* No hay engaño mejor elaborado que el propalado por las campañas políticas, las promesas y simulaciones de los que aspiran a un puesto de elección popular, de cualquier nivel y en todos los partidos. La falta de honestidad política es la esencia de la corrupción
Gregorio Ortega Molina
¡Vaya con el recién impuesto presidente del PRI!, incapaz, hasta ahora, de reunir un nuevo Comité Ejecutivo Nacional, de cerrar la boca en los momentos en que debió permanecer callado.
Más acotado que Manlio Fabio Beltrones Rivera tiene enfrente un reto mayúsculo: dar la cara por un gobierno cuyas propuestas de campaña y sus políticas públicas se resolvieron en más pobreza, mayor violencia, gasolinas siempre al alza a pesar de la oferta de abaratarlas, y una corrupción que todo lo pudre, incluso la piedra angular de una reforma educativa que alimenta los peores demonios de la pugna por el poder.
Enrique Ochoa Reza tuvo la ingenua idea de advertir que echará fuera del PRI a los corruptos; cree que con expulsar de ese partido a tres gobernadores resuelve su mayor problema, como si los mexicanos viviéramos con idénticos condicionamientos políticos e informativos a los de hace 10 lustros.
Es incapaz de detenerse a pensar en lo que se convierte la lucha por los votos, en lo que se transforma la campaña política que aspira al poder presidencial. La actividad electoral es el mayor despliegue de ingenio para corromper y corromperse, y de ninguna manera me refiero al dinero que cambia de manos.
La corrupción electoral es peor que la falta de honradez, porque se transforma en sinónimo de deshonestidad.
No hay engaño mejor elaborado que el propalado por las campañas políticas, las promesas y simulaciones de los que aspiran a un puesto de elección popular, de cualquier nivel y en todos los partidos. La falta de honestidad política es la esencia de la corrupción, porque pervierte las ilusiones de los electores y da al traste con el futuro de la nación, aunque en algunas ocasiones, muy pocas, lo resuelve.
Otro aspecto de ese engaño, de esa falta de honestidad, de esa corrupción que nada tiene que ver con lo pecuniario, está en la alteración premeditada de las actas electorales, con el propósito de llevar a los tribunales la “discusión” sobre los resultados, donde lo que define al ganador son los intereses del poder.
Pensarán que mis observaciones son cínicas, pero la primera elección presidencial de George W. Bush fue ganada gracias al trucaje realizado por su hermano Jeb, en Florida, que pudo tener éxito porque era el gobernador de ese estado. La necesidad de negociaciones poselectorales en 1998 y el “haiga sido, como haiga sido” de 2006, son también muestra de que mi cinismo no está del todo fuera de la bacinica.
Las elecciones se ganan con mañas, con artilugios, con promesas, con cesión de canonjías y sinecuras, con la abrogación de unos derechos y la invención de otros, pero sobre todo con la deshonestidad de unos y otros, y eso, lectores, es corrupción; ¿cómo, entonces, Enrique Ochoa Reza advierte que los corruptos no caben en el PRI? Porque el presidente actual de ese partido nació muerto.