Gregorio Ortega Molina
* ¡Lástima Margarito!, me digo a mí mismo, cuando pienso que esta nación tuvo su oportunidad, pero de alguna manera varios de nuestros gobernantes se las ingeniaron para echarla a perder. Y espérense a cuantificar el daño económico que causarán las presidencias municipales de la Ciudad de México.
Al resultado legal y normativo del constituyente de la Ciudad de México, se le espera con desbordado entusiasmo y exagerada esperanza. Yo mismo pensé, con infundada confianza, que la Constitución de esta metrópoli sería el modelo para la urgente reforma del Estado y el principio del inicio de la refundación de la Patria. Ahora sé que no sucederá así.
La mayoría de los candidatos para recibir la enorme responsabilidad de integrarse al constituyente como resultado de unas elecciones limpias, están muy lejos de reunir condiciones de excelencia exigidas por esa distinción; además, pensar en que no se trucarán los resultados es ingenuo de mi parte, porque el chanchullo no se hará el mero cinco de junio, ni se escribirá en las boletas electorales. Fue realizado previamente, con la selección de los “mejores” hombres, y con la autopostulación de esos independientes que sueñan con cambiar al país, cuando ellos mismos no pueden modificar su conducta.
Si cambios de última hora son requeridos, los interesados en que los resultados favorezcan su proyecto político recurrirán a la fiscalía contra los delitos electorales, que para eso está, para atender a la voz del amo, o todavía, como último recurso, los tribunales electorales dispondrán que todo se acomode a la buena de Dios, o a la sana voluntad del poder.
Lejos de mí fomentar la autoconmiseración entre los mexicanos. El país está inmerso en un proceso de cambio, y las resistencias son tan fuertes que la violencia puede recrudecerse, con tal de que la corrupción no se sancione como se debe para que las oportunidades de cambio sean reales, así como tampoco se destrabará la reforma del Estado, porque en la confusión en que actualmente se gobierna, es como puede garantizarse la permanencia fiel de la impunidad, enorme estado de confort que permite toda aberración jurisdiccional, administrativa y penal.
Por lo pronto, lamento que algunos amigos estén involucrados en un proceso de conceptualización constitucional y legal que aspiraba al cambio, pero que no será como desea Adolfo Oribe para empoderar a la sociedad, y si en términos de su redacción existen esos ansiados cambios, la reglamentación de ese articulado constitucional tardará en llegar, como un oráculo tarda en convertirse en realidad.
¡Lástima Margarito!, me digo a mí mismo, cuando pienso que esta nación tuvo su oportunidad, pero de alguna manera varios de nuestros gobernantes se las ingeniaron para echarla a perder. Y espérense a cuantificar el daño económico que causarán las presidencias municipales de la Ciudad de México.