* La violenta represión en contra de estudiantes del Instituto de Artes el pasado 19 de septiembre, despertó la indignación universitaria, iniciando un movimiento en la Máxima Casa de Estudios del Estado que exige la renuncia del Rector Octavio Castillo y otros funcionarios; para el enquistado Grupo Universidad controlado por los Sosa Castelán esto puede ser el principio del fin, ante el hartazgo no solo del estudiantado de la UAEH sino de la sociedad hidalguense
SILOGISMOS
Por Antonio Ortigoza Vázquez / @ortigoza2010
Especial de Expediente Ultra
Después de 43 años de poder espurio y de permanecer como el azote de la sociedad hidalguense, el grupo político-delictivo conocido como “La Sosa Nostra” vive sus últimos momentos con la protesta estudiantil creciente que surgió como consecuencia directa de la represión violenta de estudiantes del Instituto de Artes el pasado 19 de septiembre.
En tan solo cuatro días, el férreo control que se ejercía por parte del “Grupo Universidad” en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), se rompió por las costuras y eso quedó de manifiesto en la marcha del pasado viernes, donde estudiantes de la universidad estatal, apoyados por los de universidades y colegios privados, salieron a protestar en caminata desde la “Supervía Colosio”, cerrando Puente Atirantado y bulevar Felipe Ángeles, exigiendo la salida del rector Octavio Castillo.
Fue algo insólito: En más de cuatro décadas, la mafia universitaria fue todopoderosa y temida, inclusive por los poderes centrales, que preferían negociar que enfrentar al grupo delincuencial que medraba con el control de la institución, el presupuesto y los cargos directivos, además del sindicato de empleados gubernamentales, cargos públicos y de elección popular.
Sin embargo, previamente hubo algunas señales, aunque la sociedad hidalguense mantenía cierto escepticismo: el nombramiento de Santiago Nieto como encargado de la Procuraduría ofrecía perspectivas de cambio, toda vez que como Fiscal Anticorrupción en el gabinete del presidente AMLO, fue quien investigó y metió a la cárcel al líder máximo, Gerardo Sosa Castelán, quien tenía -por lo menos- depósitos en bancos suizos por 50 millones de dólares.
Empero, los miembros de la “Sosa Nostra” todavía alcanzaban a presumir supuestos apoyos “de arriba”, como por ejemplo, cuando en “la precampaña” de las corcholatas recibieron en el recinto universitario a Adán Augusto López y además, le agradecieron su intervención para que Sosa Castelán gozara los beneficios de prisión domiciliaria.
Parecía que en la UAEH seguía esa máxima de “bisnes as usual”, pero su “gallo” no ganó la candidatura presidencial y ahora revienta una protesta estudiantil -esto es: desde abajo- que hace tambalear el poder mafioso entronizado en la Casa de Estudios, por lo menos desde comienzos de la década de los 80 del siglo pasado.
El conflicto estalló cuando los estudiantes del Instituto de Artes protestaron por las arbitrariedades de la directora, María Teresa Paulín Ríos, y lanzaron a los de seguridad a romper la protesta con su acostumbrada violencia. Eso generó solidaridad de otros institutos y en horas, toda la universidad estuvo paralizada.
El estudiantado al que por décadas la mafia universitaria uso para asistir a mítines contra su voluntad y so pena de ser reprobados o expulsados, ha dado el primer paso de emancipación al lanzar un: ¡Basta¡ contra estos capos enfundados en una supuesta lucha académica.
El gobernador Julio Menchaca ofreció sus buenos oficios para mediar en el conflicto, a lo que el rector Octavio Castillo contestó con displicencia y condicionó su aceptación a que los estudiantes “levantaran el paro”.
Al mismo tiempo, estudiantes del Instituto de Ciencias Básicas e Ingeniería, exigieron la destitución del director, Otilio Arturo Acevedo, y el rector Castillo soltó la ocurrencia de acusar al PAN de “estar detrás de las protestas”.
El viernes 22, los estudiantes decidieron elevar su demanda al exigir primero la renuncia del rector Castillo, como requisito para “iniciar pláticas”.
Fue algo realmente insólito. La sociedad hidalguense vio con asombro como por primera vez en décadas, “La Sosa Nostra” se encontraba a la defensiva y en desventaja, ya que fue claro y contundente que ya no funcionaba ni el soborno, ni la extorsión, ni represión vía expulsión, ni la amenaza de violencia física.
