Miguel A. Rocha Valencia
De qué tamaño será el compromiso o la revelación que tengan los Guzmán Loera para que el mismísimo “señor presidente” acuda a uno de tantos pueblos-ciudades que hay en el país para supervisar una carretera de 80 kilómetros que en sus inicios mandó construir Rafael Caro Quintero, uno de los herederos directos de Migue Ángel Gallardo en lo que se decía Cártel de Sinaloa, que hoy es del Pacífico.
Curiosamente quien podría dar luces sobre el tema es el gobernador electo de Sinaloa, Salvador Rocha Moya, quien a sus 72 años por fin logró la gubernatura la cual disputó hace años. Es nativo, de Badiraguato, o sea conocido o cercano a la familia del más poderoso empresario del crimen.
El nuevo mandatario estatal es un hombre académicamente preparado en tres universidades, con carrera en la administración pública, incluso rector de la Universidad estatal, así como autor de varios libros, entre ellos, uno que “habla” precisamente de las organizaciones criminales y que tituló Giveawey o “El Disimulo, así nació el narco”, que en su introducción plantea que:
“El disimulo es una forma de ocultar o de fingir que la realidad es otra o inexistente; encubrir o permitir la transgresión de la ley, del precepto, a cambio de prebendas y sobornos”, donde se narra una historia ¿ficticia? Donde “pacíficos habitantes de Chepederas” ven alterada su convivencia por la permisividad del cultivo, comercio y trasiego de estupefacientes.
“La violencia y ambición de apoderan de la voluntad de la mayoría de los nativos del pueblo. En poco tiempo las opciones de vida son casi inexistentes si no es por el camino del narco”.
Para Rocha Moya a través de su narrativa de una familia “ficticia”, el combate al narcotráfico en la entidad, fue una omisión del gobierno “y permitir que siguiera permeando en la sociedad este mal, este problema, una guerra que no se ganará”.
Es decir, para quien gobernará Sinaloa, la lucha contra las empresas criminales, es una guerra perdida derivada de la forma de vida adoptada por la población y que está ligada al narco. Tal vez para él, como para quien lo acompañará en su visita a Badiraguato, lo mejor es la convivencia pacífica.
De ahí se explicaría la política del Ganso de abrazos, no balazos, el que la gente no se arme ni se defienda de los criminales, sino por el contrario, se siente a discutir un plan de convivencia pacífica, que, en todo caso, es de sumisión ante la delincuencia, incluyendo seguramente a las autoridades estatales y municipales. No que no se establece es si se daría libertad a la población para determinar el destino de sus propiedades y actividades e incluso su posibilidad de emigrar.
Esto es como el autogobierno en las cárceles. Una simulación más, es una cesión de la autoridad al crimen por parte del gobierno “por el bien del pueblo y la paz social” como sucede en Aguililla, Michoacán. Por eso el Mesías tropical no acepta la denuncia del gobernador Silvano Aureoles Conejo, quien advierte que la entidad, dada la intromisión de la delincuencia en los procesos electorales, será un narcoestado.
Igual como ocurrió en Sinaloa y Sonora, donde fue más que evidente la participación de las bandas criminales en la determinación de “triunfadores” robándose descaradamente las urnas o la amenaza directa a quienes fueron a votar. Ahí también ganó el narco.
En ese contexto es en el que va a Sinaloa el caudillo a quien antes de ordenar la liberación de Ovidio Guzmán, amenazaron con tuits que si no lo soltaban saldrían pruebas de que el Ganso de Macuspana fue financiado por el Cártel de Sinaloa en su campaña presidencial y más.
Tal vez por eso el respeto al “Chapo”, a quien ofreció disculpas por decirle así.
Si así fuera, el machuchón escoge “no ponerse malito” como dicen los criminales de esa zona, donde la obediencia, como la pide el caudillo, debe ser ciega para no “enfermarse”. Esa podría ser una razón de peso para entender las atenciones del mesías para con la familia de Don Joaquín…
No a la consulta. La ley se aplica.