Breve relato ¿ficción?, sin mayor pretensión literaria, basado en la novela de José Saramago “Ensayo sobre la ceguera”, pero sobre el concepto de estupidez. Narración dedicada como un muy modesto reconocimiento a la vida, presencia y obra del maestro portugués.
¿Que pasaría si de pronto todos comenzáramos a padecer de una estupidez supina y completa?..
Un hombre mayor detiene su vehículo frente a un semáforo cuando otro conductor detrás suyo estúpidamente le increpa bajando de su automóvil y golpeando levemente en el rostro al anciano a través de la ventanilla abierta del auto, toda la escena transcurre ante la mirada anodina de transeúntes que solo atinan a tomar vídeograbaciones que después compartirán en las redes sociales como #Lord-tal o cual.
Apesadumbrado el septuagenario retorna a su hogar, herido más en su dignidad que en su físico, enciende el televisor para olvidar mirando un programa televisado matutino de variedades pletórico de estúpidos, durante un rato lo mira con desenfado pero finalmente hipnotizado empieza a reír a carcajadas.
Su esposa diligentemente da cuenta del estado físico de su marido y es sentenciado a acudir juntos al médico.
La visita al servicio médico institucional se prolongará por espacio de 3 horas de estúpida espera para ser atendidos por un doctor quien concluirá que los golpes son algo inauditamente normal con origen en el estrés cotidiano, diagnosticará en base a un tríptico memorizado derivado de un cuadro clínico y prescribirá un par de analgésicos que estúpidamente no se han surtido en la clínica, la consulta tomará solo 10 fugaces minutos… la estupidez es ya una epidemia.
Las personas caminando por las calles se mueven como entes robóticos absortos en un artilugio llamado teléfono celular, que estúpidamente creen sirve para no aislarse del mundo, pero además caminan con prisa por llegar alocadamente a capturar un personaje virtual que solo se mira a través de la pantalla del teléfono que es muchísimo más inteligente que los usuarios.
El ruido en las calles es ensordecedor pues la cacofonía es un placer para los estúpidos quienes incluso la sintonizan en estaciones radiales que emiten tal ruido como ¡las más escuchadas!, así los melómanos del ritmo sin ton ni son, de los alaridos escalofriantes y desenfrenados se colocan audífonos para no menguar el proceso de degradación neuronal.
Las calles están repletas de señalamientos pero a nadie parece importarle, instrucciones, indicaciones, alertas. Avisos que no detenten una imagen sensacionalista o escandalosa es ignorado, todo párrafo con más de 140 caracteres bien podría estar escrito en chino mandarín, la lectura es ya una actividad elitista y los libros son considerados artículos suntuarios.
Un bebé llora al lado de una pobre mujer de apariencia indígena recostada en el suelo junto a una hermosa catedral centenaria que invita a rememorar el amor a Dios y olvidar el adoctrinamiento, explotación y genocidio que permitió tal proeza arquitectónica, la delgada mujer encuentra un pedazo de pan dentro de un triste morralito para calmar el hambre entretanto muchas personas caminan a su lado sin reflexionar sobre su protagonismo ante las estúpidas causas de tal miseria.
Un grupo de jóvenes vestidos a la última moda disfrutan un opíparo almuerzo, en un ambiente elitista, complaciente y distendido, riendo a carcajadas de las estupideces que entre ellos creen son geniales ocurrencias y presumiendo sus últimas posesiones materiales mientras una niña intenta venderles un cajita de chicles o cigarros.
Una torre de departamentos de lujo se construye a escasos metros de una vivienda de cartón donde no hay ningún servicio básico, el hacinamiento y las carencias son lo único abundante, los carriles de una moderna autopista de cuota separa semejante estupidez a modo de muro o frontera.
El gobierno estúpidamente empieza una venta muy lucrativa de bienes de la nación y las bases estratégicas del crecimiento social como energía, agricultura, salud y educación son objeto de regulares y significativos recortes presupuestales.
