En un generoso y dolido continente dominado por dictadores, iluminados y caudillos populistas, la política latinoamericana y la nuestra, en particular, ha sido asaltada por actores primerizos de aprendizaje retardado, y en trágicas ocasiones, de vocación francamente decadente.
Marionetas de designios ajenos, han hecho que nuestro trayecto como país se desarrolle entre dos estilos dramáticos que han dejado una huella muy honda en el ser nacional: el inescrutable teatro japonés Kabuki y la literatura escénica del absurdo.
El milenario Kabuki, poblado con personajes esotéricos, de elaborados maquillajes y policromías, manifestación teatral nipona que, por lo visto, ha impactado en nuestro medio, siempre susceptible a las influencias extranjeras.
Teatro experimental de situaciones extremas, donde en el escenario de la vida cotidiana la gente hace como que se mueve, pero queda estática, sin reaccionar decididamente ante los estímulos. En el teatro Kabuki la gente parece, pero nunca es.
En el otro ángulo del tinglado dramático, destaca el otro gran influyente de nuestro proscenio político: el teatro del absurdo. En él se reemplaza la creencia de que el mundo tiene sentido, por otro, donde las acciones y las palabras pueden ser completamente contradictorias. Siempre con personajes que a través del sinsentido llegan a la decadencia.
Eugene Ionesco, el dramaturgo rumano que interpretó, como ninguno a Samuel Beckett , hizo de la obra Esperando a Godot, la mayor caracterización del absurdo, piedra de toque del existencialismo moderno. En la obra, la gran decisión se espera eternamente y nunca llega.
Ionesco y Beckett satirizaron la adoración de ídolos vacíos, pero cuando la gente se dio cuenta , ya habían logrado su objetivo.
Así, nuestro trayecto político va del Kabuki al teatro del absurdo.
La diana de llegada siempre ha sido la nada y el ridículo.
Así, cuando queremos ser serios, somos ridículos. Cuando queremos ser trágicos, somos chistosos.
El eterno fenómeno que veinte años después de Beckett, la socióloga Susan Sontag, en su obra Summerhill, definiría como el síndrome camp del subdesarrollo.
Y en efecto, la desacralización total de los absolutos se da en el mundo camp del subdesarrollo. Hasta la frivolidad puede tomarse en serio. La tragedia, entonces, viene a ser sólo otro más de los sinsentidos en este ridículo mundo de nuestros valores estéticos, dice Sontag.
LASTIMOSAMENTE PERDIÓ LA OPORTUNIDAD
El triunfo absoluto de las formas japonesas del teatro Kabuki y del absurdo de Ionesco se dio en la puesta en escena de la obra “Por un México en paz”, escenificada por los Atracomulcas en Palacio Nacional. ¿En qué otro lugar hubiera podido representarse con esa fulgurante ramplonería chabacana y desatada?
Quisiera decir que “amarró” el trayecto yendo del Kabuki al absurdo. Pero no. El círculo cuadrado se “perfecciona” cuando se regresa del absurdo y el camp al Kabuki y otra vez a empezar en ese eterno retorno de los idiotas. De la nada a la inacción, como le pasa exactamente al inútil equipo gobernante. No hay forma de defenderlo, ni con el beneficio de la duda. ¡Están pa’ los leones!
Cuando todo México esperaba la definición seca del Estado sobre su razón de ser ;cuando la opinión pública demandaba el golpe de timón y de mano en la conducción del aparato frente a la pavorosa crisis de desengaño del país en sus instituciones y en su destino, y los gobernantes se habían dado el plazo, ¿qué creen? ¡Apareció el teatro Kabuki!
Los gobernantes respondieron –creyendo que engañaban al respetable– haciendo como que se movían en el sentido correcto, pero nunca se desplazaron de su sitio. Invocaron a los manes del patriotismo, al compás de una marcha bobalicona y ñoña. Tal vez, la última oportunidad de reconciliarse con el público de mil gargantas.
Cuando el país esperaba una señal para cerrar filas en torno del mandatario que ahora sí lo había escuchado en sus justos reclamos, apareció el actor cansino del absurdo, un ídolo vacío que arrastra a la Nación hacia el sinsentido de su propio drama. La decepción de la decadencia y la nada absoluta.
Un gobierno que quiere ser serio y torna a aparecer ridículo. Que quiere unirse a la tragedia y aparece chistoso, derruido, con muy poco margen a estas alturas de remontar el vuelo. Un mandatario con teleprompter a todo lo que da ¡y con un gabinete que ya trae el desgaste equivalente a mil años de ejercicio!
No es posible que haya tan poquita sensibilidad popular. ¡La gente no esperó tanto tiempo tan solo para darle chance a sus gobernantes de redactar un decálogo de promesas insensatas! No quería oír un rosario de frases ampulosas, repetidas ad nauseam como “me sumo al dolor”; “liberar a México de la corrupción y la impunidad”; “que no haya otro Iguala”, etc. Kabuki puro.
