RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Aquellos eran los días en que el líder y su grupo triunfante hacían gala de su poder. Habían logrado que muchísimos les creyeran que la conversión era real y, por lo tanto, los apoyaron para que se quedaran como autoridad. Pero ellos no quedaban satisfechos, iban por más. Quien encabezaba el grupo estaba convencido de que él era de otra estirpe y no tenía por qué limitarse. Controlaba todo, el pueblo lo había aclamado creyéndole sus promesas y, además, contaba con un Congreso dócil que estaba presto a complacer lo que la voz del amo dictara.
Para mostrarlo, el cuerpo legislativo actuó en consecuencia y respondió a la palabra del pueblo emitida, en un principio, por alguien quien pertenecía al grupo de los de a pie. El grito aislado fue transformado en reclamo y se dio paso a la entronización del líder a quien ungieron en algo que lucía muy parecido a lo que decían haber derrotado.
En medio de esa borrachera de poder, existían varios quienes no querían quedarse sin beber de aquel elixir y estaban dispuestos a ingerírselo, aunque fuera a “pico de botella”, ya llegarían los días en que lo hicieran en copas de cristal cortado. Por el momento, lo importante era no permanecer sin tomar aquel brebaje. Si era requerido tirarse al piso y alabar cuanta ocurrencia tuvieran el líder y su grupo lo habrían de hacer, después de todo no había nada como pertenecer a esa casta nueva que, al parecer, había llegado para quedarse por tiempo largo.
¿Quién iba a enfrentar a un líder como aquel al cual todos le habían mostrado su admiración? Bajo esa premisa, uno cuya ralea era similar a la del líder, decidió que a él no lo dejarían fuera y aun cuando no pertenecía al circulo inmediato, habría de incorporarse si actuaba en consecuencia.
Si usted, lector amable, ha llegado hasta aquí, le recordamos que lo nuestro es la historia y no la crónica de los hechos del presente. En este tema hay expertos quienes, con información de primera mano, lo analizan. Nosotros nos dedicamos a revisar los acontecimientos del ayer. Dado todo lo anterior, vayamos a uno de aquellos acontecimientos que se suscitaron al momento en que nuestro país empezaba su condición de nación independiente.
Era el 25 de mayo de 1822 y un militar de nombre Antonio de Padua María Severino López De Santa Anna y Pérez De Lebrón, criollo de origen, vivía momentos de exaltación. A uno de su misma casta, un Congreso sumiso lo acaba de nombrar emperador, se trataba de Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu. En ese contexto, desde Xalapa, el ciudadano López lanzó una proclama dirigida a los habitantes de Veracruz. Esta la iniciaba mencionado que: “Ya tenéis consumada y llevada a su última perfección la portentosa obra de una Independencia, por la que no reusasteis sacrificio alguno.
El Soberano Congreso Mexicano en su célebre y siempre memorable acta del 19 del actual, expresando el voto general de la Nación, satisfaciendo a las proclamaciones del pueblo ilustrado de la capital, y en aptitud de elegir emperador, en virtud de la desaprobación que las Cortes de España ha dado a los Tratados de Córdoba, ha nombrado por primer emperador mexicano al Sr. D. Agustín de Iturbide, al héroe, al libertador, al padre del Anáhuac”. Nada como tener un Congreso que escuche la voz del pueblo y actúe en consecuencia. ¿En dónde hemos visto y escuchado algo similar? Pero que insistencia la nuestra en querer transpolar acontecimientos, volvamos a la historia.
Imbuido de misticismo, el ciudadano López apuntaba: “Ya por fin el Cielo benigno, accediendo a los ruegos de los ministros del santuario que aclamaban por el acierto de nuestros dignos Diputados, en ocasión en que conjuradas las pasiones todas por hacer zozobrar la nave del Estado, les presentó en el Sr. D. Agustín de Iturbide el iris de la paz y la loza en donde para siempre se estrellaron para siempre cuantos proyectos enemigos atacaban nuestra naciente libertad.
Un decreto celestial en un momento dichoso destruyó hasta la semilla del mal, y arraigó eternamente nuestra confianza, unión y paz, precedidos de la justicia, ilustración y gloria que han caracterizado a la faz del Congreso Mexicano, y de agradecido al pueblo más sensible de la tierra”. Al parecer eso de justificar los hechos convirtiendo en siameses al Congreso y al pueblo ¿bueno? no es algo tan nuevo como algunos quieren venderlo.
Como no era cosa de quedarse a medias, Antonio de Padua remarcaba: “No temamos en lo sucesivo cuantas tentativas de división intenten nuestros enemigos porque todas serán desechas como el humo; congratulémonos sin reserva entregándonos al gozo y al placer más puro, porque ya podemos ufanos decir que somos independientes, y sólo dependientes de la razón al abrigo del genio del bien, del hombre más virtuoso que presenta entre los héroes de la patria, y el americano más amante de su patria”. No había duda, estaba dispuesto a emitir cuanta lisonja fuera necesaria, inclusive llegar a la abyección, para atraer la atención del líder. ¿Habrá, en nuestros días, sujetos de esa laya?
