MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Cuando el 27 de junio de 2004 el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, llamó pirrurris a los capitalinos que, vestidos de blanco, en una concurrida marcha por el Paseo de la Reforma se manifestaron contra la inseguridad imperante en la capital del país, mostró esa postura intolerante que luego pretendió archivar.
Se trataba de una crítica social abierta, sin medias tintas contra la inseguridad pública ciertamente convocada por ciudadanos de clase media y alta pero que incluyó –en ese contingente ponderado en cerca de un millón de participantes– a todo aquel chilango que estaba –y está-harto de este problema que creció exponencialmente desde el momento en que las administraciones de la Ciudad de México se preocuparon más por medidas electoreras y la foto con la obra de relumbrón que atender las demandas populares.
López Obrador, en permanente campaña por la Presidencia de la República no fue como jefe de Gobierno ni es la excepción de estos políticos cuya meta se sostiene sobre las necesidades ciudadanas y el menosprecio por la crítica.
El calificativo pirrurris que pretendió ser peyorativo y cuyo efecto bumerang resintió la imagen del licenciado López Obrador, lo mantiene el ahora presidente del Consejo de Administración de Morena.
Y es que, sin duda alguna, el licenciado Andrés Manuel se asume como el salvador de la patria y político de altos vuelos, de las ligas mayores el mejor porque suele dictar la agenda política y, en contrasentido de su activismo en colonias, pueblos, barrios y ciudades de todo el país, se niega a debatir con el dirigente del PRI, del que fue miembro distinguido en aquellos ayeres cuando soñaba con ser gobernador de Tabasco.
Bueno, pero no sólo se ha negado a debatir con Enrique Ochoa Reza, dirigente nacional del PRI. También ha desdeñado la esgrima de ideas y propuestas con Alejandra Barrales Magdaleno, lideresa nacional del PRD, y Ricardo Anaya, presidente del CEN del PAN.
Dice, y en el dicho lleva la casaca de virrey integrante de la casta divina, que sólo debate con el jefe de quien llama la mafia del poder, el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, o el actual jefe de la mafia de Los Pinos, Enrique Peña Nieto.
¿Qué debatiría? Es un reto ñoño. Quiere espacio para elevar su promoción a los niveles de los que aspira ser el jefe; sí, jefe de esa mafia que no logra estructurar porque se ha asumido dueño del presente y futuro de su Movimiento de Regeneración Nacional.
Y, desde ese espacio del poder sustentado en desprendimientos de tribus y organizaciones que ya no tenían futuro en el PRD o el PT y mucho menos en Movimiento Ciudadano, cuyo perfil nada tiene de izquierdista, López Obrador se asume inaccesible para quienes pretenden su apoyo, siquiera un pronunciamiento.
La agenda del licenciado Andrés Manuel no incluye a organizaciones que no sean parte de su rebaño ni de aquellas que no ofrezcan apoyo a su movimiento rumbo a la Presidencia de la República.
El ejemplo inmediato de ese desdén del licenciado Peje por las organizaciones sociales lo resintieron los dirigentes del Frente Auténtico Campesino, seguramente porque tienen vínculos de nacencia perredista o porque, simple y llanamente, se han negado a sumarse a las filas de partido.
Veamos. El viernes de la semana pasada, campesinos integrantes del Frente Auténtico del Campo (FAC) levantaron el plantón que mantenían frente al cuartel general de Andrés Manuel López Obrador –la sede del Partido Movimiento de Regeneración Nacional—luego de que la secretaria general de Morena, Yeidckol Polevnsky, les garantizara que los diputados de este Partido votarán en contra de los recortes al presupuesto para el campo en 2017, contenidos en la propuesta enviada por la Secretaría de Hacienda. Promesa que huele a demagogia, porque todo el mundo sabe que, en la Cámara de Diputados, noticia sería que los legisladores morenos votaran a favor de un dictamen en el pleno.
Pero, bueno, el licenciado Peje no recibió a los dirigentes campesinos. No hubo explicación; aunque según Polevnsky Andrés Manuel no recibió el documento que con toda oportunidad entregó la dirigencia del FAC, con la solicitud de un encuentro.
Hábil, Yeidckol no comprometió a Andrés Manuel López Obrador y se sumó al planteamiento de construir un nuevo pacto social para el campo para abatir los altos niveles de pobreza en las comunidades rurales. Otro rollo.
Molestos, los dirigentes de las organizaciones — UNTA, CIOAC, CODUC y MVS– integrantes del FAC: Álvaro López Ríos, Federico Ovalle, Francisco Chew y Antonio Medrano, tuvieron que aceptar una cita, para el martes de esta semana en la Cámara de Diputados con los legisladores de Morena que coordina la diputada Rocío Nahle.
Que se sepa, ni Álvaro no Federico son pirrurris. En todo caso, el que ya asumió ese nivel en las ligas mayores de la política mexicana, es el licenciado Andrés Manuel López Obrador. ¿Cómo acceder a un espacio en la agenda del pirrurris dueño de Morena? Los dirigentes campesinos pintaron su raya y, por supuesto, los votos de sus representados no serán para el Peje. Digo.
LUNES. Dice Emilio Gamboa Patrón que el cambio ya se refleja en el bienestar de las familias mexicanas. “Empezamos el camino para cambiar el rostro de pobreza y desigualdad que prevalece en nuestro país, por ello mientras a nivel internacional se observa una desaceleración económica, el dinamismo interno está creciendo, lo que se empieza a reflejar en la calidad de vida y en el bienestar de la sociedad mexicana”, afirmó Emilio en un comunicado que circuló ayer domingo su oficina de prensa.
Y dice que “hay indicadores contundentes de que México está viviendo tiempos de cambio, que se traducen en mejores condiciones económicas para todos”. El senador y empresario yucateco trae las mismas cifras y rollo de otros miembros del gabinete que fueron instruidos para contar las cosas buenas. ¡Órale, chavos! Conste.
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