José Luis Parra
A ver, a ver, a ver… No nos hagamos. Manifestaciones violentas, bloqueos callejeros, vehículos incendiados y enfrentamientos con la policía en Los Ángeles, supuestamente protagonizados por “indocumentados mexicanos”, no se organizan con tamales y agua de jamaica.
Detrás de esos espectáculos hay logística, dinero y dirección. Y eso levanta sospechas no solo en la frontera, sino en Washington. Porque si resulta que el caos urbano viene “made in México”, y con recursos del narco o de algún político aspiracionista, estamos hablando ya de una provocación que raya en acto de guerra blanda… o no tan blanda.
No se necesita mucho para activar las alarmas del aparato de inteligencia estadounidense. Homeland Security, FBI, DEA, ICE, la Patrulla Fronteriza y toda su fauna ya están metidos hasta las narices en una investigación que huele a pólvora y diplomacia rota.
Y todo esto, en vísperas de visitas clave del Departamento de Estado gringo a México. ¡Qué timing, caray!
La presidenta Claudia Sheinbaum, mientras tanto, lanza un tímido mensaje exigiendo que las redadas migratorias se hagan “con respeto a los derechos humanos”. ¿A ver, respeto para los que queman autos y lanzan piedras? ¿No serán delincuentes disfrazados de activistas?
El discurso es calcado al que se usa en México para justificar a grupos radicales: “son estudiantes”; “son ambientalistas”; “luchan por sus derechos”. Pero luego aparecen con armas, capuchas y listas de exigencias tan largas como sus prontuarios criminales.
Obviamente, México no es Estados Unidos. Aquí se toleran cosas que allá provocan represalias, congelamiento de cuentas y detenciones sin chistar.
Y si el rastro de la violencia en Los Ángeles lleva a territorio mexicano, ya no será solo un problema bilateral. Será un problema de seguridad nacional para la Casa Blanca. Y eso, para decirlo claro, nos puede salir carísimo.
Así que más vale que el gobierno mexicano sepa lo que ocurre. Porque si no lo sabe, está en serios problemas. Y si sí lo sabe… está en peores.