Luis Alberto García / Moscú
*En la capital de Inglaterra están representados dinero y tradición.
*La ciudad solamente luce una Copa de Europa, del Chelsea.
*Los aficionados del West Ham de Bobby Moore, leales como nadie.
*El ingeniero Frederick Morris rescató historias que ya son leyenda.
*El Fulham y su estadio son reliquias del siglo XIX.
En la capital de la cuna del futbol los ecos de la historia –que se remonta al siglo XI- se funden con la modernidad, y es que Londres es la ciudad europea donde la devastadora y liberticida globalización pone a prueba la identidad de los clubes de manera más que evidente.
El río de dinero –más ancho que el Támesis- procedente de la publicidad, la venta de camisetas, los derechos de televisión y la adquisición de los clubes por parte de magnates financieros de diverso pelaje de estilo neozarista como el ruso Roman Abramovich, ha alterado el sistema futbolístico de una urbe en la que los aficionados han tenido que reubicar su sentido de pertenencia.
Frederick Morris, ingeniero civil e historiador, dejó hojas amarillentas y cartas casi ilegibles que consignan que, desde hacía años, seis clubes londinenses competían en lo que ahora se llama Premier League: al Chelsea le queda pequeño el estadio de Stamford Bridge.
En ese coliseo que parece de juguete juega desde su fundación en 1905; ha ganado una Champions -la única para Londres-; y cuatro de las cinco ligas que iluminan sus vitrinas tras llegar el multimillonario siberiano en 2003, cuando compró a los azules en 140 millones de libras.
En términos de mercadotecnia, hoy el Chelsea tiene condición de marca global, en tanto los pistoleros del Arsenal –“gunners en inglés”- se mudó del legendario estadio de Highbury al flamante Emirates Stadium en 2006.
Suman trece títulos ligueros; pero el último data de 2004, durante la época de oro del retirado francés Arsène Wenger, relevado por el vasco Unai Emery tras una honrosa despedida a estadio lleno con música marcial, desfiles y cañonazos.
Obvio, también existe la sensación de que la brecha que lo separa de los aspirantes a los títulos, incluidos los nuevos ricos, sigue siendo más que regular, no obstante que el Tottenham ha plantado su dinámico equipo en la élite gracias al entrenador argentino Mauricio Pochettino, de ambiciosas tácticas, y a la administración eficaz de una directiva inteligente.
En 2018, después del XXI Campeonato Mundial, no hizo un solo fichaje; pero ha resistido con firmeza la tentación de traspasar a figuras cotizadas como Harry “Hurricane” Kane –campeón goleador en Rusia, con seis tantos para él-; y el joven Delle Ali, además de que los gallos están construyendo un estadio al que se mudarían tras un torneo jugando en Wembley.
Su viejo hogar de White Hart Lane fue demolido; pero incluye material reciclado entre la estructura del nuevo estadio, un futurista platillo volador que cuenta con una pasarela de cristal a cuarenta metros del suelo, y si ahora los aficionados son considerados clientes, en consecuencia conviene venderles nuevas experiencias.
Lejos del potencial de Chelsea, Tottenham o Arsenal se encuentran el West Ham, fundado a fines de la década de 1870 por Arnold Hills, propietario de la fábrica siderúrgica Thames Ironwork , y que actualmente juega en un septuagenario estadio londinense, construido para albergar los Juegos Olímpicos de 1948.
Con una fanaticada más leal que ninguna, los “hammers” (“martilllos”) vieron nacer a glorias del futbol británico como Bobby Moore, Geoffrey Hurst y Martin Peters, campeones mundiales de 1966 para honra del Imperio y su Commonwealth, cuyos accionistas mayoritarios, David Sullivan y David Gold, son conocidos entre su plebe como los “Dildo Brothers”: hicieron fortuna en la década de 1970 con el fértil negocio de las publicaciones porno-eróticas.
Al sur de Londres juega el más modesto Crystal Palace que, tras un breve experimento fallido con el holandés Frank de Boer como director técnico, regresó a su origen entregándose al veterano Roy Hodgson, entrenador de la selección de Inglaterra, que tristemente compitió en la Copa FIFA / Brasil 2014.
Parece resurgido de los años primigenios del futbol inglés, si se dice que su afición mantiene una vetusta rivalidad con los cadavéricos Millwall y el Charlton Athletic, en categorías bastante menores del desigual balompié isleño, como lo consigna el ingeniero Morris en sus documentos históricos, algunos de 1863, cuando ese venerado deporte se hizo cosa seria en su patria.
En Londres –dice Steve Minchin, periodista de Independent Televisión (ITV)- se conservan rencores primitivos, como los de la afición del Tottenham con sus vecinos del Arsenal, a los que consideran invasores: los “gunners” se mudaron al norte de la ciudad en 1913, amenazando la hegemonía territorial del cuadro del gallo que, simbolizado en su escudo, se supone madruga a todos.
Para ver un vestigio de tradición y romanticismo, hay que acercarse al estadio del Fulham, a orillas del río Támesis por el que llegaron a entrar a Londres vikingos y romanos en tiempos remotísimos: Craven Cottage es una antigua y nostálgica construcción de 1867.
Ahí, el tiempo parece haberse detenido, con sus pilares, un precioso pabellón con terraza que alberga los vestidores y una tribuna de ladrillo color bermellón en el exterior, un monumento al clasicismo del que llegaba a hablar Frederick Morris, viejo cronista del Fulham y uno de sus más fieles feligreses nacido en la década de 1840, al mediar el siglo XIX.
En alguna de las cartas de mister Morris hay reminiscencias en las cuales destaca que, en aquellos años –entre 1840 y 1860, cuando él nació-, apareció el “futbol moderno” en las “public schools”, para en seguida salir de ellas y penetrar en todas las capas sociales, trasladándose de Londres a otras latitudes, y hacernos felices a quienes hemos querido abrazarlo y, por qué no, amarlo de veras.
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