EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
La montaña mágica de Thomas Mann.
Ciudad de México, sábado 3 de octubre, 2020. – De pronto me doy cuenta que estamos en el umbral de una nueva época como lo narra Thomas Mann cuando escribió La montaña mágica en donde Hans Castorp se confinó en la clínica de la montaña pensando que iría por unos cuantos días, para quedarse siete años. Cuando bajó, había empezado la Primera Guerra Mundial y todo iba a cambiar. Proust, estuvo confinado varios años en su cuarto donde escribió miles de páginas en busca del tiempo perdido hasta el día que murió en 1922, cuatro años después de la hecatombe.
Ellos dos vivieron en el umbral de dos épocas: por un lado el siglo XIX y, por el otro, el despertar de la modernidad, a principio del siglo XX en donde el estilo de vida cambió brutalmente, tal como va a suceder después de la pandemia, esta otra guerra mundial contra un virus que pertenece al reino de la Naturaleza que no es del reino animal, ni vegetal, ni hongo, sino que es del reino “protista”, al que pertenecen los virus, seres que sólo tienen un código genético puro y se multiplican como los demonios una vez que se introducen en una célula donde aplican toda su estructura en beneficio propio y, por eso, pueden matarnos.
Proust recordó cómo era la vida durante el romanticismo del siglo XIX, como ahora –toda proporción guardada– recordamos, no sin cierta nostalgia, cuando nos abrazábamos, besábamos y celebrábamos cualquier cosa bailando hasta el amanecer, frente al mar, en la terraza de Las Camelinas en Nuevo Vallarta.
Tiempo sin tiempo: el encierro en Thomas Mann y en Marcel Proust fue la conferencia virtual que ofreció la semana pasada Luz Aurora Pimentel en Grandes Maestros UNAM en donde estos dos escritores vivieron y escribieron durante ese umbral, como nosotros lo hacemos entre otras dos épocas.
Marcel Proust vivió encerrado en su cuarto forrado de corcho para que no entrara ruido alguno que interrumpiera el flujo de sus largas frases que iba hilando, corrigiendo, tachando y agregando oraciones, en una obra que terminaría publicándose en siete volúmenes.
El tiempo durante el confinamiento parecía que se detenía, tal como lo percibió Macbeth y dice, una vez que le anuncian que su mujer ha muerto, “mañana, y mañana, y mañana, se arrastra a paso lento día a día…”, como pasaba el tiempo en esa clínica donde los enfermos se confinaban para curarse y no, como nosotros, para no enfermarnos.
Un lapso entre el romanticismo del siglo XIX y el final de la Primera Guerra en 1918, cuando da inicio la modernidad con cambios radicales, como los que podemos imaginar que podrá suceder después de la pandemia, donde nada volverá a ser como antes.
En la clínica se hablaba de la enfermedad, la vejez y la muerte como ahora hablamos del contagio, la vulnerabilidad de los viejos y el millón de muertos en el mundo por el virus.
Al final de La montaña mágica empieza la Primera Guerra, esa otra “fiesta de la muerte, de la mala fiebre que incendia a tu alrededor el cielo de la noche lluviosa, ¿triunfará algún día el amor?”, se preguntaba el narrador al final de la historia, como ahora nos preguntamos si algún día podrá volver a triunfar.
Proust logró recobrar el tiempo después de la Primera Guerra y descubre que “así cambia la figura de las cosas en este mundo; así el centro de los imperios, y el catastro de la fortunas, y la carta de las situaciones, todo lo que parecía definitivo, se renueva perpetuamente, y los ojos de un hombre que ha vivido pueden contemplar el cambio más completo precisamente allí donde le parecía que era imposible.” Cuando recobró el tiempo perdido, poco antes de morir, todo era diferente.
Ahora me doy cuenta de la paradoja en la que vivo: estamos en el umbral de una nueva época en donde he encontrado una extraña felicidad al tiempo que las nuevas generaciones sé que van a vivir de tal manera que nos parecía sería imposible.