Javier Peñalosa Castro
Es un lugar común sostener que cada pueblo tiene el gobierno que merece. Seguramente a partir de la asunción de que, en la democracia, supuestamente es la mayoría la que elige a los gobernantes, o que la suma de voluntades es capaz de deponer a cualquier tirano.
Esta afirmación no puede ni debe aplicarse a México, pues además de que el hatajo de ineptos —a más de corruptos— que manda hoy en el País no fue electo por la mayoría de los mexicanos, y llegó al poder merced a una larga lista de ilícitos cometidos a ciencia y paciencia de la autoridad electoral y su correspondiente instancia judicial.
En realidad, el “gobierno” que padecemos no lo merece país alguno, y va siendo tiempo de pensar en alguna solución y de probar una alternativa distinta del actual remedo del PRI y de su mala copia —si tal cosa es posible—, el PAN, que demostró durante 12 años su incapacidad para dirigir los destinos de México y de velar por el bienestar de los que, en teoría mandamos: los ciudadanos.
El verdadero sentido de la solidaridad
La solidaridad, aquella virtud presente en México desde tiempos inmemoriales, y aún viva en tradiciones populares como el tequio —trabajo de la comunidad en favor de una persona, grupo o de la comunidad misma—, fue redescubierta tras los sismos de septiembre de 1985, ante el inmovilismo del gobierno y la urgencia de atender a las víctimas, que propició la masiva ayuda desinteresada de los mexicanos.
Desgraciadamente, el nefando Carlos Salinas de Gortari se apropió de la palabra, la convirtió en lema de campaña electoral y de gobierno, e hizo que fuera perdiendo su sentido original tras la machacona proyección de propaganda para su gobierno que incluyó la producción y difusión hasta la náusea de anuncios ramplones.
Pero si bien este noble término tan manoseado perdió fuerza, su práctica está hoy tan viva como siempre.
Llama la atención ver cómo en México prácticamente todos, y en especial quienes menos tienen, están prestos a ayudar a sus semejantes, aun a costa de su magro patrimonio.
Si alguien a quien juzgan necesitado, desvalido o digno de mejor suerte inicia un pequeño negocio, la venta por catálogo o alguna otra actividad, siempre hay quien está dispuesto a contribuir, incluso al límite de sus posibilidades, para que el emprendimiento no termine el día sin haber vendido algo. Sobran las voces que dan ánimo al neófito, así como consejos de buena fe con miras a contribuir a que tenga éxito en su empeño.
Por ejemplo, si alguien sufre un desvanecimiento en el Metrobús, en hora pico, en una fracción de segundo aparecen voluntarios para atenderlo, personas dispuesta a ceder el asiento y, por supuesto, cuando se trata de una baja repentina de presión o mera debilidad por falta de alimento, menudean los voluntarios que donan un dulce, algún bocadillo o un refresco de su propio almuerzo.
Quien tiene tres monedas es capaz de darle una al pedigüeño que lo convence, al músico callejero o algún otro aparente menesteroso, con mayor facilidad que quien tiene recursos en abundancia.
Es cierto que llevamos siglos padeciendo gobiernos injustos y gobernantes de una voracidad sin límite. También lo es que no pocos se pronuncian —por lo menos en el dicho— por aquello de que “quien no transa no avanza”, seguramente al cobijo de la impunidad rampante que padecemos. Sin embargo, la inmensa mayoría de los mexicanos son gente honrada, con profundos valores éticos y morales, solidaria, leal, trabajadora, con un acendrado concepto de justicia y solidaridad.
Constituyente, luz de esperanza
Tal vez el constituyente que dará su primera carta magna a la capital de México (que quiso dejar de ser distrito para convertirse en estado y finalmente quedó en ciudad) pueda marcar el rumbo.
Como ocurrió aquí con la despenalización del aborto, las uniones conyugales y muchos otros asuntos polémicos, la actual parece ocasión propicia para poner el ejemplo y construir un modelo que, como el que dejó la Constitución de 1917 en su momento, sea referente universal de equidad y justicia, así como garantía de seguridad y bienestar para la mayoría.
El complejo proceso que se sigue para designar al grupo de notables que habrá de concebir y redactar este código fundacional que dará sustento a la capital del País como entidad federativa, hace poco entendible la preselección de candidatos a participar en este trascendental proceso, sus atributos, valores y méritos académicos, su filiación política o compromiso ciudadano. Destacan, sin embargo, nombres como los de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, que son garantía de congruencia de pensamiento y compromiso con la ciudadanía.
Momento de decisión
Estamos a poco más de dos años de las elecciones en las que se renovarán los poderes Ejecutivo y Legislativo y buena parte de las gubernaturas del País —incluido el Distrito Federal—, y a poco más de un año de que inicien formalmente las campañas políticas.
Desde ahora, es necesario iniciar ejercicios de presión ciudadana para que lleguen candidatos presentables a los comicios, e incluso analizar la conveniencia de impulsar alguna candidatura verdaderamente independiente, al margen de los Broncos que amenazan con lanzarse a la menor provocación.
Es momento de unir fuerzas y comenzar a construir el gobierno que realmente merecemos los mexicanos. Uno que esté en consonancia con nuestros valores ancestrales y nuestra vocación por la equidad, la solidaridad y la justicia.