CUENTO
Angostino se la había pasado esperando con unas ansias enormes la fecha para sus cumpleaños número 73. Hacía más de tres años que se había jubilado, dejando así libre el camino para nuevos talentos, que como él -cuando tenía unos dieciocho años- seguramente estarían esperando también su gran oportunidad.
Su vida como jubilado, en los últimos meses, se había convertido para él en la cosa más aburrida. Porque después de todo, sus viajes por todo el país ya no le sabían a nada. Angostino ya estaba harto de tanto viaje y compras, de tanto andar, de tanto llegar a hoteles que, después de unos días terminaban por hacerlo sentir vacío.
Su esposa a duras penas y había podido seguirle el ritmo. Un año entero de viajes fue todo lo que ella pudo aguantar. Después, cuando su esposo un día le comunicó que quería irse por un mes entero a un crucero por los lugares más remotos del mundo, ella, pensando en todo lo que eso supondría, acercándose a él, le dijo: “ve tú, que yo no quiero…” Angostino no quiso insistirle. “Lo mejor”, pensó el jubilado, “es no agobiarla con mis cosas”.
Los días pasaron rápido y, el día para aquel viaje llegó. Angostino se sentía muy contento. Ésta sería la primera vez que saldría de su país. En unas pocas horas más, se encontraría ya sobre aquella enorme embarcación, que –como decía el anuncio- era una de las piezas más asombrosas jamás creada por manos humanas…
De regreso al presente, sentado sobre aquella silla de plástico, Angostino solamente miraba a través de la ventana que daba a la calle. En una de sus manos sostenía su teléfono celular. Llevaba esperando así, por más de tres horas. Su mirada, como su vida misma, parecía haberse cansado ya de toda la monotonía.
Un día sí y otro no. El estado de ánimo del jubilado cambiaba. Dependiendo de si estaba nublado o no, era que se sentía abatido, o todo lo contrario. Cuando afuera hacía un clima estupendo, cuando el cielo se mostraba de un azul prístino, Angostino, siempre volvía a sentirse un hombre renovado.
Aprovechando entonces la buena racha de bienestar, Angostino iba y buscaba las tijeras y demás instrumentos. Después, con un sombrero cubriéndole su cabeza, y teniendo el cuerpo ya embarrado de protector solar, salía hacia la parte trasera de su jardín.
El jubilado gastaba varias horas de su tiempo en podar, limpiar y en embellecer su ya de por sí hermoso jardín. Su esposa, que hacía meses que se mantenía en cama, debido a una enfermedad, se habría sentido muy contenta de su trabajo. Al pensar en ella, a él se le ocurrió sacar su teléfono. Entonces se puso a tomarle muchas fotos a todo el jardín.
Un día de esos, de buena racha emocional, mientras Angostino limpiaba sus utensilios, escuchó una voz. En un primer instante aquello le pareció un susurro. Los cantos de los pájaros no le dejaban escuchar con claridad. ¿Habría sido aquello una imaginación suya? “Angostino”, volvió a decir la voz, esta vez un poco más fuerte.
¿Quién eres? ¿Y qué se te ofrece?, preguntó el jubilado al chico que se encontraba al otro lado del muro, acechando. “Acércate hacia mí y te lo diré”, le respondió el joven. Angostino accedió. Dando pasos cortos, y mirando hacia atrás, fue aproximándose hasta aquel muchacho, quien le sonreía de una manera desconcertante.
Ahora sí. ¿Puedes ya decirme quién eres?, preguntó de nuevo Angostino. El chico, levantando su cabeza, miró hacia el cielo. “Qué cuello más hermoso tiene”, observó el jubilado. “De no ser por esa mancha que tiene encima, sería perfecto”. “¿Qué será?”, deseó saber.
“¿De verdad quieres saberlo?”, preguntó el joven al mirar nuevamente al jubilado. Angostino, que miraba embelesado sus hermosos ojos, de manera autómata, le respondió que sí. “SOY LA MUERTE”, dijo el muchacho. “Y he venido a buscarte”, añadió, sonriendo. “¡Eso no puede ser posible!”, objetó enseguida el jubilado.
Desconcertado como estaba, se puso a mirar sus manos. “Ah, ¿no me crees?”, inquirió el muchacho. “Mejor sería que lo hicieras”. “Hoy, a partir de las seis, cuando el reloj marque las 6:06, tu corazón empezará a latir muy fuerte…” “¡No!” “¡Eso es una mentira!” “Vamos, Angostino”, replicó el joven. “No tengas miedo. Es algo normal y natural”. “Todo este tiempo te he visto. Así que deberías de estarme agradecido”. “Sé lo muy aburrido que has estado, con tu vida llena de pura monotonía…” -La muerte hizo una pausa, que Angostino aprovechó para reclamar: “¡Pero y ella!” “¡¿Qué será de ella sin mí?!”. La Muerte en forma de muchacho hermoso le respondió: “¡Ah! ¡Por ella no te preocupes!, que hoy mismo en la mañana, después de llevarte conmigo, regresaré enseguida y… me la llevaré también, conmigo…
FIN.
Anthony Smart
Agosto/16/2019