El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
Ulises atado al mástil, escuchando el canto de las sirenas.
Ciudad de México, sábado 4 de julio, 2020. – A veces, cuando creemos que todo va bien y que ahí la llevamos, nos sorprende el mal, como lo he podido comprobar en La Odisea de Homero en la versión de Emily Wilson (The Odyssey, W.W. Norton & Co., 2018), donde se dan varias de estas situaciones, por ejemplo, cuando Eolo, el Señor de los Vientos, recibió a Ulises en su isla y, antes de que se fuera le regaló un odre donde estaban encerrados todos los vientos, excepto el que lo llevaría a su casa.
Todo iba bien, hasta que sus compañeros lo abrieron mientras Ulises dormía una siestita “y, al destaparlo, se escaparon con ímpetu los vientos que arrebataron a las naves una tempestad que se los llevó al mar; lloraban al verse lejos de la patria y Ulises meditando si debía tirarse del barco y morir en el mar o sufrir todo en silencio y permanecer entre los vivos.”
Las Sirenas les daban la bienvenida a los marineros con canciones que les fascinaban, por eso, Ulises siguió el consejo que le dio Circe y se amarró en el mástil para escuchar su canto evitando quedarse ahí para siempre jamás.
La más notable de esa situación cuando pensamos que todo está bien y de pronto parece que nos lleva el demonio, fue cuando estaban por cruzar el estrecho de Mesina y todo estaba bien: el mar en calma y el viento a favor. Lo que no sabían era que, en un extremo habitaba el monstruo de Caribdis y, a tiro de flecha del lado contrario, estaba Escila: el primero se tragaba los navegantes y, el segundo los destruía, así que, si intentaban evitar a Caribdis acababan en manos de Escila y viceversa, tal como nos sentimos cuando estamos “entre la espada y la pared”.
Escila devoraba a los que se acercaban y Caribdis tragaba una cantidad de agua que hacía un remolino con el que se chupaba a todos los que estuvieran a su alcance, por eso, engulló a Ulises –como a veces la culpa nos devora– y a la mayoría de sus marineros. Por suerte, Caribdis se atragantó y vomitó al Capitán que regresó al mar con todo y el mástil para que pudiera seguir su viaje.
Cuando leemos esta historia legendaria, este poema épico, esta historia que se fue armando en el siglo VIII a.C., gracias a la tradición oral entre los cuenteros de la antigüedad, sucede que siempre las metáforas son vigentes como ahora antes de que cruzáramos por el equivalente estrecho de Mesina.
¿Se acuerdan que en la Navidad del año pasado, creíamos que todo estaba bien? ¿Sí? Bueno, pues al girar por el estrecho, apareció el monstruo de Caribdis, disfrazado como virus Sars-Cov-2, que se ha devorado a todo aquel que se le ha acercado, reproduciéndose a tal velocidad que, en menos de lo que canta un gallo, se ha paralizado el mundo entero como nunca antes lo habíamos visto, ni siquiera en la Segunda Guerra Mundial, causando tales estragos que esto es un parteaguas en la historia del hombre y, a pesar de que un día nos vamos a recuperar, nunca volveremos a ser como éramos antes. Nunca más.
La versión en inglés de la Odisea de Emily Wilson la he disfrutado como si no la hubiera leído otras veces. Escrita con precisión y sencillez, resulta doblemente buena: el lenguaje claro y elegante, para que nos enteremos de lo que sucede, incluyendo el esfuerzo que hace Telémaco, el hijo de Ulises, por encontrar a su padre, o el día que Ulises entró a Troya disfrazado de vagabundo y Helena, la bella Helena, lo reconoció, lo bañó y le untó aceite antes de vestirlo con ropa nueva para que regresara a su campamento no sin antes hacer daño a algunos troyanos.
Tal como Ulises se sintió cuando cruzó el estrecho de Mesina, así nos sentimos ahora los que somos más vulnerables al virus que estamos entre la espada y la pared.