Los estudiantes, apoyados por la sociedad, mostraron su decisión de ir contra un poder espurio, anacrónico y vergonzante para el estado de Hidalgo.
LOS “VÁNDALOS DESCEREBRADOS”
El libro de Alfredo Rivera, titulado precisamente “La Sosa Nostra” (2004), con prólogo de Miguel Ángel Granados Chapa, revela de manera prolija el surgimiento de ese poder en la UAEH, de cómo Gerardo Sosa Castelán, estudiante mediocre, fue escalando puestos y poder, favorecido por desencuentros entre poderes caciquiles y del centro del país.
De cómo fue impulsado por políticos turbios y tolerado por otros que optaban por el “malo conocido”.
En su prólogo, Granados Chapa hace una radiografía de la condición intelectual de Sosa Castelán: “… ha desplegado sus propias habilidades, una astucia que se aproxima a la inteligencia y una riesgosa carencia de límites que lo singularizan”.
Rivera explica que “la apacible vida hidalguense” se vio sacudida por un organismo de representación estudiantil “que pronto habría de alcanzar el nefasto poderío que violentó la rutina durante las décadas anteriores… que pronto transitó de los golpes y pequeños latrocinios al uso cotidiano de las armas y el vandalismo en gran escala, sin reconocer freno ni autoridad, llegando incluso al asesinato”.
Dice Rivera que la dirigencia “al principio, la responsabilidad cayó en los más inteligentes, los más cercanos a los libros; luego, en los más políticos, que aprendían de los juegos de poder y querían la representación estudiantil para labrarse su propia carrera en el servicio público; más tarde, cuando se descubrió la fuerza política y económica que el representar un gremio estudiantil representaba, la política fue desplazada por la fuerza, el abuso y el miedo… un grupo de rufianes armados comandaron a los vándalos descerebrados y mandaron a su antojo en la máxima casa de estudio, cultura y educación en Hidalgo”.
Resume el autor: “De entre todos, sobresale la figura de un hombre que fue sin duda quien mayor influencia tuvo para hacer de la UAEH lo que es hoy: Gerardo Sosa Castelán”.
Enseguida, Rivera describe certeramente al personaje: “Estudiante sin brillo, líder por la fuerza de su carácter y la certeza de sus puños, hábil para crear alianzas, bronco comandante de sus subordinados, enemigo temible, se hizo dirigente estudiantil y desde el cargo, inventó una nueva FEUH”.
Así mismo, relata los procedimientos del personaje: “Utilizó a los estudiantes, protegió a los vándalos, amedrentó a los profesores, propició enfrentamientos y terror, cimentó su fuero sobre la fuerza de los golpes y de las armas. Todo por el poder”.
Relata Rivera de cómo, desde sus comienzos, Sosa Castelán procuró impunidad para los vándalos que asesinaron a golpes a un estudiante de 19 años de la UNAM; de cómo sus huestes incendiaron el Palacio Municipal de Tulancingo y ninguno fue acusado y de cómo, algo surrealista, secuestraron a un delegado nacional del PRI (Miguel Ángel Barberena) para que firmase las candidaturas a diputados y alcaldes para sus huestes de facinerosos. Así de simple.
De sus estrechas relaciones con un sórdido personaje, José Antonio Zorrilla (“El Güerito Zorrilla), autor intelectual del asesinato del periodista Manuel Buendía, cuando era director de la Dirección General de Seguridad (DFS) y desde donde entabló relaciones de negocios con los narcos Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, entre otros y que fue a la cárcel por el asesinato de Buendía.
Fue ese Zorrilla a quien, en 1985, el PRI hizo candidato a diputado por el Primer Distrito, Pachuca, pero de pronto “desapareció”. El PRI, presidido por otro hidalguense, Adolfo Lugo Verduzco, emitió un confuso comunicado de “combate a la corrupción” y cosas de esas, y se nombró nuevo candidato. Se supo que la DEA había protestado vía diplomática.
Sosa Castelán fue encarcelado al comienzo del sexenio de AMLO, pero la “Sosa Nostra” siguió controlando la UAEH.
Pero ya surgió un movimiento estudiantil que puede hacer declinar ese ilegítimo poder político. Gerardo, Damián y Agustín, agonizan en un pantano donde yace la escoria de la corrupción, prohijada de manera vergonzante a la sombra de la máxima casa de estudios de Hidalgo.