CUENTO
Jóvenes de diferentes edades hacían cola frente al módulo de empleo de la empresa Kekén. Alguien, que se encontraba sentado no muy lejos de ahí, los observaba. Miraba sus rostros e intentaba adivinar sus pensamientos. “Pobres, pobres, pobres…” ¿A dónde irían a parar todas esas personas? ¿Cuál podía ser el futuro de todos ellos? ¿Y cuántos como ellos habrían en todo el mundo?
Intentaban emplearse en una empresa grande, la cual, desde el primer instante en que pasaran a formar parte de ella, solamente les pagaría sueldos miserables. “Malditos empresarios gandallas…” Pero al parecer a nadie, absolutamente a nadie, parecía importarle todo esto. O lo aceptaban, o no había nada. Por lo tanto, ¿qué opción más podían tener esos pobres desgraciados hombres jóvenes?
Así que aquí estaban ahora, esperando sus turnos para ser entrevistados de manera muy breve. Algunas preguntas de rigor, y después, si uno estaba interesado en la nueva forma de esclavitud, enseguida le extenderían un papel para firmar y dar su consentimiento para ser explotado y mal pagado; no, más bien para pasar a formar parte de la gran y maravillosa familia Kekén.
Mientras tanto. En algún otro lugar, dentro de una de las naves de Kekén, un joven llamado Egg Cited bañaba a los cochinitos de su área. Unos cien metros de jaulas, repletas con cerditos de unos ochenta kilos cada uno, se extendían a lo largo de aquel terreno. Toda esta área le correspondía atenderlo solo a Egg Cited.
Egg Cited era un joven que de tonto no tenía ni un solo pelo, pero frente a los demás, él siempre disfrutaba de aparentar todo lo contrario. A la hora del descanso, por ejemplo, cuando le tocaba reunirse con sus demás compañeros para comer, enseguida empezaba a decir un montón de sandeces. “Muchachos, ¿alguna vez se han imaginado tener una camioneta como la del jefe…, o al menos un cochecito en el cual poder pasear con sus novias o familia?” “¿Alguna vez se han imaginado ganar lo suficiente como ir a la playa aunque sea una vez el año?”, les preguntaba. Pero ellos simplemente no respondían nada. Poco o nada les importaba todo este tipo de inquietudes o de anhelos. “¡Estúpdos!”, pensaba siempre Egg Cited. “Jamás se darán cuenta de que los explotan…”
Cuando el receso terminaba y Egg Cited caminaba de regreso a su área, solamente se ponía a meditar sobre sus compañeros. Pensaba que aunque les dijese una sarta de “tonterías” para hacerlos revelarse un poco, ellos simplemente jamás lo harían. Poco o nada podía importarles sus salarios y condiciones como empleados. “Pues muy bien”, pensaba Egg Cited. “Si eso quieren, ¡pues ya no me preocuparé más por ellos”.
Muchas eran las veces en que Egg Cited había sufrido alguna injusticia por parte de la granja, pero, a la hora de reclamar sus derechos, siempre terminaba perdiendo. No se podía competir con ellos, y él bien que ya lo había aprendido. Así que ¿qué era lo que podía quedarle, sino que amarrárselos y aguantarse?…
Pero un día, cuando se dio cuenta de que había adquirido súper poderes, enseguida se le ocurrió la mejor manera para hacer buen uso de ellos. Gracias a que un rayo le había pegado su cuerpo, Egg Cited había obtenido la capacidad de reducir el tamaño de cualquier objeto, con sólo tocarlo. Todo había sucedido un día en que una tormenta eléctrica se posó sobre la granja. Egg Cited se encontraba, como siempre, bañando a los cochinos de su área. Sentía mucho miedo cada vez que veía como los rayos golpeaban sobre la tierra. La tierra cimbraba bajos sus pies. Al final, su temor de ser alcanzado por uno de esos rayos se hizo realidad, pero milagrosamente él no había muerto.
