Por David Martín del Campo
Añicos, trizas, cascajo. Lo cierto es que el partido ha quedado, estrictamente, despedazado. Y así, en singular y mayúsculas, el Partido fue la esencia del poder en el siglo XX mexicano; para bien, para mal.
Cuando le endilgaron aquello de “institucional” se pensó que de ese modo el Partido de la Revolución se alejaría de las correspondencias destructivas que el concepto en sí mismo implica. Arrasar, incendiar, violar, despojar, expropiar, demoler, desmantelar.
La revolución de 1910 nos legó un país demolido, por decir lo menos, ocasionando la ruina y expulsión de cientos de familias que, hasta ese momento, llevaban la vida más o menos en paz. Entre otras la de mi abuelo, don Leopoldo, que para salvar el pellejo debió abandonar Cuquío a lomo de mula, una madrugada de 1916. Y nos arruinamos.
Y como la mexicana, que de algún modo fue el ejemplo, vendrían luego las revoluciones en Rusia, España, China, Cuba, Nicaragua… Así “la revolución hecha gobierno”, como aseguraban nuestros mentores, perduró desde 1929 hasta el domingo pasado, en que el partido ha cavado su fosa en el cementerio de la historia.
La “asamblea” que decidió –de hecho– la reelección de su dirigente, Alejandro Moreno Cárdenas, ha sido a espaldas de muchísimos dirigentes históricos que señalaron el proceso como golpista y autocrático. Lo mismo Francisco Labastida Ochoa que Beatriz Paredes. Sus palabras en los días previos eran de pesadumbre y desolación. El futuro del partido es peor que funesto, “Alito” es el sepulturero, el legado de dirigentes como Jesús Reyes Heroles, Carlos Madrazo, Porfirio Muñoz Ledo, Jorge de la Vega Domínguez, Luis Donaldo Colosio, ha sido arrojado al fogón del olvido.
La novela de Jorge Ibargüengoitia, “Estas ruinas que ves”, le viene al caso pero que ni soñado. ¡Ah de los discursos farfullantes de don Fidel Velázquez, ah de las señas obscenas de Humberto Roque Villanueva, ah de las admoniciones retadoras de Joaquín Hernández Galicia (La Quina) al frente del sindicato petrolero!
Todo está siendo arrasado por el aluvión del embalse que reventó en la asamblea del domingo pasado. Alito para otros quince años, cuando el partido sea un recuadro de la Sección Amarilla.
Lo que provoca una cierta pena es que el gran sueño político del siglo XX esté decantándose al polvo del polvo. La Batalla de Torreón, la Constitución de 1917, la Expropiación Petrolera, la creación del Libro de Texto Gratuito, la fundación del IMSS; todo vapuleado por los electores del domingo 2 de junio, que cambiaron estrictamente de camiseta.
No es ningún secreto que la camisa roja ha sido, desde la campaña presidencial de Roberto Madrazo Pintado (2000), la prenda emblemática de los priístas.
Seguramente legado de su padre, Carlos Alberto Madrazo (“el ciclón del sureste”), quien resultara muerto en el extraño avionazo de 1969 en Monterrey, luego de intentar la “democratización” el PRI. Pues bien, Carlos Alberto organizó la hueste de los Camisas Rojas bajo el gobierno de Tomás Garrido Canabal (1930-34) en Tabasco, ejército juvenil que se encargaba de fusilar sacerdotes, quemar iglesias y crucifijos, para extirpar al catolicismo del sureste (y del país).
En Italia, bajo el mandato de Benito Mussolini, se impuso igualmente el terror de los “camisas negras”, como su símil en Alemania, los “camisas pardas”, se encargaban de perseguir a los enemigos del régimen nazi (judíos, comunistas, sindicalistas). Ahora, ¿cuál es el color de moda?
Un totalitarismo de nuevo cuño se está extendiendo por el mundo bajo un matiz “democrático”. China, la Federación Rusa, Norcorea, Nicaragua, Cuba, Venezuela, Irán, ¿Estados Unidos? Que cada cual escoja el color de su camisa.
Las ruinas del PRI, las cenizas del PRD, los añicos del PAN. El triunfo electoral de Morena ha confirmado lo que muchos analistas señalaban: un nuevo régimen se ha establecido, y no hay marcha atrás. El del PNR-PRI duró sus buenos 75 años, éste tendrá una vigencia incalculable. La nueva mayoría será para mucho tiempo, y que la historia se encargue de relatar la tragedia de los héroes en desgracia.