Relatos dominicales
Miguel Valera
A pesar de las historias que Castillo —un velador del parque El Haya, en Xalapa— me ha contado, yo no creía en fantasmas hasta que vi con mis propios ojos y registré en la lente de mi teléfono, la figura de una mujer que caminaba delante de mi en uno de los senderos de este pulmón de Xalapa. Ya amigos y familiares me habían hablado de cosas extrañas que ahí sucedían; con todo, ha sido uno de mis lugares preferidos para caminar, relajarme y llenar de aire fresco mis pulmones.
Ese día llegué con mi mascota, escuchando Psicofonía, una canción de Gloria Trevi, que cuenta una historia de voces de amor del más allá; “los muertos nos hablan, algunos nos aman”, repite la cantante en la obra que refiere este fenómeno de “voces del más allá”, cuyo estudio inició el sueco Friedrich Jürgenson, luego de que al intentar grabar con un magnetófono el canto de los pájaros para la elaboración de un documental, registró aparentemente la voz de su madre ya fallecida, que le decía “Friedel… mi pequeño Friedel… ¿Puedes oírme?”.
Cuando bajé del vehículo y me registré en la libreta de visitas, el canto de las cigarras o chicharras inundó mis oídos. A lo lejos escuché momotos, primaveras y pepes. Empecé a caminar, con mi mascota al lado. Era un día caluroso, los rayos del sol cruzaban entre los frondosos árboles. Al entrar a un camino adoquinado, luego de cruzar la vitapista, el fulgor de los rayos del sol que salían de los árboles, al final de esa vía, me hicieron cerrar los ojos. Al abrirlos, vi la figura de una mujer al fondo.
La imagen me llamó la atención y tomé el teléfono para registrar el momento. Lancé varios disparos y en ese momento sentí una ráfaga de aire frío, helado, que me paralizó. El sol era radiante, el calor de la caminata ya estaba en mi cuerpo, pero de pronto sentí un profundo escalofrío. Avancé para ver de cerca a la mujer, pero ya no lo logré, se me perdió. Me detuve paralizado, buscando en mi conciencia, datos de la realidad, mientras el aire helado me circundaba.
Lo único que se me vino a la mente, en ese momento escalofriante, fue la oración que el buen amigo René me recomendó, para ocasiones difíciles y que a él le sirvió en una ocasión que fue asaltado en un ADO: “Oh Jesús sacramentado, enemigos veo venir, la sangre de tu costado, de ellos me has de cubrir”. La repetí varias veces y poco a poco el calor fue regresando a mi cuerpo. Fueron segundos, fue algo muy rápido, pero sentí una eternidad. Lo curioso de todo es que mi perro ni se inmutó.
Por la noche visité a un amigo sacerdote, le conté del hecho y le mostré las fotos. Se sorprendió. ¿Existen los fantasmas? ¿Qué son? ¿Son ángeles, son demonios o son almas del purgatorio? ¿Es toda una imaginería, una superstición?, le lancé de sopetón. Con calma, con mesura, mientras me servía más vino tinto de la botella Heras Cordón tempranillo, Reserva 2010, presumiéndome que era el vino que tomaba el Papa Francisco, me dijo que los ángeles de Dios no infunden temor, que los demonios buscan engañarnos y que en efecto hay algunas almas que vagan por el mundo, en busca de purificación.
Me contó algo del libro de Job, pero luego cambiamos de tema. Hay que tener más miedo de los vivos que de los muertos, soltó, como lugar común y abrió un frasco de aceitunas Castell, que un amigo argentino le regaló de un reciente viaje. “Sí, ya sé”, le dije, también son preferidas del Papa Francisco. Sonreímos, apuramos el vino, las aceitunas y un jamón serrano que había traído de Perote, olvidándonos de los fantasmas.