Horizonte de los eventos.
El perfil se vislumbró claramente hacia 1980, luego del agotamiento de la “abundancia” que ya no habría qué administrar y de la publicación del PRIMER Plan Global de Desarrollo.
Emitido por el Presidente de la República, José López Portillo. Rubricado por el Secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid. El documento impreso, no omitió precisar que el coordinador del Plan, había sido el Secretario Técnico del Gabinete Económico, el Lic. Carlos Salinas de Gortari.
“A Miguel de la Madrid, se le debe -me dijo Samuel Palma, en 1990-, visionariamente, haber traído a México el neoliberalismo, apenas unos años después que Françoise Mitterrand lo postulara en Francia, para toda Europa, y menos de que Felipe González lo llevara a la Transición Española. Un estadista anticipado”; A 30 años, me pregunto ¿Será que nos lo debe?
Los nombres y el momento financiero señalados, son sinónimos en la globalización del neoliberalismo, en México, en Iberoamérica y en Norteamérica -Donde siguen reinando los herederos de Ronald Reagan, su verdadero “ideólogo”, apoyado en Europa por Margaret Thatcher y por Juan Pablo II, quienes necesitaban políticos que enarbolaran la nueva doctrina, es que surgen el francés y el español.
México, nunca más ha tenido “abundancia qué administrar”. México, inició el proceso de transformación del Estado, reconversión industrial y su adelgazamiento. Su reorientación en sentidos, áreas de intervención, concepción de participación, intervención e inversión. Con toda una gran reforma constitucional, que más allá de las reformas técnico jurídicas, fue la instauración de un nuevo paradigma: La apertura y globalización.
Que de diciembre del 82, a febrero del 83, hubo más de cien reformas constitucionales (más de las de la constitución inglesa en sus 700 años de existencia). La reforma constitucional del estado mexicano, realmente requirió de dos sexenios ¿Qué cree usted? De Miguel de la Madrid Hurtado y de Carlos Salinas de Gortari, como dejo bien demostrado antes de su muerte, el ideólogo constitucional de nuestra “transformación”, José Francisco Ruiz Massieu.
Primero, conteniendo el gasto público. Simultáneamente, “para no distraer sus verdaderos objetivos”, se vendió la industria paraestatal, empobreciendo al Estado -y sin tener claro a dónde fue a parar toda esa riqueza, patrimonio de la nación.
El Estado pronto empobreció y no tuvo nunca más, hasta ahora, los recursos para robustecerse.
Tras el desorden administrativo, de crisis y devaluaciones recurrentes del sexenio delamadricista, y de una “estabilidad” inmediata inexplicable en el sexenio de Salinas, sino gracias a los recursos obtenidos de la venta orgiástica, indebida y a menudo ilegal, del patrimonio de la nación.
Antes de su fin, el propio Presidente CSG, vio desvanecer su pretendida realidad de primer mundo. Su “reforma del estado” exigió la ruptura de las reglas del sistema político mexicano, y de paso, una reforma constitucional que desestructuró definitivamente el proyecto revolucionario (en que el Estado garantizó la observancia del mandato de 1917 y el cumplimiento de los postulados económicos y sociales de la Revolución Mexicana).
Así, nos remontó de hecho, a las postrimerías de la Revolución Mexicana, con circunstancias y saldos superados desde entonces (gracias, sea dicho de paso, a haber dejado atrás el Liberalismo clásico del s. XIX y del Porfiriato).
Específicamente, entre más, dos cosas: La insurrección armada y el homicidio como herramienta para dirimir la lucha por el poder.
Entre ellos, la alternancia, el debilitamiento del Partido, sustraer de Gobernación la seguridad nacional (y de paso entregársela a un agente internacional, Pepe Córdoba), el viraje de nuestra política exterior, el quiebre del campo, el debilitamiento de los órganos e instrumentos de nuestro Estado Social de Derecho: Sindicatos, IMSS, ISSSTE, CONASUPO y el vencimiento de los patrones en la mexicana “lucha de clases”, desmantelando las estructuras y proyectos que el Estado Revolucionario armó para garantizar la “emancipación del proletariado”, sacrificando a los líderes más destacados y progresistas -aunque todos pecadores-, reformando la legislación relativa a la inversión extranjera y de las sociedades mercantiles, incluso aboliendo de hecho, y ahora legalmente, el derecho de huelga.
