Francisco Rodríguez
Fue una especie de casting privado. La televisora, afamada por obligar a “talonear” a algunas de sus modelos, actrices y cantantes –también a ciertos actores, para gustos digamos que “más refinados”–, le dio a escoger entre tres opciones. La primera fue la cantante Lucerito. La segunda, Galilea Montijo. La tercera, Angélica Rivera.
Tenían que casarlo. No que fuese requisito constitucional –que no lo es–, pero el candidato de los llamados “Cuatro Fantásticos” a ocupar la silla presidencial en el sexenio 2012 – 2018, consideraban, tenía que contraer nupcias, aparecer con esposa. Y mejor todavía si esa boda se celebraba con una celebridad surgida de sus foros.
Viudo, tras la repentina y aún muy misteriosa muerte de su esposa Mónica Prettelini Sáenz, Enrique Peña Nieto fue todo el tiempo el candidato de Televisa –no del PRI–, porque sus directivos veían en él a una fuente inagotable de recursos, de negocios y, por supuesto, de influencia sobre las audiencias.
Así que cuando EPN preguntó a quienes entonces eran sus amigos ¿qué opinaban sobre una posible relación con Lucero Hogaza León, conocida artísticamente como Lucero o La Novia de América?, estos le aconsejaron que no, que para nada era conveniente, y no porque la señora no fuese guapa, no porque careciera de popularidad –no mucha simpatía, eso sí, le dijeron–, sino por la diferencia de estaturas. “Piensa en las fotos”, aconsejó uno de ellos. “Te vas a ver chiquito chiquito a su lado”. La candidata, entonces, fue desechada. Acomplejado, Peñita quería verse grande grande.
La opción dos corrió la misma suerte. Los 170 centímetros de altura de Martha Galilea Montijo Torres, su voluptuosa complexión de grandes senos –“un oasis de paz para el guerrero, que después de la lucha encuentra ahí la calma”– y la atractiva elipse de sus caderas provocaron semejante reacción en aquellos a los que el casadero consultaba. “No, mi hermano. Nadie te va a ver a ti. Todos los ojos van a estar posados en ella”. Y como Peñita quería que todas y todos lo miraran a él, la conductora también fue eliminada de la lista.
¿Ganó o perdió La Gaviota?
Una tarde, EPN recibió una llamada telefónica en la Casa Toluca, donde despachaba como gobernador del Estado de México. Uno de los “Cuatro Fantásticos” –¿Emilio?, ¿Bernardo?– le avisaba: “Angélica ya terminó de grabar la telenovela. Invítala a cenar“. Y así, “ganó” –¿o perdió?– la tercera opción.
Obedeció. Cenaron. Iniciaron una relación en la que Televisa jugó el papel de La Celestina, como en la clásica tragicomedia atribuida a Fernando de Rojas.
Calisto Peña y Melibea Rivera comenzaron a dejarse ver, hasta que en un foro de televisión –¿dónde más, si no?– Peña dio a conocer que sí, que él y La Gaviota ya eran novios.
Y ante las cámaras de televisión y en El Vaticano, meses después, EPN le entregó el anillo de compromiso a AR. La boda eclesiástica –tras la anulación a modo de la que ella había protagonizado años antes– se transmitió en vivo, a todo color, de océano a océano y de frontera a frontera… por la señal del Canal de las Estrellas. Dos estrellas de Televisa, dos.
Luego vino la candidatura de Televisa –no del PRI– a la Presidencia. Los mítines donde ambos aparecían de la manita. El apoyo de ella con un blog en la red social Facebook que de pronto se interrumpió. El triunfo adquirido a base de tarjetazos y efectivo.
La llegada a Los Pinos. Las imágenes en las revistas rosas de papel cuché. Los rumores de las golpizas que él le propinaba. Las casas regalo de Televisa y la comprada con lo que supuestamente Televisa le pagaba a ella. Las hospitalizaciones furtivas para cirugías estéticas. Los viajes oropelescos. Los diseñadores, peinadores y maquillistas (para los dos). Los enojos en público. Las imágenes de ambos rodeados de los hijos de cada cual. Las versiones de camas y casas separadas. Ingredientes, todos, de una soap opera de la vida real.
¿Hubo o no matrimonio, un contrato civil? ¿Fue un contrato comercial? ¿Una especie de leasing, un arrendamiento financiero con opción de quedarse o no con ella, con opción terminal, pues?
El mejor resumen lo leí de una bella dama: “La pelea mejor pagada y la farsa peor actuada”.
Tiene razón, ¿o no?
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