La primera vez que Egg Cited decidió usar sus súper poderes fue cuando su cheque llegó mal. Después de ir a reclamarlo, solamente le dijeron que los días de trabajo que el registro de asistencia mostraba concordaban con los que aparecían en la paga. Egg Cited enseguida alegó que el sistema no había registrado dos días más que él sí había trabajado.
“Lo siento mucho”, había respondido la secretaria, la cual era lambiscona de sus jefes, “pero no hay nada ya que se pueda hacer”. “Ah, ¿no?”, enseguida pensó Egg Cited. “Pues ahora verán que sí, malditos explotadores…” Acto seguido salió de la oficina, completamente lleno de furia, aporreando la puerta. “¡Qué genio!”, había exclamado la secretaria al escuchar el ruido. Se sentía muy contenta por haber defendido los intereses de sus jefes.
“Ja ja ja. Ja ja ja”. “¡Esto va por ti, secretaria lame culos, y por tus jefes que se han hecho mega millonarios a costa de nosotros, sus pendejos esclavos-empleados…” Enseguida llegar a los corrales, Egg Cited se puso a pensar. “¡Con cuántos podría alcanzarme?”, había empezado a meditar. Ya casi era hora para la salida.
“¿Uno?” “No. ¡Es poco!” “¿Tres entonces?” “No. ¡Tampoco quiero propasarme…! Pero… ¡Al carajo!”, terminó por pensar Egg Cited. “De ahora en adelante seré yo quien haga justicia”. ¿Cuántos eran los empleados en aquella granja? Egg Cited no lo sabía. Kekén tenía unas cuatro granjas en todo aquel estado, y tenía previsto abrir dos o tres más en los años venideros…
“¡Estúpidos!”, exclamaba Egg Cited, mientras miraba como dos cochinos se quedaban del tamaño de granos de alimento. Luego, cuando los animales ya estaban muy pequeñitos, Egg Cited enseguida se agachó para levantarlos. Después se los guardó en la bolsa delantera de su pantalón. Si ellos lloraban, no habría ningún problema. Porque al ser muy pequeños, sus voces se habían vuelto imperceptibles para los oídos humanos…
Al día siguiente fue sábado, y era el descanso de Egg Cited. Después de desayunar con su novia, se despidió de ella y le dijo que estaría de vuelta después del mediodía. Eran apenas las ocho de la mañana. Egg Cited ya sabía hacia qué pueblo debía de dirigirse, así que para allá condujo…
Después de una hora, apenas llegar al lugar, se puso a pregonar por los animales. Y no había tardado nada en encontrarles compradores. Su táctica de anunciarlos como “vendo cerdos americanos” había rendido sus frutos. Varias personas querían comprar los cochinos, pero Egg Cited les dijo que solamente traía dos.
Pero entonces les había prometido que la próxima vez traería más. Todos respondieron que querían tener unos cochinos igual de hermosos.
“Por cierto, joven, ¿en dónde están los que ahora le he pagado?, quiso saber el comprador. Egg Cited le respondió que los tenía guardados en un lugar no muy lejos de ahí. “Iré ahora mismo a buscarlos para traérselos”, le dijo al señor. Y se fue.
Apenas avanzar donde las gentes ya no lo alcanzaban a ver, Egg Cited se bajó de su camioneta, sacó los cochinitos de su pantalón, los colocó dentro de la parte trasera de su camioneta y… les puso una mano encima. Lentamente entonces empezó a suceder. Los dos cochinitos fueron adquiriendo su tamaño original. Después de unos instantes, ya estaban listos para ser entregados a sus nuevos dueños. Egg Cited se volvió a subir a su camioneta y regresó a donde lo esperaban sus demás futuros compradores…
“Ha sido un placer hacer negocio con usted”, le dijo al señor. “¡Nos vemos la próxima semana que viene!”, manifestó a las demás gentes, mientras se subía otra vez a su vehículo. “Hasta entonces”, respondieron las personas, visiblemente muy contentas. Egg Cited encendió su camioneta, y mientras esperaba a que el motor se calentase un poco, aprovechó para contar una vez más el dinero de los dos cochinitos…
FIN.
ANTHONY SMART
Junio/03/2018