Luis Farías Mackey
Hablábamos ayer de la permisividad de la legislación electoral mexicana para engañar y ocultar en vez de informar y aclarar, de suerte que elegimos sin datos suficientes, atingentes y verdaderos; haciendo de nuestras elecciones una feria de engaños, banalidades y dinero. ¡Mucho dinero!
Ejemplo: “Es Claudia”.
“Es Claudia” no es una definición, no es una propuesta, ni siquiera una propaganda: es una orden: “Es Claudia”, no le busquen.
Al decir que ella es, sin embargo, nada se dice de quién es, porqué es, qué ofrece, qué propone, qué garantiza, qué piensa, qué odia, qué venera, qué cree. Tampoco quién y para qué decidió que “es”.
“Es Claudia” es una barda, un espectacular, una propaganda, pero no es nadie ni nada, es una entelequia sin entidad, sin personalidad, sin calidez.
Así, “Es Claudia” es la mejor manera de esconderla y difuminarla; de no ser. El común denominador de sus críticas es su carácter inasible, su, ¡Oh, paradoja! indefinición, su condición etérea.
Al margen de ello, si la elección es para que nosotros decidamos quién debe ser; ¿cómo de entrada se nos impone quien ya “es”?
¿No debiera ello ser observado y en su caso ponderado por las autoridades electorales?
¿No debiera la legislación electoral prohibir y sancionar toda propaganda electoral que tenga por objeto confundir, mentir, enajenar o manipular a los electores?
Pero, ¡claro!, hablar del INE, del Tribunal (TEPJF) y del Congreso de la Unión hoy, es entrar a otra dimensión: la de ser sin ser.