RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Habían trascurrido cinco meses desde que quienes buscaban retrasar el cronómetro de la historia fueron derrotados. Sus patrocinadores, sin embargo, con la bendición del CEO de la trasnacional más antigua, insistían en que el tiempo debería de medirse con relojes de arena y se preparaban para iniciar una embestida nueva. Que más podía esperarse de ellos si su patrón era un retrógrada quien se oponía a todo tipo de progreso mientras censuraba, de palabra y obra, lecturas vía la quema de aquellos escritos, libros, periódicos y demás publicaciones que no concordaran con su perspectiva ideológica, en síntesis, todo un amante de la libertad (¡!) y la discusión de las ideas.
Los triunfadores, por su parte, desde el 5 de febrero de 1861, efectuaron elecciones presidenciales en las cuales participaron tres candidatos, Benito Pablo Juárez García, Miguel Lerdo De Tejada y Corral y Jesús González Ortega. El país, sin embargo, había quedado en un estado tal que aún no era factible que la totalidad de las actas llegaran a la Cámara de Diputados para efectuar el recuento de los votos. En calidad de mientras, Juárez García permanecía como presidente interino. Mientras trataba de recomponer aquel desgarriate, más adelante les mostraremos el porqué del calificativo, los patrocinadores de los derrotados no cesaban en su empeño por volver al pasado. En ese contexto, la curia católica, lanzó, el 15 de mayo de 1861, un diario de nombre La Unidad Católica, la cual en su número inicial quiso mostrarse como imparcial, aun cuando no podía ocultar el rabo. Veamos lo que ahí apareció.
En su editorial, titulado “La ley sobre instrucción pública,” se leía: “Una vez efectuado el funesto divorcio del Estado respecto de la Iglesia [Católica], y declarado que para el primero todas las religiones son iguales y que no tiene propia, los actos todos del gobierno han tenido que ser consecuentes con aquella medida, que lo priva de un apoyo moral, no podrá menos de serle adversa”. Seguramente a la moral que se referían era a la que, en el Siglo XX, un filósofo potosino definiría como “un árbol que da moras,” porque eso de que la curia pudiera dar clases en la materia es altamente cuestionable. Si usted, lector amable, cree que exageramos, le recomendamos la lectura de “Vicars of Christ: The Dark side of the papacy” un libro escrito, en 1988, por Peter De Rosa. Pero, retornemos a la queja clerical en 1861.
Mencionaban que “desde luego [el Estado] suprimió la fórmula del juramento así en los asuntos judiciales como en la toma de posesión de los cargos y empleos por parte de los funcionarios públicos, debilitando de este modo las garantías de verdad y justicia en los primeros, y las de constancia, honradez y fidelidad en los servidores del país”. Les era difícil entender que los Liberales dejaban la relación con el Gran Arquitecto al libre albedrio de cada uno en el ámbito de lo privado. Pero eso no era una tarea fácil, requería de mucho tiempo y había que empezar desde temprano.
En ese contexto, se dictaron medidas diversas con respecto a la instrucción. Esto, provocó que la curia y/o sus acólitos, mencionaran que “la ley sobre instrucción pública expedida el 15 de abril último por el ministerio respectivo, ofrece nueva ocasión de lamentar el sistema de indiferencia que en materia de religión se ha propuesto seguir el gobierno. En tal ley es punto omiso el de la instrucción religiosa, y es indudable que tal omisión será un hecho positivo en todos los establecimientos de enseñanza primaria y secundaria dependientes del Estado”. Para probar que los métodos nuevos estaban equivocados, nuevamente, recurrieron al argumento de que “la ley parece sustituir a la enseñanza de los principios religiosos la de la moral. Más, ¿Puede la moral, por ventura, separarse de la religión?
¿Existe esta moral universal que decantan los enemigos del catolicismo?” Por supuesto que es factible bajo el principio de que, para la curia, aun cuando quisieran vender lo contrario, en función de su comportamiento “la moral es un árbol que da moras”. Pero, eso era la realidad que ellos preferían pasar por alto y argüir que “lo que nosotros vemos demostrado prácticamente es, que el código moral de cada sociedad se deriva de los principios religiosos que esa misma sociedad acata y práctica, siendo resultado de ello que las reglas de la moral difieren o hasta se hallan en abierta contradicción entre unos y otros pueblos”.
