Claudia Rodríguez
México y la totalidad de su territorio, no es una isla en el concierto mundial, como tampoco lo son las demás naciones del mundo, por el contrario, cada una de estos países conforman un todo en el que, lo que sucede a nivel físico en un punto lejano de la Siberia, del Congo, de los Andes, de los Rocallosas o de cualquier otro punto de la geografía planetaria, repercute entre sí en muy diferentes grados.
Más allá de lo que las autoridades mexicanas comenten sobre las repercusiones directas que habría entre la población de México de desatarse una pandemia con el padecimiento respiratorio conocido como coronavirus, los gobernados debemos conocer que siempre hay un riesgo por más mínimo que sea y no vivir con la idea propagada desde el Gobierno en turno, que aquello de China está muy lejano para que se convierta en un verdadero problema de salud entre nosotros.
No miremos hacia el este, observemos al punto cardinal del oeste y advertiremos los mexicanos el por qué los chinos no nos son tan ajenos como muchos siguen pensando. No es la lejana China, no son las rutas comerciales de antaño, ya ni siquiera el estrecho de Bering o lo profundo del océano Pacífico son aventuras de días, al país asiático se llega desde el nuestro en apenas 17 horas por ruta aérea.
Las relaciones entre China y México tienen una historia muy antigua que se reafirman no solo con las relaciones comerciales de hoy en día, sino con los mismos datos de las relaciones de parentesco de origen de la raza humana; testimonios del descubrimiento arqueológico y hasta registros históricos.
Si alguien con la lectura de líneas arriba había intuyó que la intención del presente texto es atemorizarnos, no es así, por el contrario es la de alertarnos de que lo que sucede en China, es relevante para los humanos, llegue o no a afectarnos en nuestra salud o en algunos otros aspectos sociales y económicos.
No son los chinos aislados y puestos en cuarentena en ciudades que cada vez más parecen pueblos fantasmas porque nadie puede hacer su actividad cotidiana.
La deshumanización, la desinformación y ver el bosque de manera parcial nos deshumanizan al grado de ponernos entonces sí, en la mira del peligro.
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