Por Deborah Buiza
En redes sociales hace poco he visto un post que dice algo como: “pensaba que ser adulto era ir de una crisis a otra, y ahora me doy cuenta de que en realidad es estar en medio de varias al mismo tiempo” (palabras más, palabras menos). Miro a mí alrededor y creo que nunca me había parecido tan acertado ese comentario.
Como equilibristas, vamos caminando sobre la cuerda floja, haciendo malabares con objetos de distintos tamaños, tratando de sonreír… a veces, incluso, trepados en un monociclo y con alguien más sobre los hombros… sin red de seguridad.
¿Cuántas cosas somos capaces de barajear sin que se nos caigan los platos?
¿Cuántas podemos atender sin perdernos?
Si algo se sabe es que no es posible vivir en emergencia continua, en modo sobrevivencia como estilo de vida, y que de permanecer demasiado en esa condición eleva la probabilidad de enfermar. Nuestro cuerpo y mente tienen sus límites (aunque nos queramos convencer de que no es así).
¿Qué hacer entonces?
Estoy aquí. Aquí estoy… respira.
Detén por unos minutos la loca carrera, o al menos baja el ritmo del trote. Observa tu respiración, sitúate en el aquí y el ahora, y haz el ejercicio de preguntarte: ¿qué es realmente importante en este momento? ¿Cuál es tu prioridad?
Necesitamos reconocer que no podemos con todo, al mismo tiempo y con máxima eficiencia. Nos estamos sobreexplotando, y no nos damos cuenta de que vivimos así… y que ese no es el mejor modo de vivir.
¿Y si no tuvieras que resolverlo todo en este instante?
¿Qué cosas, situaciones o personas podrías “soltar” para atender prioridades e ir aligerando la carga?
¿Qué está fuera de tus manos y también puedes dejar ir, para enfocarte en lo que sí está dentro de tu campo de acción?
Tomar conciencia de lo que llevamos en la maleta o entre manos no es suficiente. Tenemos que pasar a la acción, ponernos límites… y respetarlos. Por nuestro bien.
Sí, aunque esto es contrario al discurso de “no hay límites, los límites te los pones tú”, que me parece que va empujado a muchísimas personas hacia un despeñadero, en busca de un supuesto éxito, transformación, desarrollo personal o “mejor versión”, provocando más estrés que bienestar.
¿A quién le conviene que estemos así… sobreexplotándonos y sobre exigiéndonos?
No es una invitación a la mediocridad, ni a la inacción, ni a dejar botadas las responsabilidades, sino a poner cada cosa en su lugar, en su tiempo y con la energía correspondiente.
A darle a cada situación, relación y proyecto su tiempo y su importancia.
A mirarnos con más compasión y tratarnos con más cuidado.
Y tú… ¿cuánto más puedes hacerle al equilibrio sin caer de la cuerda?