Se redujo lo relativo a subsidios (muy mal vistos por los críticos internacionales y en México, por la “reacción”), la inversión a educación, a la salud, a los bienes del Estado, incluido PEMEX. Se abrieron los candados a la inversión extranjera (de la que hoy dependemos).
Se desprotegió la industria nacional en los primeros 6 años de esa llamada “docena trágica” y en los 6 restantes, se fulminó, con la entrada en vigor del TLC.
Y poco se considera (creo que debería agradecérsele) que fueron los viejos instrumentos de control y gobernabilidad del régimen priista (Estado Revolucionario, prefiero yo), los que permitieron mantener la estabilidad relativa de la que todavía gozamos.
El proceso es mucho más largo y aburrido. Siempre tendiente a desmantelar la estructura del Estado nuestro del siglo XX. Con una verdad única e indiscutible: El adelgazamiento del Estado: Su atomización.
¿Por qué? Porque sencillamente, los postulados de nacionalismo revolucionario y justicia social, no coincidían con el proyecto neoliberal ni con la globalización económica y la pérdida de soberanía ante los organismos internacionales. Paralelamente, hubo de sustituirse a la clase gobernante revolucionaria (de la Madrid, y con él, los subsecuentes, todos), PORQUE LOS PRIISTAS DE VIEJO CUÑO, EL SISTEMA POLÍTICO MEXICANO, NO LO PERMITIRÍA. ASÍ, LOS TECNÓCRATAS SE INFILTRARON EN EL PRI E HICIERON LO QUE HICIERON, o mejor dicho, deshicieron lo que hicieron -antes.
Sus detractores -entre los que me incluyo, aunque no hicimos con la fuerza suficiente, y ahora, de todas formas, tendrá que hacerse-, argumentaron que la intención final detrás de todo ese proceso pública, privado, doméstico e internacional, político y bélico, ideológico y homicida (etc.), tenía como fin ulterior, el debilitamiento del Estado Mexicano y consecuentemente, la vulnerabilidad de nuestra patria. Dejándolo a merced de los intereses multinacionales del Imperio.
Y efectivamente vino tras la atomización señalada, la invasión y el saqueo a México de los gringos y otras empresas internacionales. El TLC no fue y no es otra cosa, que la extracción de nuestros recursos naturales, con nuestra propia mano de obra esclavizaste, con nueva inversión en medios de transporte, como ferrocarril, que al igual que con Díaz, todo lo invertido, apunta para la frontera norte: El saqueo. Invasión tan poderosa, que en estos días, se cuestiona públicamente si la pretendida detención de Culiacán, fue ordenada, supervisada, incluso operada por las agencias gringas, DEA, MIGRACIÓN y la CIA, seguramente.
Sonaban dichos argumentos a léxico trasnochado, apenas de principios de siglo. Pensamiento ranchero y temeroso de la modernidad. Conservador, con miedo a la apertura, a la competencia. Incluso, reaccionario.
“Pero el tiempo ha pasado y la verdad desagradable, asoma” -advirtió Gil de Viedma-: De la tierra prometida y el Primer Mundo, nada. De lo advertido por los revolucionarios que sellaron su destino en la banca político, el ostracismo, la cárcel y la muerte, todo fue cierto.
Y hoy tenemos un Estado incapaz de enfrentar sus poderosos enemigos (tengan el fusil, la imagen y la nacionalidad del nombre que sea). Un Estado sin alcance ninguno, con una nómina que cada vez menos puede pagar. Con empleados que trabajan en él, sin convicción y con vergüenza de ser parte.
Y entonces, conciudadanos, es el momento “del día después”. Hoy debemos reconstruir lo que por el canto de las sirenas, nos arrebataron y entregamos irresponsablemente.
Y el Imperio debe apoyar, pues resulta que aun cuando el interés ancestral del neoliberalismo, evidentemente lo han alcanzado -dejarnos de pechito-, otros intereses por ellos no calculados, no directos del Imperio y eventualmente, sus propios enemigos, están al acecho.
Situación que involucra toda nuestra historia, y a toda América. Y en un ratito, a todo el Imperio.