Y para que vieran como ellos eran los poseedores y practicantes de la moral única, invocaban que “en los cristianos es severamente castigado el infanticidio, mientras que en algunos puntos de Asia constituye una costumbre autorizada o disimulada por las leyes”. Ante una salvajada como lo era esto último, nada como ofrecer en contraste la moral cristiana practicada al amparo del Tribunal de la Santa Inquisición.
Un alto grado de moralidad iba implícito en el hecho de que aquellos quienes no compartieran la perspectiva católica en relación con el Gran Arquitecto deberían de ser llevados al potro o a la hoguera y sus bienes pasar a ser propiedad de la Iglesia Católica, todo un acto de progreso pleno de la moral que alzaba como estandarte la curia. Pero, para no retroceder tanto en el tiempo, nada como invocar otro acto de moralidad realizado por los miembros de la curia. Apenas cinco meses antes habían concluido tres años en que, bajo el principio de su moralidad, poco les importó envolver al país en una lucha fratricida porque no estaban de acuerdo con lo establecido en la Constitucion Federal de los Estados Unidos Mexicanos.
En 1861, estaban derrotados, pero como lo de ellos era la moralidad, ya empeñaban el máximo de sus esfuerzos para traer un príncipe europeo que viniera a civilizarnos. Ese grupo se caracterizaba por recular hacia el pasado y oponerse a cualquier modernización. No podía ser de otra manera cuando, en la práctica, se regían bajo el principio de que, “la moral es un árbol que da moras”. Con todo ello no hacían sino caminar por la línea que les trazó el directivo principal de la organización.
Habían trascurrido casi dos meses desde que el ciudadano, Giovanni Maria Mastai Ferretti Solazzi, el papa Pío IX, se viera inmerso en el fin de los Estados Papales y el nacimiento del Reino de Italia, lo cual le achicaba sus posesiones terrenales. En ese contexto, pronunció, el 18 de marzo de 1861, en consistorio secreto una Alocución por la Divina Providencia. Sabemos que para los feligreses católicos doctos no es requerido precisar el significado de este término, pero luego resulta que algún lego en la materia, como lo es este escribidor, se le ocurre leerlos y se queda con la duda. Alocución es una forma solemne de plática o discurso desde el trono utilizado por el Papa en ciertas ocasiones. Se pronuncia en una reunión en la cual, solamente, están presentes los cardenales. A menudo toma el lugar de un manifiesto cuando una lucha entre la Santa Sede y los poderes seculares ha alcanzado una etapa aguda. Esto último era lo que se vivía y en el marco de ello daba inicio el documento.
Les mencionaba a los cardenales que “hace ya mucho tiempo, venerables hermanos, que estamos presenciando el conflicto entre la verdad y el error, la virtud y el vicio que agita a la sociedad civil, sobre todo en nuestra desgraciada época”. ¿Porqué será que todos los autócratas, de manera intemporal, les da por creerse poseedores de la verdad eterna? Pero, volvamos al texto de 1861, en donde don Giovanni mencionaba que “…por una parte, los unos defienden lo que se les antoja llamar la civilización romana; mientras que los otros, por el contrario, combaten por los derechos de la justicia y de nuestra santísima religión”. La postura maniqueísta de nosotros somos los buenos y ustedes los malos.
Como una muestra de que nosotros no calificamos a nadie simplemente porque se nos antoja, lo que a continuación mencionó el ciudadano Mastai Ferreti Solazzi es una muestra de su condición de enemigo del progreso, vayamos a las palabras textuales que cayeron sobre los oídos de sus subordinados: “Piden los primeros [los que defendían la civilización romana] que el Pontífice romano se reconcilie y avenga con el progreso, con el liberalismo como ellos le apellidan, y con la civilización moderna”.