Pero con todo y su rastrerismo, el jalapeño no podía ocultar que él quería ser el ingrediente principal de todas las salsas las cuales se aseguraría que no fuesen servidas en cualquier molcajete sino en recipientes de porcelana. En ese contexto, procedió a hacer tres llamados que lo pintaban de cuerpo entero, eso sí siempre cuidadoso de que no fueran a revelarse sus intenciones, todo lo hacía por el líder y la causa.
En una instancia inicial hacia un llamado a los “militares: el que se puso a vuestra cabeza para convertir en pavesas los crueles grillos de nuestra antigua esclavitud, es el que así os habla; se congratula con vosotros por un suceso que coronó vuestras fatigas; nadie, juzgo, osará turbarnos en nuestro reposo, ni provocar nuestra ira; no temamos pues, ver ni por un momento, acibarado [amargado] vuestro gusto”. Así que la milicia a divertirse y olvidarse de pensamientos extraños ya había llegado quien les traía la felicidad eterna y el disfrute para siempre.
Pero el ciudadano López del Siglo XIX no podía olvidar a sus paisanos y les arengaba un mensaje: “Ciudadanos de esta provincia: Os doy mil plácemes por un suceso tan grandioso fruto de la sabiduría más ilustrada; entregaros a las demostraciones de alegría que os produzcan la gratitud, y a la consideración, del cúmulo de bienes que se os preparan.
Ya tenéis a vuestro frente por emperador constitucional a un americano; que sabrá sostener cuanto dispongan vuestros representantes; se ahogaron en esta noble lección todas las inquietudes y desconfianzas que os atormentaban en la persona de un extranjero; reflexionad sobre el cúmulo de virtudes que adornan a vuestro emperador, Agustín I. cuando han sobresalido y hecho de admirar, en medio de una combinación de pasiones las más bajas, las más crueles y tenaces que en el desconcepto [descrédito] de nuestro libertador tenían cifrada la perdida segura de nuestra libertad”. Era necesario evitar que alguien fuera a dudar de su lealtad al líder quien reencarnaba todas las virtudes habidas y por venir. Pero no era cosa de limitarse al entorno local.
Dado lo anterior, López De Santa Anna, se dirigía a los “americanos y europeos [para decirles]: ya tenemos al frente el apoyo más robusto de la tercera garantía, que nos liga a amaros y respetarnos mutuamente. Nada falta ya a nuestra completa emancipación”. Con el contenido de esta proclama, el criollo veracruzano creía ganar los derechos para ganarse la confianza de Agustín Cosme Damián. Inmerso en dicha perspectiva, decidió que no iba a quedarse ahí y procedió en consecuencia.
Con sus 30 años y porte de macho fiero, estimó que tenía suficiente para lograr adentrarse en la familia “real”. Puso manos a la obra y dio inicio al cortejo de María Nicolasa, la hermana de Agustín. Poco le importaba que entre ambos hubiera una diferencia de edades, ella lo superaba casi por treinta años. Ni mucho menos reparó en la escasez de belleza que caracterizaba a la dama. Nada importaba si por esa vía podría convertirse en miembro de la “realeza”. Total, también, él era criollo al igual que quien se decía emperador. El galancete traía loca a la dama a quien apodaban la princesa Nicolasa.
Para su mala suerte, sin embargo, el hermano mayor de ella, quien era otro sinvergüenza de alzada similar, se percató de que se le iba a colar a la familia otro de pelaje equivalente al suyo y decidió poner punto final al romance. Acto seguido, ordenó a López de Santa Anna se pusiese a las órdenes del alto mando en Veracruz. Derivada de dicha orden, en el criollo jarocho empezó a germinar la idea de que la monarquía no era necesariamente la mejor forma de gobierno.
López continuó desempeñándose dentro del ejercito iturbidista, pero sus acciones fueron cada vez más cuestionadas respecto a que mantuviese la lealtad. Así, la actuación que tuvo, el 27 de octubre de 1822, hizo que se le despojase del cargo como jefe militar de Veracruz y le ordenaran trasladarse a la ciudad de Mexico.
En lugar de ello, acorde con lo publicado, el 8 de noviembre, en la Gaceta Extraordinaria del Gobierno Imperial de México, “…estimulado [López De] Santa Anna de su ciega ambición. o temiendo el castigo de sus crímenes, se fugó a Jalapa el primero del corriente [noviembre] después de la salida del emperador; se introdujo en Veracruz el 2, no se sabía un que ya no era gobernador; recogió la guardia del principal, la del capitán general; se dirigió al cuartel del número 8 de infantería , del que fue coronel, y se apoderó de la plaza con 400 hombres de que constaba el cuerpo…[sin conocerse que haría] lo único que sabemos es, que sustituyó a la faja blanca de la bandera del Imperio, que significa religión, buena fe, lenidad [dulzura] y filantropía, [por] otra negra que denota duelo, sangre, horrores y desgracias”. Y ya en plena rebelión. El López del Siglo XIX procedió a perfeccionar su suerte de la machincuepa.
