviendo en esos instantes.
Después de meditar mucho sobre lo que había leído, pensó que tal vez a su nieto le había sucedido lo mismo que al niño del cuento, y que el culpable de todo era él; no, más bien su ambición.
-Tal vez y si yo hago lo mismo que el papá del niño, mi nieto también recobre la salud -se dijo para sí mismo el tío Willy. -Lo que hizo a continuación fue llamar a su hija para decirle que se regresaba a México, porque tenía algo muy urgente que hacer, algo que podría salvar a su queridísimo nieto. Su hija desde luego que dijo que estaba bien. No le preocupaba quedarse sola, ya que ese mismo día su marido -que se había ido de viaje de negocios- llegaba para estar con ella. El señor iba a ahorrarse el mal momento de ver a su suegro.
…El tío Willy abordó el primer vuelo que encontró disponible. Durante todo el viaje de regreso a su ciudad no hizo más que imaginarse que a él también le sucedía lo mismo que al papá del niño del cuento. Imaginó que después de reparar los daños ocasionados por su ambición su nieto enseguida volvía a despertar.
Cuando por fin se bajó del avión todo lo que hizo fue dirigirse hacia una de sus tiendas más cercana, pero para hacer esto necesitó tomar un taxi. Sentado en el asiento trasero de aquél vehículo, no dejó de gritarle al conductor que por favor se diese prisa. Eran las siete de la mañana y había mucho tráfico; llegar hasta la tienda le tomó más de una hora al vehículo.
Al verlo traspasar la puerta del súper, el gerente se asustó muchísimo, porque el tío Willy nunca se aparecía en persona. Todas sus órdenes -como lo del cobro de las bolsas- siempre las había dado por teléfono.
-¡Don William! ¡Qué gusto es verlo! -lo saludó su empleado con tono zalamero-. ¿A qué se debe su grata presencia? -le preguntó. -Y el tío Willy le contestó:
-¡Nada de formalismos, por favor! Luego añadió-: ¡Solamente he venido para pedirte que a partir de ahora ya no se cobre ninguna bolsa más, ni en esta tienda ni en ninguna de las otras!
¿Está claro?
-Pero don William…-empezó por decir el gerente.
-¡Pero nada! ¿Escuchó? O hace lo que le dicho o queda usted despedido ahora mismo.
-¡Sí, señor! Lo que usted mande. ¡Ahora mismo llamo a todas las demás tiendas! -le contestó el gerente, y se dio la media vuelta para irse.
-Ah, pero no sólo eso -lo interceptó el tío Willy. -El gerente volvió a regresar tan rápido como pudo para escuchar lo que le tenían que decir. Estaba muy nervioso por la visita de su patrón.
-Después de que les digas la orden que te he dado -fue diciendo el tío Willy-, quiero que también les comuniques que a partir de este día les aumentaré su sueldo, a ellos y a todos los que trabajan para mí. Ah, ¡una cosa más! ¡Antes de que se me olvide! -¡Lo escucho, jefe! ¡Dígame! -También quiero que les des otra orden más.
-¿Otra? -preguntó el gerente, incrédulo.
-Sí, ¡otra! -dijo el tío Willy, con fastidio-. Quiero que les digas que pongan toda la mercancía a mitad de precio.
El gerente, al escuchar esta noticia se quedó estupefacto, así que el viejo, al ver que no se movía le dijo-: ¡Pero dese prisa, que es para hoy!
-¡Sí, jefe! ¡Enseguida los llamó! -le respondió el encargado, y se retiró a toda prisa.
Ese día nadie pudo creer lo que sucedía. Toda la mercancía estaba abaratada, y las bolsas volvían a ser gratis, como antes.
-Son órdenes del dueño -decían los cajeros, cuando los compradores les preguntaban el porqué.
-Tal vez y se ha vuelto loco -decían muchos. -Tal vez y ya está harto de ser muy rico -murmuraban otros. Sin embargo nadie sabía la verdad, por qué al viejo de repente se le había dado por volverse un completo samaritano.
Después de darle un recorrido a su tienda, el tío Willy se fue a su mansión. Cuando llegó encontró que la casa estaba sola. Su esposa había salido a pasear con sus amigas.
-Es mejor que no lo sepa -le dijo a su hija, cuando ella le preguntó que qué le inventarían a su mamá cuando ella preguntase por su nieto. -Sentado en la cocina, donde todo era silencioso, el tío Willy escuchaba a su estómago rugir. Tenía mucha hambre, pero no ganas de comer; y también mucha sed. Entonces se levantó de su silla y se sirvió un vaso grande de agua, el cual tomó muy rápido. Después de unos minutos empezó a sentir nauseas, debido a la preocupación y al hambre que sentía.
