DIARIO DE ANTHONY
5:22 p.m. Todavía puedo recordar la maldita vez en que quise trabajar como vendedor en una tienda “Zara”. Pero yo sabía que jamás me contratarían, porque entonces yo no solamente vivía en una puta ciudad racista y culera como La Sucia Mérida, sino que, además, yo, en lo absoluto era “blanquito” y de rasgos afeminados.
¿Qué si me dolió? ¡En lo absoluto! Porque aquellos imbéciles jamás serían más altos que yo, sus figuras ¡jamás serían mejores que la mía! Oh, ¡desgraciada vida la mía!
Confieso que siempre detesté al ser mexicano -fuese este rico o pobre, indio, naco, huiro, blanquito, oscurito- por el simple hecho de su cuerpo estaba cortado igualito que todos los demás.
Ahora que escribo todo esto, no sé explicarlo. Lo que a mí me sucedió me convirtió en el mexicano más horrendo, fiscalmente hablando. Pero, oh, ¡desgracia! Yo había tenido la desgracia de no haber nacido “con el cuerpo cortado a lo mexicano”.
Muchas veces, para no sentirme “inferior”, yo, lo único que tenía que hacer era medir con mi mirada el cuerpo de un mexicano. Su figura, ¡jamás me gustó! En cambio, la figura de un norteamericano siempre me consoló.
Ahora mismo me causa mucha vergüenza decirlo, pero, yo, ¡siempre me identifiqué con el cuerpo de “un gringo” Su figura alta y delgada ¡siempre me tranquilizó mirarla! En cambio, el cuerpo de un mexicano…
El cuerpo de un mexicano parecía haber sufrido un golpe. Cuando yo lo miraba, solamente veía cómo su cabeza parecía estar inclinada ¡un poquito hacia adelante!
Y el yucateco, sobre todo, tenía la espalda “un tanto abultada”. ¿Por qué sus cuerpos eran “así” estéticamente? ¿Acaso soy el único al que se le ha ocurrido preguntárselo?
Y un día, un maldito escritor de nombre “Aldous Huxley” vino y me dio muchas respuestas de cosas a las que yo no me atrevía a responder. ¿Lo más difícil? Él hizo que yo dejara de sufrir por el mexicano. Porque entonces comprendí que “el mexicano” había nacido acondicionado para ser mexicano, ¡y no otra cosa! Y de aquí -de su acondicionamiento- ¡nada había que pudiese DESPERTARLO!
Gracias a Huxley comprendí que “un indígena” mexicano no sufría por ser lo que era, y no otra cosa. Y todos los demás lo mismo, aunque los criollitos o blanquitos siempre serían los únicos con una vida aparentemente “fácil”.
Y si yo aterrizaba el sistema de castas que aquel libro planteaba, pues “los Alfas” siempre serían “la puta casta divina” de La Sucia Mérida; “los Betas”, los descendientes de los anteriores, “los Deltas” los aspirantes a nuevos ricos”, y, por último, “los Epsilones”: es decir los sirvientes de ascendencia maya, con la piel morena, y que aquí en Yucatán llamaban -mucho antes, y de manera despectiva como -HUIROS; es decir la chusma, los pobres, etcétera.
¡Dolor! Y a mí, ¿en qué categoría me tocaba estar? Supongo que, para defenderme de toda esta horrible verdad de castas, comencé a creer que yo no pertenecía a ninguna de ellas. (Mi cuerpo no estaba “cortado” a lo mexicano)
Porque entonces comprendí que “la figura de un criollito o blanquito no era mucho mejor que la figura de “un mestizo o indígena yucateco”.
Y podría decir y jurar que Aldous Huxley ha sido -y siempre será- el único escritor QUE SUPO darle “mucha importancia a esa cuestión de la figura corporal”.
En su libro, existe un tipo “atormentado” y que se siente inferior frente a los epsilones, a pesar de que él ¡es un Alfa más! Al pobre de Bernard Marx ¡le faltan unos ocho centímetros de estatura!
¿Horrible! Siempre supe que jamás me contratarían en Zara, a pesar de ver que esos monos blanquitos ¡no tenían mucho mejor figura que yo!
¡Dolor! La figura corporal ¡siempre lo sería todo para mí!
Anthony Smart
Septiembre/09/2021