Javier Peñalosa Castro
Los tiempos actuales están marcados por la cerrazón y el regreso a las formas más primitivas y miserables de intolerancia, expresadas en actos racistas, como los que tolera el gobierno de Trump en Estados Unidos y de extremistas del Islam que pretenden terminar con los imperios del tercer milenio con “métodos” tanto o más bárbaros que los que se emplearon contra ellos y los profesantes de otras religiones durante las Cruzadas para imponer el cristianismo a sangre y fuego.
Esta semana tuvo lugar en Las Ramblas de Barcelona un atropellamiento masivo en el que trece personas que paseaban plácidamente, murieron al ser embestidas por una camioneta, que se utilizó como arma para perpetrar el ataque, en tanto que al menos cien más sufrieron heridas de distintos grados.
Estos hechos de violencia, al igual que los que cometen los racistas y neoesclavistas en Estados Unidos y grupos violentos de extremistas der otras nacionalidades, sin importar el signo al que pertenezcan, son indudablemente condenables. Sin embargo, atrocidades de tal tamaño no sólo ocurren en París, Nueva York, Barcelona o Madrid. En México, los “supremacistas” encumbrados en el gobierno y/o en los negocios (generalmente, o combinan ambas actividades o las alternan), de manera consciente, o por irresponsabilidad, que implica complicidad, emplean el terrorismo (“dominación por el terror”, según el Diccionario de la Lengua Española) para tener atemorizada y sometida a la inmensa mayoría de la población.
Terrorismo no es sólo hacer estallar una bomba o atentar contra una multitud. También es apropiarse impunemente del patrimonio común; mantener, en connivencia entre gobierno y empresas, los salarios más bajos de Latinoamérica; escatimar recursos para una educación pública de calidad —más allá de enunciados pomposos, simulaciones o cambios cosméticos— y para impulsar el desarrollo científico y tecnológico, tal como lo han hecho China e India sólo por citar ejemplos de naciones “en desarrollo”.
La dominación por terror a que nos referimos incluye también el remate de los bienes nacionales, como el petróleo y los yacimientos mineros; la discriminación y la violencia contra los pueblos originarios de lo que hoy es México; tolerar la violencia cotidiana y el despojo contra quienes menos tienen y propiciar que el diez por ciento de la población acapare dos tercios de los activos físicos y financieros, en tanto que cerca de la mitad padece algún grado de pobreza.
Esta forma de sujeción es también una expresión de terrorismo, como lo son los abusos contra niños y personas en estado de indefensión por parte de ministros de culto y otros poderosos, asíc como la trata laboral y sexual.
Los terroristas que aquí operan no utilizan explosivos, vehículos ni armas químicas. Se valen del despojo de activos que, por ley, pertenecen a todos los mexicanos, como el petróleo y las riquezas del subsuelo, recursos que paulatinamente han sido entregados a empresas extrajeras y a quienes solícitos “empresarios” nacionales les sirven como socios y testaferros para concretar la exacción.
Durante los últimos 35 años los mexicanos hemos sido sometidos al engaño de que los sacrificios económicos padecidos se traducirán en un futuro de promisoria prosperidad que no sólo no se ve llegar, sino que cada vez parece más lejana, al menos para la inmensa mayoría de la población, que no percibe avance alguno en su bienestar y que, por el contrario, ve cada vez más lejana la posibilidad de hacerse de una casa, garantizar su jubilación o, al menos, satisfacer las necesidades más elementales —techo, vestido, alimentación— de su familia, que ve cómo se alejan de sus posibilidades estos satisfactores.
So pretexto de “abrir” la economía, los gobiernos que hemos padecido durante ya más de tres décadas, desmantelaron empresas públicas y una larga lista de organismos de asistencia social, quitaron contrapesos como los precios de garantía, los precios controlados y las revisiones salariales periódicas para mejorar el poder adquisitivo de los salarios. Esas también son expresiones del peor terrorismo.
Pero el gobierno no solamente malbarató sus activos. También ha sido cómplice de la proliferación de monopolios y oligopolios en ámbitos tan diversos como las telecomunicaciones, la televisión y la banca, entre muchos otros, que a ciencia y paciencia de las autoridades “antimonopolio” esquilman cotidianamente a prácticamente todos los mexicanos.
Podrá pensarse que estas acciones (y omisiones) de corte terrorista no son violentas en el sentido literal. Para quienes pudieran tener tal duda de apreciación, está la violencia pura y dura a la que se somete el trabajador que carga consigo 10 pesos para que el asaltante que sube al microbús o la Combi en que viaja no lo golpee “por prángana”, el cobro de “derecho de piso” a pequeños comerciantes, el robo con violencia en las calles y los enfrentamientos entre criminales o entre éstos y alguna policía, en los que los que menos tienen corren constantemente el riesgo de figurar como “daño colateral”.
Cito sólo algunos de los ejemplos más representativos del terror en que transcurre la vida de una proporción importante de la sociedad. Desgraciadamente son muchas más las acciones de terror a las que se ven sometidos día a día.
Históricamente, estas escaladas violentas cumplen un ciclo y les sigue una temporada de estabilidad o incluso de prosperidad. Sin embargo, ello muchas veces implica levantamientos o revoluciones que a la larga en nada benefician a las mayorías. Habrá que hacer algo para que la lumbre no llegue a los aparejos.