De La Torre Gerardo
Una instantánea de segunda generación. De la segunda edición (ampliada), que si tengo suerte será publicada este año. El tono de Juan Tovar
Hacia 1963, un grupo de escritores que comenzábamos a batirnos con la narrativa nos reuníamos a comer una vez al mes o cada dos meses en el restaurante Hipódromo (bajos del hotel Roosevelt), en la confluencia de Yucatán y avenida de los Insurgentes, colonia Roma Norte. Allí recalábamos Bernardo Giner de los Ríos, Juan Tovar, José Agustín, Eugenio Chávez, Xorge del Campo, yo y dos o tres cuyos nombres se me han escapado.
En una mesa rinconera nos dedicábamos, con ansiedad de piratas, a beber tarros de cerveza rebosantes de espuma y en algún momento pedíamos carne tártara aderezada con angulas (de las que en nuestros tiempos no aparecen ni de chiste), o bien gordas salchichas recomendadas por el menú alemán de la casa.
En tales reuniones no adoptamos la ridícula costumbre de leernos nuestras modestas prosas persiguiendo elogios rutinarios. En cambio, enjundiosamente debatíamos temas literarios, políticos, amorosos y deportivos, y no era infrecuente acabar a mentadas de madre. Nuestros autores favoritos eran Tolstói y Dostoievski, Rulfo y Martín Luis Guzmán, Salinger y Scott Fitzgerald.
Para alguno, la mejor novela de Tolstói no era Guerra y paz sino Ana Karénina, ¡hombre, qué hondura de personajes! Otro ponía El guardián entre el centeno por encima de El gran Gatsby. Xorge del Campo, que con unos cuantos tragos encima comenzaba a hablar ceceando como español, nos recordaba cada vez que estaba preparando una antología de la narrativa joven que incluiría a todos los amigos.
Una tarde invernal (recuerdo que nos hallábamos pertrechados con suéteres y chamarras gruesas; acompañábamos las cervezas con tequilas) sentenció alguno:
—Tengo muchas historias que contar, pero no encuentro el tono.
A Juan Tovar le brillaron los ojos bajo los gruesos cristales de los anteojos. Juan era el más callado de nosotros, quizá porque no le gustaba exhibir su leve tartamudeo.
—Pues yo ya encontré el tono —dijo—, pero no tengo nada que contar.