RELATO
Yo-ni se encontraba sentado en aquel lugar, una especie de sala de espera para las personas que acudían hasta aquí. Con las piernas cruzadas, hacía como que leía una revista. Pero toda su mente no estaba sobre aquellas páginas, sino que “en él”.
Su corazón latía a toda prisa, debido a toda la emoción que no podía dejar de sentir. Allá, al otro lado de aquella puerta de madera, se encontraba “él”. Sentado en su sitio, Yo-ni no podía parar de imaginárselo, de una y mil maneras.
Pasado un rato, la secretaria detrás de su escritorio, levantó su teléfono, atendió la llamada, y después colgó. Acto seguido, con una sonrisa en sus labios, anunció: “Joven. Ya puede pasar. El señor Enrique lo espera adentro”.
Yo-ni se levantó, temblando por los nervios y la emoción. Estar ahora en este lugar, solamente le parecía algo muy surreal. Tanto tiempo había pasado desde aquel día, en el que, en una foto del periódico había…
Lo demás ¡no quiso recordarlo! Aun le seguía doliendo y pesando mucho su pasado. Así que ahora, lo único que en verdad le importaba era EL AQUÍ: el presente. Y aquí estaba él, a punto de conocer al hombre al que tanto tiempo había admirado.
Apenas entrar a aquella oficina, amueblada de manera pulcra y sobria, el hombre le sonrió al joven. “Pasa”, dijo. “Toma asiento”. Yo-ni entonces se sentó. Después esperó a que el hombre volviese a hablar.
“¿En qué puedo servirte?”, preguntó. Yo-ni se había quedado como de piedra. Tener frente a él a aquel hombre, inevitablemente le hizo recordar algunos pasajes muy dolorosos de su pasado. Recordando todo aquello, le entraron unas ganas terribles de salir corriendo y enterrar por siempre el amor y la admiración que siempre había sentido por Enrique: aquel señor de figura alta y delgada, de cuello largo y fuerte, de brazos y piernas largas, manos finas y elegantes.
“¡Dios!”, pensó Yo-ni cuando reaccionó. “Si tan sólo supiese lo mucho que lo he amado todos estos años…” Sentado en su sillón de piel, Enrique esperó a que su visitante respondiese. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Yo-ni fingió ser todo lo que ya había planeado ser. Entonces dijo:
“Soy reportero de un periódico, y por lo tanto me gustaría entrevistarlo…” Sorprendido ante tal revelación, Enrique exclamó: “¡Vaya! De todo el tiempo que llevo siendo empresario, nunca antes nadie se había sentado donde ahora estás para decirme una cosa tan interesante…” “¿Yo entrevistado?”, se extrañó. “¡¿Y se puede saber por qué o para qué?!”
De repente, Yo-ni se sintió perdido ante dicha pregunta. ¡Cómo iba a darle a ese hombre una respuesta! En su interior, solamente sentía ganas de arruinar este encuentro, como siempre lo había hecho con todo que él había intentado; hablando más de la cuenta, exagerando sus recuerdos dolorosos, bajando la cabeza y musitando “¡Vete a la mierda…!”
Sentado en su lugar, Yo-ni solamente trataba de pasar por sus filtros mentales todos sus sentimientos de abandono y soledad, de vació y perdición. Enrique mientras tanto, para suerte suya, atendía ahora una llamada de su esposa. “Si amor, cuando salga del trabajo pasaré por tu regalo… ¿Cómo está Enrique Jr.? ¿Ya se levantó?”
Eran las diez de la mañana, y el hijo del hombre, al parecer, no se levantaba temprano. Yo-ni enseguida trató de imaginárselo, con su vida de niño rico, libre de preocupaciones de todo tipo. Con un padre empresario como Enrique… vaya que sí la vida había sido muy generosa con él. En cambio, con él… Todo esto, también lo pasó por su filtro mental, una y otra vez, hasta que ya no le dolió.
“Perdón por la interrupción, pero era mi esposa”, dijo Enrique, apenas y colgó el teléfono de su escritorio. “¿En qué estábamos?”, preguntó. Sabiendo que ya no tenía nada más qué perder, Yo-ni se secó las palmas sudorosas sobre su pantalón, cerró sus manos, una, dos, tres veces; bajó la mirada y entonces se puso a hablar como un caballo desbocado. Dijo que…, y también que…, y que luego…
¿Cuánto tiempo se la pasó hablando y contándole a ese hombre? Más de media hora. Tiempo en el que Enrique, muy amablemente, lo escuchó con muchísima atención. Cada vez que Yo-ni se trababa en su relato, lentamente alzaba el rostro, miraba a Enrique, quien, con una mirada de aceptación, le susurraba: “Continúa, por favor…”
Media hora más tarde, cuando ya no quedó nada más por decir, Yo-ni dobló su espalda y se tapó el rostro con sus dos manos. Se sentía más que avergonzado por todo lo que acababa de confesarle a aquel señor.
Viéndolo de esa manera, Enrique se levantó de su asiento y, sin hacer ruido, caminó hasta donde Yo-ni se encontraba. Después, sentándose a su lado, ¡LO ABRAZÓ! Apenas sentir la cercanía de su cuerpo, Yo-ni se desbarató en un mar de llanto. Enrique, para tratar de tranquilizarlo, lo apretó muy suavemente hacia él; más y más. Después, acercado su cabeza a la del joven, besó su pelo.
Yo-ni se abrazó a él, ¡con todas sus fuerzas! Sus lágrimas seguían cayendo sobre el pantalón negro del hombre, quien no paraba de acariciarle su alma lastimada “Aquí estoy, ¡AQUÍ ESTOY!”, dijo Enrique, mientras lo sostenía entre sus brazos. “Nunca más me iré de tu vida. ¡Nunca jamás…!”
De repente, la alarma en su teléfono celular hizo que Yo-ni se despertara… Unos segundos más tarde, de poco en poco, se fue dando cuenta de todo lo que hace unos instantes su mente le había dado a soñar.
Anthony Smart
Octubre/24/2022