Andy López Beltrán, el hijo del ex presidente hoy escondido en alguna madriguera de lujo con el dinero de los mexicanos, emuló ni más ni menos que a la perra de tía Cleta: nunca ladraba y el día que ladró le rompieron la jeta, reza el dicho popular. Después de protestar porque le dicen Andy, no apenas, sino desde que nació, las redes sociales se llenaron de insultos a su persona.
Hay que recordarle que todos los hijos que se llaman igual que sus padres, son aludidos con el diminutivo del nombre. Es una costumbre muy mexicana inclusive de afecto, para diferenciar al progenitor y al vástago sin dejar de asociarlos. Pero este tipo tenía que despreciar nuestros usos y costumbres porque seguramente se siente de otro planeta, mucho más avanzado. Y solamente lo mereceremos cuando se convierta en el futuro Presidente de México.
Si tan orgulloso está de su padre, a quien denominó el mejor presidente de este país, pues que se haga nombrar como en realidad se llama, o Manuel Andrés López Obrador, nombre que cambió porque sus siglas dicen MALO y esta palabra lo pinta de cuerpo entero en todo. O bien como lo han curtido miles y miles de mexicanos en las redes sociales: “el Caqu***tas López”.
Las recientes elecciones para sepultar al Poder Judicial desmienten al bisoño politiquito cuando vierte su visión trastocada de ser hijo del mejor Presidente que ha tenido este país azotado por su presencia. Sólo acudió a las urnas nueve por ciento de un padrón de 100 millones de votantes. Pero fiel a su pergeño destructor, valieron para conseguir su miserable propósito.
En el atinadísimo razonamiento de Guadalupe Acosta Naranjo, quien conoce bastante bien a ambos, lo que quiere el descendiente es hacerse llamar de aquí en adelante igual que su padre o Andrés Manuel López Obrador Beltrán, para
establecer una identidad, por lo menos en el nombre, con la del despiadado destructor de este país, con miras de a iniciar su búsqueda de la Presidencia.
Pero su desplante tuvo tanto eco, que las redes sociales fueron vertederos de un rechazo generalizado. Su bien ganada fama de mantenido arribista sirvió para que le recordaran haberse convertido en el gran jefe del Clan de los López. Para que dijeran que, sin su padre, sería don nadie. Pero gracias a él, ha gozado de licencia para vender, desde medicinas que cobró, pero jamás entregó a los hospitales y balastro de la peor calidad al Tren Maya, amén de otras mercancías.
Su padre es quien le consiguió trabajo de secretario de Organización de Morena, con la intención de catapultarlo, primero a candidato de la Presidencia y luego a la Primera Magistratura, con las mismas trampas con las que llevó a tan importante cargo a una científica que no sabe lo que quiere decir esta palabra y que aparece todos los días ante periodistas a los cuales les dice que no puede contestar ciertas preguntas, porque no sabe y siempre va a investigar.
Si realmente fuera consciente, lejos de sentir orgullo por su linaje, debería sentir vergüenza de descender de un destructor, que comenzó su mandato con la desaparición de lo que sería uno de los más competitivos aeropuertos del mundo, que desmanteló para que el mismísimo hijo vendiera lo que quedaba como chatarra o como fierro viejo. Por descubrirlo y publicarlo no puede ver ni pintado a Carlos Loret de Mola ni a la prensa consciente.
Al insistir en su padre, dijo textualmente: “Les da miedo porque saben lo que vale el nombre y el legado de Andrés Manuel López Obrador”. La realidad es que no vale un cacahuate y podemos admitir que siempre da miedo un resentido desquiciado con poder, porque es capaz de llevar a todo un país al mismo abismo, en aras de convertirse en el único amo y señor, capaz de tomar las peores decisiones que puede concebir una mente enferma.
Toda su molestia es reveladora de su inmensa pobreza de inteligencia, de honor y de coraje para valerse por sí mismo. De que no es capaz de emprender una pelea limpia para llegar a su objetivo, la Presidencia y de que, para ello, tiene que arroparse con el nombre de su progenitor, hoy invisible.
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