Gloria Analco/
Ahora quieren hacer creer que el espía mayor resultó ser el espiado. Washington, con un largo historial de interferir en las elecciones de todo el mundo, se queja amargamente de que Vladimir Putin ha instalado a Donald Trump en la Casa Blanca con el uso del Internet y los hackers.
Está claro que el establishment estadounidense ve a Trump como un intruso, alguien no deseado y que amenaza su sobrevivencia.
El conflicto con el cual el establishment quiere impedir que Donald Trump asuma la Presidencia de los Estados Unidos escaló todavía más cuando este miércoles el portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, dijo que “hay amplia evidencia” de que Trump sabía antes de las elecciones que Rusia estaba detrás de los planes para perjudicar la campaña de Hillary Clinton.
Y fue más allá todavía: que Trump “les animaba a seguir haciéndolo”. Esto, haciendo referencia a un discurso de campaña del republicano pidiendo a Rusia que revelara públicamente lo que encontrara de los correos electrónicos que Clinton eliminó de su servidor privado, supuestamente.
Hasta el más mínimo gesto de Trump está formando parte de la nueva trama para sacarlo de juego.
Desde que Donald Trump anunció en campaña cómo sería como Presidente, sus enemigos han intentado de todo para que el magnate no llegue a ocupar el Salón Oval.
Francis Fukuyama, el creador de la famosa frase “El fin de la historia”, explicó en un artículo que la victoria electoral de Trump obedeció a que estuvo muy acertado en llevar al electorado el mensaje de que el sistema político de los Estados Unidos había sido capturado por grupos de interés bien organizados y proponer un cambio en las reglas del juego que permitiera al pueblo recuperar de nuevo Washington.
Desde el punto de vista de Fukuyama, el sometimiento del gobierno a los grupos de interés “es una fuente de la decadencia política”. Pero dice que la solución que Trump propone “es simplemente su propia persona”, por pensar que ser un magnate hace “difícil que sea sobornado por los intereses especiales”. Fukuyama no ve que eso sea suficiente para doblarle las manos a las élites.
Es un hecho que Trump incomoda a las élites al extremo de que una nueva confabulación se ha echado a andar en su contra. Sus enemigos la han gestada con lujo de detalles, esperando esta vez tener éxito.
Han urdido la conspiración de manera que todas las piezas encajen y con la intención de no tener que dar vuelta atrás.
Primero, se esmeraron en una revisión minuciosa de los resultados finales en los estados conflictivos en materia electoral para poder achacarle cualquier irregularidad, cierta o inventada, a una intromisión externa.
El siguiente paso fue que un diario de los tamaños del Washington Post lanzara como “exclusiva” que la CIA había concluido en una investigación que Rusia intervino en las elecciones para ayudar a Donald Trump.
La cara de los Halcones, que tienen todos los hilos del establishment en sus dedos, comenzó a aparecerse por todos lados como algo claramente orquestado.
Apenas a los dos días de la publicación, ya se habían puesto de acuerdo senadores demócratas y republicanos para decir que “los informes recientes de interferencia rusa en nuestra elección debe alarmar a todos los estadounidenses”, dándolo ya como un hecho, y además con John McCain a la cabeza, quien ha sido asociado a los yihadistas.
Ofrecieron un comunicado conjunto en el cual dijeron que trabajarían juntos y donde dramatizaban diciendo que con ello se había “reducido al corazón de nuestra sociedad libre”.
Una a una las piezas clave del establishment fueron saliendo a la palestra, y tocó su turno a Barack Obama, quien dio la orden de realizar una investigación completa a la supuesta interferencia de Rusia, lo cual le fue muy criticado -“en vivo”- por la presentadora Jeanine Pirro del programa “Justicia con la jueza Jeanine”, en la cadena estadounidense Fox News.
Ella pidió a los demócratas aceptar su derrota con “dignidad” y dijo que los correos hackeados a John Podesta, asesor de Hillary Clinton, tienen un contenido “preocupante”, sobre los cuales Obama “no dijo ni una sola palabra”, y le preguntó al aire “¿por qué está tan obsesionado con Rusia?”, y añadió que ahora Clinton “quiere culpar a Rusia de su fracaso”.
El equipo de Trump respondió, en primera instancia, que “estas son las mismas personas que indicaron que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva”.
Animados por ver cómo han podido hacer crecer esta nueva ola conspirativa, en la que se han sumado hasta los líderes republicanos del Congreso estadounidense –del partido supuestamente de Trump-, ya tienen preparada la puntilla: pedir al Colegio Electoral de cada estado de la Unión Americana no votar al próximo Presidente hasta que no se tenga la información completa sobre ese caso.
Será la prueba de fuego sobre cuántos estados estarían dispuestos a seguirle el juego a esa maniobra. Entre tanto, Trump prosigue con las tareas propias de alguien que está a un paso de asumir la Presidencia de los Estados Unidos.
Sin embargo, no hay que ignorar la reacción que pudiera tener la sociedad estadounidense si se atrevieran a impedir la investidura de Donald Trump. Me atrevería a afirmar que ardería Norteamérica.
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