José Luis Parra
Era cuestión de tiempo. El Tren Maya se salió de las vías. Literal y simbólicamente. Y no, no es una metáfora rebuscada. El vagón 304, que iba de Cancún a Mérida, se descarriló al llegar a la estación de Teya, Yucatán. Afortunadamente nadie murió. Al menos en el accidente. Lo que sí quedó herido fue el ego del régimen y la narrativa de que todo avanza a “paso firme”.
Porque el tren de la Cuarta Transformación no sólo se descarriló en las vías férreas. Hace tiempo que se salió también del riel moral, de la lógica democrática y de la supuesta austeridad franciscana. Hoy el movimiento que prometía barrer la corrupción con una escoba de oro, va atascado en lodo… con escoba prestada, vendida, y facturada en tres partes.
A huevo, el balasto
Si hay un mantra que define a esta etapa del régimen es el de “no somos iguales”. Y tienen razón: han perfeccionado el modelo.
De acuerdo con un reportaje de Latinus, “El Clan”, formado por primos incómodos de los López Beltrán, hizo negocio redondo con el balasto del Tren Maya. Ese balasto —piedritas mágicas— no contaba con certificaciones de calidad. Pero como todo en este régimen, bastaba con la bendición. “A huevo, la mochadita”, dijo Pedro Salazar Beltrán, primo de Andy y Gonzalo, en una llamada filtrada. Ya lo advertía él mismo con precisión profética: “cuando se descarrile el tren va a ser otro pedo”.
Y sí. Ya se descarriló.
El problema no es el tren
Porque el descarrilamiento más grave no es el del tren de Teya. Es el del movimiento de la 4T. Hoy más parecido a un sindicato mal organizado que a un partido gobernante. La arrogancia del poder los llevó a creerse blindados. Pero la historia, que no perdona, les recuerda que los trenes no vuelan.
Hay una diferencia entre el humo del tren y el humo de la impunidad. Uno avanza. El otro ciega.
El sistema de control de daños ya entró en modo pánico. Por eso urge —según voces internas— un negociador bilingüe, no fanático, que no diga “sí señor” a todo. El problema es que esos ya se fueron. O los corrieron. O están viendo cómo salvarse del juicio de la historia.
El fierro viejo del caudillo
AMLO había prometido que no iba a fallar. Que la transformación era irreversible. Pero el tren avanza con materiales chuecos, soldaduras mal hechas y contratos familiares. Y cuando el peso de la simulación rebasa al acero de la voluntad, pasa lo que pasa: descarrila.
Hoy, mientras el ex presidente juega a heredero histórico de Benito Juárez, la locomotora del movimiento cruje, vibra y hace cortocircuito. Claudia Sheinbaum sonríe nerviosa, pero no mueve el timón. Sabe que este tren ya no lo maneja ella. Ni lo va a reparar.
Nadie salió herido… todavía
En el accidente de Teya, milagrosamente, nadie salió herido. Pero el otro descarrilamiento —el político, el moral, el institucional— está dejando fracturas de largo plazo.
El balasto falso, el Clan impune, la 4T fuera de control… son síntomas de una vía perdida. Y si alguien cree que es posible regresar el tren al riel, más vale que empiece por revisar el motor.
Porque aquí nadie frena. Y la curva que viene es pronunciada.