Luis Farías Mackey
Todo deviene en el universo y en el tiempo, conceptos éstos creados por los humanos y que seguramente admiten otras escalas aún fuera de nuestro alcance, pero hoy y aquí todo cambia. Ahora bien, no existen cambios cuánticos ni saltos inconmensurables, la experiencia muestra pequeños brotes, silenciosas pulsaciones, intentos, logros, reversiones, dolores, sacrificios y entropías que se dilatan a lo largo de los tiempos hasta producir finalmente una mutación que como dice Nietzsche suele llegar con pasos de paloma.
El devenir no se expresa en saltos ni con fanfarrias, avanza mansa y silenciosamente, instante a instante, hasta que un buen día tomamos consciencia de él en una nueva de sus gestaciones que se nos presenta como acontecimiento pero que hunde sus raíces en múltiples y lejanos pasados. Es a nosotros a quienes nos gusta ser epónimos. El obradorato es un buen ejemplo: mucho ruido, gran boato, nulas nueces, superficialidad y temporalidad de musgo. En los últimos días lo acreditaron triplemente: primero desacreditando de antemano las marchas que se convocaron para el sábado 15: falsas, complotistas, de derecha, financiadas, de bots, partidistas, ¡políticas!; luego mostrando su pánico, amurallándose y acusando que habrían de incendiar Palacio y subvertir el orden; finalmente, celebrando su poca afluencia, según sus versiones interesadas, su nula representación e implante social. Pero nuevamente se equivocan, los verdaderos cambios no deslumbran ni escenifican, se van implantando y es hasta que son evidentes y generalizados que asombran.
No resto significación a las marchas de ayer, pero tampoco al talante modesto de sus expresiones, nos han acostumbrado al escándalo y al espectáculo, pero el cocimiento de lo social es a fuego lento, la Revolución Francesa se gestó por más de un siglo en una Europa y monarquías convulsas y estalló por una crisis de hambre. El Movimiento del sombrero podrá llegar a ser un hito o diluirse en el tiempo, lo importante es lo que expresa, igual que los universitarios veracruzanos o las madres buscadoras, que los productores de maíz o los transportistas, que las mujeres violentadas y los niños con cáncer: un malestar social que los artilugios del poder ya no engañan.
En otras palabras el México que hoy muere y sus reclamos lo expresan, no será ocupado por un brote sin estela, hay un México que palpita en nosotros desde hace mucho, y que viene de muy lejos desde lo más incomunicable en nosotros mismos, y al que hemos negado voz y atención. Un brote de profundas y solidas raigambres.
Dispersas e inconexas germinan entre nosotros múltiples y plurales expresiones de una sociedad que ya no se contiene ni refleja en un poder que no puede y solo gesticula, se victimiza y culpa. Su cansino espectáculo expresa un pánico que amuralla su popularidad del ¡ochenta por ciento! tras vallas metálicas de tres metros de altura, encadenadas y soldadas a su terror.
Acá, del otro lado del muro todo se pinta de incuria, exasperación e incertidumbre, de una oscuridad impenetrable que anuncia una aurora que está por despuntar.
Lo que ello nos dice es que el obradorato no es un comienzo, sino un final, no llegó para comenzar algo nuevo, lo suyo es ser mortaja de un México que se pudre desde hace varias décadas.
Y no, no será la derecha golpista, ni el pasado inculpado, ni los mismos de siempre, menos los de hoy. Habrá de ser otro México, uno que comienza reclamando su tiempo y originalidad. Un México por definirse y construirse, sin corsés, sin tutores, sin rémoras, sin muros metálicos.
En la boca del estómago algo nos abrasa y abraza, es el final de un uróboros que se hace principio.