Las finanzas públicas y las personas viven del crédito, beben, comen, visten y utilizan productos ¡pagados en abonos de agiotista! que saben obscenos pero no parece importarles.
La educación propia y de sus hijos es dejada en manos de conocidos desconocidos que a través de un televisor vierten estupideces en sus marchitos cerebros.
Incluso una pléyade de intelectuales distraen algunos brotes de este padecimiento argumentando optimismo, fe, esperanza, compasión, bondad y similares justificaciones ñoñas con las cuales evaden su propia estupidez.
Los poderes fácticos concentran a los más estúpidos en áreas estratégicas del gobierno en donde esperan esa estupidez será redituable eventualmente, pero la oligarquía no considera la sandez de tal medida, pues ya hace tiempo que la estupidez surca rauda sus mentes.
Los que aún no se conciben estúpidos acudirán a centros de adoración como aquella bellísima catedral, donde la esperanza de mantenerse al margen de la epidemia terminará siendo una estúpida tarea ya que ellos mismos, los clérigos y prelados son estúpidamente soberbios y ambiciosos.
En nuestro país la estupidez es moneda corriente entre una sociedad que cree estúpidamente en justicia, legalidad, elecciones, democracia, alternancia y soberanía.
El mandato de los mercaderes de la democracia a un estúpido alcohólico para liberar al ejercito en las calles bajo el argumento de una guerra frontal contra el narcotráfico resulta en la llamada década sangrienta con un saldo de centenas de miles de muertes y desaparecidos, pero además en una estupidez supina semejante plan no es modificado ni un ápice.
En un país sudamericano el mismo origen oscuro y la estupidez colectiva se niegan a decidir terminar con la guerra fratricida prolongada desde poco más de 50 años y millones de muertos.
Los gobernados aprecian estúpidos a los gobernantes, y los gobernantes saben que los gobernados son estúpidos.
En otros países, la estupidez parece no tener parangón alguno en la historia, se conoce perfectamente los efectos de un conflicto nuclear pero aún así la hegemonía de un solo país y sus lucrativos monopolios en comercio de amas, drogas, personas y terror amenaza con belicosidad al resto de la humanidad.
Sociedades enteras se ven distraídas estúpidamente por noticias de información parcial, manipulada y sesgada, programación de banalidades, chismes de alcoba y morbo, talk shows, reallity shows concursos y vídeos ofensivos, telenovelas y vídeos musicales pletóricos de estereotipos hiper-sexualizados.
En las escuelas la enseñanza es intercambiada por la memorización, el adoctrinamiento y la pérdida de la individualidad en aras de la estupidez e inmediatez colectiva.
Sólo los que conocen la estupidez humana, quienes la han padecido, reconocido y entendido en sus dañinos efectos están, por el momento, a salvo de la epidemia que ya es de facto una pandemia.
Los militares, policías y gendarmerías se combinan con quienes han sido designados “crimen organizado” difuminándose en una estúpida integración la supuesta vocación de servicio al bienestar de la sociedad y de paso hipotecando en tan estúpido convenio el futuro de sus propias familias.
Con mayor frecuencia el contagio provoca que los más estúpidos sean quienes lideran a los demás siendo admirados y alabados, la estupidez llega a un grado incluso de normalidad, y quienes sorprendentemente no han colapsado ante tal circunstancia deben ocultar su falta de estupidez, aparentando imbecilidad ante la estupidez de los dirigentes.
Esos seres que aún guardan consciencia se ocultan tímidamente entre los estúpidos, no se atreven a mostrar su condición, parece más provechoso continuar así y proteger de algún modo a quienes aman y padecen de estupidez, pero ignoran cuando la estupidez carcomerá su consciencia y serán presas de tan infausto fin…
…de imprevisto, como la oscuridad que desaparece ante la luz, todo parece acabar, las personas pierden su estupidez de manera espontánea, aquellos que no enfermaron así lo atestiguan pero… ¿en verdad desapareció la estupidez o sucumbió la consciencia?
-Victor Roccas.