El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
“La mejor hora en Venecia es el atardecer”.
Ciudad de México, sábado 11 de septiembre, 2021. – “Que ce triste Venise”, sí, qué triste es Venecia cuando el amor ha muerto o se ha acabado, como lo canta Charles Aznavour y lo tocaba el piano-bar del Hotel Mónaco –a la vuelta del Harry’s Bar–, cada vez que entraba desde que le pedí que lo hiciera y, para agradecérselo, le mandé una copa de Champaña. Venecia es una de las ciudades más bellas y extrañas del mundo, opinión que comparto con Chejov cuando estuvo en marzo de 1891 y con Thomas Mann con su novela y la película de Visconti. Por eso, preparé este collage que es como las vacaciones virtuales a finales del verano:
24 de marzo. Venecia. A su hermano Iván.
“Una cosa puedo decir: nunca he visto en mi vida un pueblo tan maravilloso como Venecia. Tiene una vida encantadora, brillante, alegre. Viajas en góndola y ves la casa de los Dogos, la casa donde vivió Desdémona, las casas de los pintores y las iglesias… Para nosotros los pobres y oprimidos rusos es fácil enloquecer en este mundo de belleza, bienestar y libertad. Uno suspira por quedarse aquí para siempre y cuando uno entra a las iglesias y escucha el órgano, anhela uno poder ser católico.”
25 de marzo. A su hermana.
“¡Oh, signori y signorine, qué pueblo tan exquisito es Venecia! Estas casas e iglesias construidas por gente poseída de un inmenso gusto artístico y musical, con un temperamento parecido al de los leones. Detrás de la catedral está el palacio de los Dogos, en donde Otelo se confesó ante los senadores.”
Y cuando leo esto, creo que vale la pena oír esa confesión del moro de Venecia, el mercenario contratado para defender a esa República que se casó con Desdémona sin el permiso de su padre, el signor Brabancio, uno de los Senadores de la República:
–Soy rudo de lenguaje y mal dotado para las blandas frases que la paz enseña, pues desde que tuvieron estos brazos el brío y la fuerza de los siete años, hasta hace alrededor de nueve lunas, han dedicado su acción predilecta al campo de batalla, y poco puedo decir de este mundo que no sean hazañas y contiendas con las que poco favor haré a mi causa… El padre de Desdémona me quería, me invitaba a menudo y me preguntaba sobre la historia de mi vida… Y le contaba los lances desastrosos, los accidentes conmovedores por mar y tierra, y de cómo había escapado por un punto de una muerte inminente en peligroso asalto; de mi captura a manos del insolente enemigo que esclavo me vendió, de mi rescate, de mi comportamiento a lo largo de mi penosa historia que se las describía… Desdémona se inclinaba hacia mí al oír esto, y si los quehaceres de la casa la apartaban de ahí, los despachaba de prisa para regresar ávida a devorar mi discurso.
Sigue la carta a su hermana del 25 de marzo.
“En pocas palabras, no hay un solo lugar que no nos haga recordar y que no nos toque el corazón como resulta ser la pequeña casa donde vivía Desdémona (que está libre para habitarla) y que nos impresionó tanto que es difícil sacudírsela… La mejor hora en Venecia es el atardecer… luego, las góndolas, góndolas y más góndolas que, cuando oscurece, parecen estar vivas; uno quiere llorar porque por todas partes oye uno música y cantos soberbios. Es una verdadera ópera. En pocas palabras, ¡qué tonto es el hombre que no conoce Venecia!”
Entonces recordamos Muerte en Venecia, la novela y la película de Visconti con la música de fondo del Adagietto de la 5ª Sinfonía de Mahler, cuando el profesor Aschenbach está llegando a Venecia y se pregunta: “¿quién no experimenta un cierto estremecimiento?, ¿quién no tiene que luchar contra una secreta opresión al entrar por primera vez, o tras larga ausencia, en una góndola veneciana?”
Sí, efectivamente, hemos enloquecido en ese mundo de belleza.