De memoria
Carlos Ferreyra
Nunca se olvida al inolvidable profesor de primaria J. Trinidad Gayardo, nunca habló mal de un ex mandatario pero las conversaciones que tenía con sus alumnos de primaria quedaba muy claro una cierta uniformidad en la que sólo se salva Lázaro Cárdenas, hasta la fecha el símbolo de la patria mexicana.
Entendíamos el carácter uniforme de los mandatarios, dueños de una moral más elástica que las ligas entonces de moda para sostener las medias de las damas.
En 1952, a los catorce años, pude apreciar las enseñanzas del profesor Gayardo durante las elecciones disputadas por Adolfo Ruiz Cortines y el general Henríquez Guzmán. Ganó el primero que tuvo la oportunidad de más menos remendar los bolsillos presupuestarios, rotos por el alemanismo.
El segundo, como aprendí desde entonces, perdía pero a cambio recibía prebendas y beneficios sin fin de parte del gobierno. Construir carreteras, esencia del alemanismo.
De entonces a la fecha tuve oportunidad como periodista de presenciar en vivo las campañas en pos del hueso presidencial.
Un desperdicio de recursos inconcebible que sólo anticipaba el comentario de don Emilio Portes Gil, sobre la comalada sexenal de millonarios a costa del erario.
Entre los mandatarios modernos con un juicio absolutamente arbitrario, haría dos salvedades: el moreliano Felipe Calderón Hinojosa y el capitalino Luis Echeverría Álvarez.
A petición del López Obradorista Lázaro Cárdenas Batel, gobernador de Michoacán, se inició el combate al narco, principalmente las bandas de criminarles que ahora florecen en la tierra caliente michoacana, Colima y el sur de Jalisco.
Recuerdo que no llegábamos a 20,000 víctimas y nos horrorizábamos de tal masacre. Hoy, en cuatro años registramos 175,000 asesinatos pero seguimos hablando en forma idiota de “la guerra de Calderón”
Confieso coincidencias políticas con Luis Echeverría, a quien considero víctima de los grandes capitales mexicanos y de los intereses ideológicos de Estados Unidos.
Sin olvidar la participación del mandatario en el proceso de consecución del premio Nobel a La Paz, bastó su carta de deberes y derechos de los estados para que internacionalmente fuera vetado.
Las pillerías de los más actuales presidentes, de sus familiares, los asesinatos cometidos, incluso personalmente nadie habla y nos entretenemos en dos desangeladas campañas tras el sitial de Juárez.
Horroriza enterarse de la firma de un compromiso político conjunto entre las dos suspirantes, pero no ante autoridad civil sino a petición del episcopado que califica de desastre nacional la actual situación del país.
Xóchitl mira con arrobamiento los ojos casi en blanco de la emoción a un sujeto muy alto que usa alzacuello y Sheinbaum en una foto arrastra, bajo las rodillas, la imagen de la Virgen de Guadalupe y para compensar se muestra en la foto con un crucifijo colgado en un extremo, o sea, puesto al “ahí se va”.
Atemoriza la posible influencia eclesiástica en cualquiera de ambos casos y si tenemos memoria habrá que recordar que no hubo en la historia de la humanidad regímenes más crueles y asesinos que los ejercidos bajo el amparo de una religión, sea esta cual sea, y en México nada más como ejemplo tuvimos una inquisición cuyo monumento está en la plaza de Santo Domingo con su sala de torturas.
En todo caso aún han sido unas campañas sin gracia alguna a las que no ha sido suficiente colgarse de símbolos actuales y pasados.
Desconfío del futuro de este país, particularmente por la falta de programas y propuestas para intentar sacarlo de las profundidades infernales en las que nos ha sumergido el émulo de Satanás.
Falta poco y creo no es importante saber quién ganará.
Una, judía conversa sin pensamiento propio y de comprobada deshonestidad financiera y la otra que nunca vendió gelatinas y que en su pueblo se le recuerda como parte de una familia poderosa, lo que explica su acceso a escuelas de élite; ambas mostrando por anticipado su oportunismo y su propósito de colgarse del asta de la bandera del zócalo, si eso les representa votos.
Pobre país, pobre México sin futuro.