Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
La farsa de la austeridad y la honestidad que puebla el discurso de Morena y del régimen de la pretendida “cuarta transformación”, se exhibe con desparpajo y cada vez con mayor decadencia.
Desde el escándalo de la vida de lujos en Estados Unidos del hijo mayor del presidente Andrés Manuel López Obrador –con conflicto de intereses incluido, pues habitó la mansión de un contratista de Pemex- hasta el dispendio grotesco en el que no duda en incurrir el gobierno de Veracruz para hacer “grilla” política, la careta de la honradez se les cayó y se revelan tan iguales y tan obscenos como quienes les antecedieron.
La concentración de burócratas acarreados de este fin de semana en el World Trade Center de Boca del Río para hacerle un mitin político -insustancial en su contenido, pero que significa el arranque de la carrera por la gubernatura- a la secretaria de Energía Rocío Nahle García, desnuda a un régimen que utiliza exactamente las mismas artimañas de administraciones como las de Fidel Herrera Beltrán, Javier Duarte de Ochoa y Miguel Ángel Yunes Linares, por mencionar las más recientes, aunque es reflejo de toda una cultura de la procacidad del sistema.
Llena de priistas renegados o agazapados, la “4t” no puede negar su ADN, lo cual podría ser lo de menos si no implicara el desvío de recursos públicos, humanos y financieros, para la “politiquería” vulgar.
Tal como lo hacía el PRI, los edificios públicos son usados como si de oficinas partidistas se tratara. Así, lo mismo se dispone del World Trade Center para el “pre-destape” de Rocío Nahle como la candidata a la gubernatura del grupo que gobierna actualmente Veracruz, que se usa el recinto sede del Poder Legislativo de la entidad para el adoctrinamiento de los militantes de Morena, como sucedió en octubre del año pasado.
Junto con ello, el autoritarismo y el abuso de poder al obligar a los burócratas estatales y a los empleados de los otros poderes, de los ayuntamientos y de los órganos “autónomos” para servir como relleno de esos actos, a fin de mostrar un supuesto “músculo” político y “poder de convocatoria” que dependen de condicionar la estabilidad laboral de los trabajadores, que tienen que hacer los desfiguros que les ordenan y hasta publicarlos en sus redes sociales personales. Y si no, se atienen a las consecuencias.
¿De dónde salió el dinero para pagar los camiones en los que acarrearon a miles de personas de todo el estado? ¿Quién sufragó el costo de las mantas, los carteles y banderines, las gorras, las playeras y hasta los cubrebocas con arengas políticas en favor del régimen? La respuesta no es difícil: todos los veracruzanos, porque todo eso fue con cargo al erario.
La “cargada” para Nahle es tan grotesca como las que en su momento se hicieron para Fidel o para Duarte o para cualquiera antes de ellos. Es uno de los símbolos más diáfanos de la antidemocracia, de la imposición y la simulación que caracterizaron al régimen del priismo autócrata, en el que las posiciones de poder se repartían en los altos círculos, el paso por las urnas era un mero trámite protocolario para “taparle el ojo al macho” ante el mundo y la opinión y decisión de los ciudadanos era lo que menos importaba. A eso aspira ya nada veladamente la “4t”.
Por su campaña para demoler al Instituto Nacional Electoral como una institución autónoma del gobierno; por eso las reacciones furibundas contra toda crítica; por eso el odio y desdén hacia el periodismo que no los alaba y sí señala sus yerros y corruptelas.
No son más que enanos morales con delirios de grandeza que, como todos los demás, terminarán colocados en el lugar que les corresponde, más temprano que tarde.
Moneda de cambio
En el sainete del enfrentamiento entre el Senado y el gobierno de Veracruz todos negociaron algo.
Ricardo Monreal, su hueso como coordinador de la bancada de Morena; Dante Delgado, alguna prebenda para su partido; Cuitláhuac García, impunidad para sus abusos.
Y los veracruzanos, bien gracias. Somos moneda de cambio para esa clase política caduca, mentirosa y convenenciera.
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