El 6 de diciembre de 1822, lanzó el Plan de Veracruz en cuyo contenido, entre otras cosas, se leía: “Artículo 8o. Según lo expuesto, es evidente que, habiendo D. Agustín de Iturbide atropellado con escándalo al Congreso de su mismo seno, la mañana del 12 de mayo de 1822, faltando con perfidia a sus solemnes juramentos, y prevalídose de la intriga y de la fuerza, como es público y notorio, para hacerse proclamar Emperador, sin consultar tampoco con el voto general de los pueblos, la tal proclamación es a todas luces más, de ningún valor ni efecto, y mucho más cuando para aquel acto de tanto peso, del que iba a depender la suerte de la América, no hubo Congreso por haber faltado la mayor parte de los diputados”.
El fervor por Iturbide no fue siquiera sietemesino, y en ese entorno se lee el contenido del “Artículo. 9º .Por tanto, no debe reconocerse como tal Emperador, ni obedecerse en manera alguna sus órdenes; antes bien, por tales atentados cometidos desde el 26 de agosto hasta el día, sobre todo, la escandalosa, criminal y temeraria disolución del Congreso Soberano, y los posteriores que seguirá cometiendo, tendrá que responder a la Nación, la que a su tiempo le hará los grandes cargos correspondientes con arreglo a las leyes, que también alcanzarán a los que se mancomunaron con él para continuar ocupando los derechos de los pueblos que gimen bajo un yugo más duro que el del anterior inicuo Gobierno”. Bajo esas premisas continúo su lucha, misma que no fue apoyada por todos.
Uno de ellos fue Pedro Sáinz de Baranda y Borreiro quien estuviera a cargo de una incipiente armada imperial y se negara a entregar embarcación alguna al insurrecto. Acorde a lo publicado en la Gaceta del Gobierno Imperial de México, López De Santa Anna envió, el 23 de diciembre de 1822, un comunicado a Sáinz de Baranda en el cual, entre otras cosas, le decía:” … sin deponer el concepto que me ha merecido vmd. [vuestra merced]. Mediante fidedignos informes de jefes que lo han tratado de cerca en la época presente, tomo la pluma para significarle que el gobierno republicano es el que ha de prevalecer, y no el monárquico… Que este sistema es el único que nos conviene y el que desde un principio clamó la nación…”. Vaya desfachatez de este fulano. El resto de la historia ya la conocemos.
En marzo de 1823, todo terminaría para Agustín y su corte de ilusos quienes pensaron que habían llegado al poder para ocuparlo por siempre. Por su parte, Antonio de Padua María Severino tenía, aún, en sus alforjas muchas maromas por ejecutar hasta que, en el año de 1855, ya no hubo quien quisiera cómpraselas.
Al final, las quimeras imperiales eternas, que ambos fulanos tuvieron, terminarían arrumbadas en el basurero de la historia. Lo bueno es que en nuestros días ya no hay quien incurra en ese tipo de sueños y crea que el poder es perpetuo y se pueden establecer dinastías que prevalezcan por los siglos de los siglos. O ¿Acaso estamos invadidos de miopía y no alcanzamos a ver algo que se le parezca? O será que olvidamos eso de que la historia es una rueca en la cual, siempre, se tejen los mismos hilos. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.41.127) Podríamos haberlo dejado pasar. Sin embargo, doña Estela y don Rafael, al momento de educarnos, nos inculcaron como algo fundamental reconocer cuando nos equivocábamos. En esta ocasión, nuestra amiga, la genealogista y escritora, María Elena Laborde Pérez Treviño, nos hizo una observación con respecto a la relación familiar entre Erasmo Seguín y el general Zaragoza. Nos indicó que, si bien el primero tenía parentesco con el segundo, no era su tatarabuelo. Tras de revisar el asunto con cuidado, no tuvimos sino reconocer que la información que proporcionamos no era la correcta. A usted, lector amable, le ofrecemos una disculpa por la imprecisión.
Añadido (24.41.128) Vaya paradoja, en Mexico, critican a la 4-T. Pero a la hora de opinar sobre lo que acontece en los EUA, se declaran partidarios de la vicepresidenta Harris para que se convierta en presidente de ese país. ¿Acaso nadie les ha hecho ver que la ciudadana Harris es una versión elevada a la décima potencia de lo que es la cuarta transformación?
Añadido (24.41.129) Finalmente, se terminaron quince años de series finales y volveremos a ver una Serie Mundial. Nuestro favorito, el mismo desde hace 63 años menos un día, el 23 de octubre de 1981, cuando por el equipo rival lanzaba Fernando Valenzuela.