¿Alguna duda de que esta persona se aferraba al pasado? Y eso lo reafirmaba al apuntar: “Quieren los segundos [sus seguidores fieles que en nada cuestionaban la postura papal], como legitimo derecho, que los principios indestructibles e inmutables de la justicia se conserven inviolables y en toda su integridad, que la fuerza salubérrima [saludable] de nuestra divina religión se mantenga en todo su vigor; porque ella es la que exalta la gloria de Dios y opone eficaz remedio a tantos males que afligen al genero humano; es la sola verdadera y única regla; solo siguiéndola, es como los hijos de los hombres, después de haber ejercido en esta vida perecedera todas las virtudes, arribaran al puerto de la bienaventuranza eterna”. Dejando de lado los asuntos teológicos, acerca de los cuales somos legos y mucho menos enfrascarnos en cuestionar como cada uno lleva su relación con el Gran Arquitecto, estimamos la postura de Pío IX representaba un aferramiento contrario a la evolución natural de las sociedades, querer continuar con prácticas anquilosadas a lo único que llevaba era al enfrentamiento, aun cuando en realidad lo que defendía no era la pureza de su religión, sino la fiducia acumulada y la que en el futuro pudiera acumular.
En torno a lo anterior, lanzaba otra peroración con la que trataba de detener la evolución que vivía el mundo. Empezaba por enfatizar que “hemos preguntado a los que nos excitan a que recibamos por el bien de la religión, la mano que nos tiende y ofrece la civilización moderna, si los hechos son tales que puedan empeñar al vicario de Cristo en la Tierra, al que ha recibido la misión de poner a salvo la pureza de su celestial doctrina y de alimentar a los corderos y ovejas de su rebaño con esta misma doctrina, confirmándolas en ella, a que haga alianza sin grave peligro para su conciencia, y sin grandísimo escandalo para todos, con la sociedad moderna, cuya obra ha producido tantos males, y que ha promulgado tantos principios, tantas opiniones detestables y errores eternamente opuestos a la doctrina de la religión católica”. Lo que tanto molestaba a Giovanni Maria era que se promoviera el libre albedrio; que se impulsara la innovación; que cada uno llevara su relación con El Gran Arquitecto como más le pareciera; que se adquirieran conocimientos más allá de cánticos religiosos; que se leyera y publicara lo que se considerara conveniente sin necesidad de tomar en cuenta lo que determinara un tercero; que existiera la posibilidad de interpretar la Biblia sin necesidad de recurrir a ellos o bien cuestionarlos al respecto; que la ciencia estuviera por encima de la superchería y el fanatismo; y, que los pueblos fueran capaces de darse gobiernos sin la egida de la curia.
Por todo eso consideraba que la civilización moderna era nefasta, veamos que más mencionó al respecto.
Indicaba que “esa civilización moderna, al mismo tiempo que favorece en ciertos puntos el culto católico, y no priva de los empleos públicos a los mismos infieles prohíbe a sus hijos que frecuenten las escuelas religiosas, se irrita en contra de las familias religiosas, contra las instituciones fundadas para la dirección de dichas escuelas, contra muchos religiosos, todas categorías, hombres insignes por su alta dignidad, muchos de los cuales pasan miserablemente su vida en el destierro o entre cadenas, y también contra los laicos piadosos que adictos a Nos y a esta Sede apostólica, defienden ardorosamente la causa de la religión y la justicia”.
Lo que le preocupaba era la pérdida del monopolio educativo y lo que ello implicaba en materia de promover fanatismo y adeptos. En cuanto a que se perseguía a miembros de la curia, eso sucedía como respuesta a que estos, aprovechando su gran influencia soliviantaban a su gente para que fueran a sabotear el progreso por cualquier vía.
¿Acaso esperaba que le respondieran con abrazos? Y aquí seguía lo que más le lastimaba a don Giovanni Maria quien reclamaba que “esta civilización [moderna] que da subsidios a las instituciones y a las personas no católicas, expolia a la Iglesia Católica de sus más justas y legitimas [¿?] posesiones, y aplica todos sus cuidados y estudio a disminuir la eficacia saludable de la Iglesia [Católica]”. Como ven eso de que la Iglesia Católica era un ente ávido de acumular riquezas no eran más que infundios, para eso tenía hombres de paja que aparecían como propietarios. Y lo que seguía en el texto era algo gravísimo, lea usted.
“Mientras que permite toda libertad a los escritos ya las palabras que combaten a la Iglesia [Católica] misma y a cuantos le son adictos de corazón, y nutre la licencia, al mismo tiempo que se muestra ella muy prudente y moderada para corregir y reprimir las violencias cometidas en contra de los que publican buenos escritos y guarda su severidad para estos últimos, cuando juzga que han excedido, en lo más mínimo, los limites de la moderación”. Como siempre, la victimización propia de los autócratas, los otros son los malos, nosotros los buenos.