Tampoco quiere la literatura del absurdo, como lo propone el ampuloso paquete legislativo. Redactar otras cien iniciativas para impedir la infiltración de delincuentes en ayuntamientos; definir las competencias penales; creación de mandos únicos; cédulas de identidad; teléfonos de emergencias; respeto a derechos humanos; transparencia… bla… bla… bla… Puros exordios de cajones arcanos. Vuelve, Ionesco.
Pensando en la próxima elección, el disminuido titular del portentoso Ejecutivo presenta un pretencioso y onerosísimo programa legislativo de reformas foxistas y calderonistas, sin asomo de pudor, que podrán ser cobradas, sí, cómo no, por generaciones que todavía no han nacido. También, Bretón dixit: surrealismo puro.
QUE MEJOR DESPIDA A LOS PILMAMOS
No queremos ni planes trasnochados echeverristas de zonas económicas especiales, remedo de aquellos famosos polos de desarrollo, que ya acabaron en corrupción rampante en La Frailesca, La Chontalpa, Tizayuca, La Huasteca, etc.. Ni planes transistmicos porfiristas, pagaderos a 300 años, cuya responsabilidad no será asumida por nadie.
La sociedad crispada no quiere andar “de Herodes a Pilatos”; basta de excusas, de “escurrir el bulto” y de tirar la bolita. En nuestras leyes, el Ejecutivo tiene todo para actuar. Si no lo quiere hacer, es hora de irse, hasta por la puerta de la cocina.
Pero si se van a ir, que sea sin seguir dañando la estructura política, pues ya fue demasiado que se hayan acabado el sistema político que se construyó en cien años, ¡en sólo dos meses de miedo y frivolidades!
En Cocula el miedo paraliza a la población entera que ya no quiere saber nada de secuestrados, desaparecidos y muertos, pues están amenazados de perder más elementos familiares si se preocupan en buscar a los que “perdieron” el año pasado. Es la ley del hambre y la zozobra.
Y acá, en la carpa de Ionesco, los Atracomulcas dicen que Ayotzinapa galvanizó a la sociedad con el gobierno. ¡Brincos dieran! Galvanizó a todos contra sus modos y maneras execrables. ¡No es cierto que todos seamos Ayotzinapa! ¡Ellos no!
La sola mención de lo sucedido en Cocula el día de la puesta en escena de la obra del absurdo, quitó cualquier difusión internacional posible a los gritos Atracomulcas.
El respeto lo tiene perdido hasta en la avorazada bancada panista, que hoy hasta se atreve a reclamar la rendición de cuentas de la señora esposa y sus propiedades inmobiliarias en México y Miami.
Todo este ridículo y las dichosas propuestas para seguir sangrando inútilmente al presupuesto, se hubieran evitado, si el inquilino incómodo se hubiera atrevido a deshacerse de 3 ó 4 de sus pilmamos –Del Mazo padre, quien se encarga de la infraestructura y los bisnes financieros; Chuayffet, al mando de lo social; Montiel, supervisando lo político– y si hubiera dictado dos o tres acciones de política pura. No hubiera costado nada. Nos hubiera salvado de vergüenzas.
Todo lo demás van a seguir siendo inconsecuencias, despropósitos, garrotazos a la piñata con los ojos vendados, teatro Kabuki, más absurdo, camp y lo que se acumule día tras otro.
El gabinete, desvelado, expectante, resignado a la inminente remuda que no llegó, desgraciadamente, pero que saben se aproxima.
Los gobernadores, con la risa contenida. Nerviosismo del pésame que no se atreve a decir su nombre. Algo feo flota sobre el agua. ¿Será por eso la redoblada injerencia del Estado Mayor?
En las calles continúa la enorme crispación. ¿Podrán saltar con decoro los idus de diciembre?
Deveras ¿todavía quieren “mover a México”? ¿Todavía creen en la primera página de Il Gatopardo, de que hay que reformar todo para que no cambie nada? ¿Piensan seguir, como personajes del absurdo, utilizando el lenguaje para evadir una realidad que los abruma?
Y nosotros, ¿qué culpa tenemos?
Índice Flamígero: Irrumpió en el escenario el peculiar tío presidencial Arturo Peña Del Mazo con críticas a las manifestaciones callejeras y El Poeta del Nopal saluda su jocosa actuación: “Presume el señor Del Mazo / sus dotes de historiador / para gritar, sin rubor: / “es un fallido portazo, / los gritos y sombrerazos / de una pequeña legión / son clara provocación / pues con absurdo pretexto / quieren sacar de contexto / ¡”el proyecto de Nación”!
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Comedia, farsa, circo ramplón y demás espectáculos, pero todos,
absolutamente todos, mal actuados. Y, por supuesto, los resultados están a la vista. El público (pueblo) ya está harto de tanto espectáculo nefasto que siempre parece guión de esa televisora de la que tan orgulloso está el títere mayor.
Saludos
Muy buena la asociación con el teatro, sólo que Susan Sontag no era socióloga, sino filósofa, y no tiene una obra llamada Summerhill.