Permaneció sentado un rato más, hasta que decidió irse a acostar. Subió las escaleras que conducían a su dormitorio, muy lentamente. Se sentía débil y viejo, algo que nunca antes había experimentado; siempre les había presumido a sus nietos ser muy lozano. Al llegar a su cama se acostó sin desvestirse o cambiarse de ropa. No tenía fuerzas para hacerlo.
Después de estar un rato acostado, se dio cuenta de que no podía dormirse. Entonces decidió que lo mejor que podía hacer era levantarse para ir a tomar el aire fresco de su gran jardín. Pensó que tal vez y al respirar el aroma de todas aquellas flores su cuerpo recuperaría un poco su vitalidad de antes. Y así es como hizo acopió de sus pocas energías para volver a levantarse.
Después de arrastrar una silla hasta su terraza, hizo cuanto pudo por dominar los nervios que lo seguían torturando…, pero de repente, unos pensamientos se le aparecieron de la nada y enseguida lo empezaron a atosigar.
“Por mi culpa” “Todo es culpa de mi maldita ambición de querer hacer más dinero…”Ahora mi nieto no despierta…” “¡Qué dolor más grande es el que estoy sintiendo…!”
Las horas que sucedieron a continuación le parecieron infinitas al tío Willy…, hasta que por fin empezó a ver cómo la luz del sol se extinguía. “Ahora sí”, pensó. “Estoy seguro de que para estas horas del día mi nieto ya se ha despertado como el niño del cuento, porque mis actos malos ya los he compuesto…”
Cuando su terraza quedó completamente oscura, el tío Willy entró a su casa para ir a comprobarlo. Descolgó el teléfono que estaba en la sala y le marcó a su hija. Cuando la llamada entró los bips enseguida empezaron a sonar en su oído. Entonces se empezó a impacientar de una manera muy horrible. Se rascaba la cabeza, y sus pies no dejaba de moverlos. Uno, dos, tres… El timbre de la llamada sonó varias veces más, hasta que por fin escuchó a su hija decir “¿Hola…?”. -¡Hija, soy yo! -le respondió el tío Willy, muy entusiasmado-. Solamente hablo para saber… si mi nieto ya ha despertado. -Se hizo un silencio al otro lado de la línea. -Bueno, hija. ¿Sigues ahí?
-Sí, papá. Perdón. Es sólo que…
-¡Dilo ya, hija! ¡Por favor!
-No, papá -le respondió ella, muy abatida. Tu nieto… ¡tu nieto sigue estando en coma…!
-¿Por qué no ha funcionado? -se preguntó el viejo así mismo-. ¿Por qué…? ¡Si yo también he hecho lo mismo que el señor del cuento…!
El tío Willy no sabía una cosa, que los cuentos sirven para dar lecciones, pero que a él, al estar cegado por su ambición, se le había olvidado detenerse un rato para aprenderlos. Así que ahora ya era demasiado tarde. Nada de lo que él intentase ahora haría despertar a su nieto.
Después de ese día, al llegar el tercero, el niño dejó de respirar. Nadie nunca supo lo que le había sucedido, ¡nadie!, excepto su ambicioso abuelo.
Después de morir su nieto, el tío Willy vivió el resto de sus días en una tristeza muy profunda. Y aunque tenía más nietos, ninguno de ellos ocuparía jamás el lugar de aquel que ahora ya no vivía. .
Todo lo que él hizo después en vano fue. Bajar sus precios más y más, etcétera. Al no vivir más su nieto favorito, ya nada le importó. Hacer dinero dejó de ser su más grande prioridad en la vida. Su fortuna era grandísima, así que aunque sus tiendas se fuesen a la quiebra él nunca conocería la pobreza, menos la de aquel hombre enfermo, quien en el calor de su ira lo había maldecido aquel día.
El tío Willy jamás lo sabría tampoco, que la maldición dicha en su nombre le había caído a su amado nieto. De haberlo sabido, ¿acaso habría buscado al hombre pobre para enmendar su error?
Lo que es la vida. Nadie se da cuenta de nada hasta que le suceden cosas.
Después de una semana que murió el niño, el hombre pobre moría en su choza, solo, sin más compañía que las bolsas de sus compras en D´Willy. Él nunca lo supo tampoco, que con su muerte se había llevado, no sólo la vida de un niño inocente, sino que también el alma de un hombre muy ambicioso: el del tío Willy.
FIN.
ANTHONY SMART
Julio/20/2017
Julio/31/2017