Acto seguido, le surgían un par de preguntas:” ¿En tales circunstancias, podría jamás el soberano Pontífice dar su mano a semejante civilización y formar con ella un pacto y una alianza sincera?” Ya sabemos que eso jamás lo haría un retrograda. El otro cuestionamiento era: “¿Con que probidad elevan su voz los perturbadores y fautores [agentes] de la sedición, para exagerar los esfuerzos que vanamente han intentado ellos para ponerse de acuerdo con el Pontífice romano?” Era bien sabido que Pío IX demandaba sumisión. No iba a aceptar ninguna otra opinión que no fuera la coincidente con la de él. Tras de eso continuó fustigando a los italianos quienes convirtieron los Estados Papales en parte del reino de Italia, y por supuesto invocó un sinfín de veces a El Gran Arquitecto, él lo llamaba Dios, y a Jesucristo.
En este extracto hemos encontrado cuales eran las motivaciones que Giovanni Maria Mastai Ferretti Solazzi, el papa Pío IX, tenía para dictar la línea a quienes en nuestro país se oponían a que se instaurara la libertad y el progreso. “Después de esta Alocución, el Santo Padre deploró la lucha de la Iglesia [Católica] de México tiene que sufrir por obra de la revolución. Los obispos y los religiosos han sido expulsados, dijo el S.S., el delegado apostólico se ha visto forzado a marcharse; las iglesias han sido expoliadas, y la metrópoli que poseía inmensas riquezas en ornamentos de oro y plata y otros objetos preciosos, han sido saqueadas”.
Todo se resumía a resguardar sus riquezas y alegar una superioridad supuesta por el simple hecho de ser miembro de la curia. No importaba sembrar el odio y el divisionismo, ni destruir y ensangrentar el país, todo lo hacían en nombre de preservar situaciones anquilosadas que lo único que trajeron fueron miseria, superchería e ignorancia. Eso sí, eran seguidores fieles de sus amos a quienes nada cuestionaban, la lealtad ciega e irracional preferida de los autócratas de ayer y hoy. La semana próxima, les comentaremos quienes fueron las almas pías a quienes echaron fuera y porque las largaron, las condiciones en que encontraba al país el estadista, en ciernes, Benito Pablo Juárez García, así como los resultados de las elecciones de 1861. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.20. 59) Desde su refugio observaba que de nada valió llevar a sus esbirros oaxaqueños para que se plantaran en el Zócalo, que sus lacayos impusieran la medida inútil del doble hoy no circula, misma que levantaron en cuanto terminó la marcha, o que su intendente prohibiera el uso del color rosa. Al final, tuvo que ser testigo con la investidura incólume (¡!), desde muy lejos, como la Plaza de la Constitucion y calles aledañas se pintaban de rosa. ¿Tendrá listo el manifiesto?
Añadido (24.20.60) Nunca mejor que ahora aquello de “candil de la calle, oscuridad de su casa”. Aquí no hay más que dos sopas: Estamos ante un irresponsable por ofertar lo que no tiene o los apagones son solamente una treta en el proceso de ensayo para el dos de junio. De otra manera, no puede explicarse que ahora vaya a venderse electricidad a Belice. Aun cuando, dado lo avanzado que son y lo mucho que invocan los tiempos románticos idos, en una de esas lo que les surtirán será una remesa considerable de velas, veladoras y fósforos. No olvidemos que, con eso, también, existe la posibilidad de alumbrarse.
Añadido (24.20.61) En un sólo día, los anaranjados neoloneses dieron la nota roja en dos ocasiones. Por la mañana, las acusaciones de compras nada claras realizadas en San Pedro por quien dice gobernarlos. Por la noche, en el mismo municipio, la tragedia en un evento de cierre de campañas de los fosfo fosfo.
Añadido (24.20.62) Al final, tuvo razón nuestro amigo. Ningun castigo para Ecuador y si una exhibida a la incompetencia del gobierno de México que confunde el derecho de asilo con el hecho de convertir las embajadas en una guarida para delincuentes.