José Luis Parra
En los tiempos del “terrorismo económico”, cuando la inflación y los capitales se escapan sin permiso, el gobierno mexicano ha decidido que los militares, esos que deberían estar enfrentando al crimen organizado o reconstruyendo la seguridad nacional, sirvan desayuno buffet y organicen talleres de actitud de servicio. Bienvenidos al México donde las Fuerzas Armadas gestionan hoteles y rentan bicicletas.
Porque sí: mientras los muertos se amontonan en el país, la Sedena administra spas en Tulum y cafeterías en Calakmul. La guerra contra el narco va en picada, pero el temazcal está en remodelación. Prioridades, les dicen.
Los hoteles del Grupo Mundo Maya, operados por una empresa paraestatal militar de nombre interminable y vocación hotelera aún más confusa, arrancaron su vida turística con la gracia de un elefante en la cristalería. La ocupación fue baja, el servicio deficiente y el nivel de improvisación digno de una comedia involuntaria.
Para corregir, se gastaron más de 13 millones de pesos en talleres para enseñar a los empleados a sonreír y no equivocarse con la cuenta. Literalmente: pagaron millones para explicar qué hace el personal de recepción y cómo evitar que el huésped se fugue a mitad del desayuno. “Diagnóstico e intervención en cultura”, le llamaron. Porque al parecer los soldados no sabían que un hotel no se administra como un cuartel.
¿Y los resultados? Opacos. La única claridad es que la información sobre ocupación hotelera es tan secreta como los planos del AIFA o las licencias ambientales del Tren Maya. Si hay huéspedes o no, es información clasificada. Seguridad nacional, ya sabe usted.
El problema no es que se construyan hoteles cerca de zonas arqueológicas. El problema es que lo haga el Ejército, que los administre el Ejército, que los regenteé el Ejército y que el fracaso lo maquille el Ejército. La militarización ya no es sólo del espacio público, sino también del turismo. El mensaje es claro: el país está a cargo de los generales, y ahora también sus vacaciones.
Por si fuera poco, los hoteles fueron construidos a precios de película de horror: el de Uxmal costó más de mil 300 millones. ¿Lujo? ¿Infraestructura de alto nivel? No, burocracia castrense y habitaciones que no se llenan. En Calakmul, dentro de una reserva natural donde está prohibido construir, pusieron el hotel con más discreción que una pista de aterrizaje. Sin alberca, eso sí, porque son “ecológicos”.
Y mientras tanto, la Generación Z, esa que podría tomar las calles y cuestionar el statu quo, prefiere grabar videos en TikTok. El crimen se organiza mejor que el turismo oficial. Y el Estado se dedica a tapar su ineficiencia con contratos de capacitación emocional.
Así está México en 2025: militarizado, vacío, caro y sin reservas. Ni hoteleras ni políticas.





