México es el país donde todo se ha confeccionado al revés. No porque seamos más inteligentes ni únicos, sino por obedecer designios y consignas surgidas de cenáculos de grupos conservadores de la rancia derecha que jamás han reconocido la edad adulta del pueblo.
Desde que tenemos memoria, los constitucionalistas más destacados de México y de muchas partes del mundo opinan que el Federalismo criollo fue calcado en todas sus partes del estadounidense. Allá, los estados se unieron para formar un trabuco jurídico, apoyado en sus partes esenciales.
Aquí, el triunfo de las teorías centralistas y conservadoras, tanto de monárquicos, de federalistas y republicanos, lo hicieron al revés y consolidaron esa tendencia a través del paso de los siglos.
Quizá se debe a eso, que si en otras partes la Nación, el pueblo depositario de la soberanía, formó al Estado, aquí fue todo lo contrario: el Estado formó a la Nación a una imagen y semejanza que se propuso desde el inicio, para concentrar el poder en unas pocas manos y fijar de antemano el derrotero en las entidades.
Centralismo, a la medida de los explotadores
La corriente política centralista mexicana siempre ha constituido la visión más certera para facilitar un modelo de desarrollo hecho a la medida de los explotadores de todas las épocas.
En los momentos “cumbre” de la “modernización”, el capital llegó a construir ferrocarriles, puertos, carreteras, medios de comunicación y estructuras comerciales, financieras y agro-exportadoras que permitirían la perfecta participación del país sólo en la aportación de materias primas para la industria foránea.
Se trataba de justificar las medidas que acentuaran el libre juego de los mecanismos de acumulación privada que deberían conducir al progreso total, sin la intervención del poder público, porque así lo demandaba un mito extravagante –dejar hacer, dejar pasar– como necesidad histórica del capitalismo salvaje.
Extensión de la miseria, defendida por teóricos del capital
El apogeo de la Revolución Industrial inglesa o el despegue económico estadounidense, encabezado por generaciones europeas trasplantadas, se fundaba en la integración forzosa de la población campesina al proceso industrial, justificaban.
La extensión de la miseria en las regiones geográficas mexicanas fue defendida por teóricos al servicio del capital que siempre justificaron el hacinamiento de la mano de obra en las macrocefalias urbanas, rodeados de condiciones desventajosas.
Para el capitalismo, el modelo planteado por el centralismo político, era inmejorable: concentración del excedente en pocas manos, regiones y sectores; ofrecimiento de mano de obra abundante con bajos salarios y nulas protestas.
Estímulo a la importación a mansalva de bienes de producción y de capital, y apoyos generosos para el crecimiento desigual, desproporcionado y desequilibrado, que dibujaron el perfil de un país débil, presa fácil de las ambiciones imperiales.
Los estados pierden a cada rato su autonomía
La ideología republicana y federalista, representaba todo lo contrario. El origen eran los planteamientos de Morelos, José María Luis Mora, Gómez Farías y Mariano Otero en la defensa del programa contra los centralistas que pretendieron siempre –y lo lograron– prolongar los ordenamientos coloniales de castas.
La divisa de que fuera el Estado la que formara a la Nación está en la raíz del actual estado de cosas. La razón por la que los estados pierdan constantemente cualquier rasgo autonómico y cualquier facultad, cuyo ejercicio le corresponde desde sus orígenes, a pesar de que la fórmula constitucional sea muy clara: lo que no corresponda a los estados, se reserva para la Federación.
La Federación, con facultades limitadas
Así lo dice expresamente el artículo 124 Constitucional: “Las facultades que no están expresamente concedidas por esta Constitución a los funcionarios federales, se entienden reservadas a los Estados”. Lo que quiere decir que las federales, son facultades que deben expresarse con certeza, mientras que las locales son originarias.
La Federación siempre quedó sujeta a un régimen de facultades expresas y forzosamente limitadas, mientras que el conjunto primario de atribuciones quedó en las facultades federativas. El federalismo debía respetar la autonomía de las entidades, como una restricción al poder de la Unión.
“La experiencia ha demostrado –decía Benito Juárez– que centralizada la administración pública no puede cumplirse con uno de los fines principales de la sociedad, que es conocer de cerca las necesidades de los pueblos y procurar el remedio para ellos… iniciando medidas legales análogas a las circunstancias y costumbres de cada lugar”.
Por eso pide permiso para actuar en materias específicas
Con el pretexto de que, en materia eléctrica, fiscal, de asentamientos humanos, contaminación ambiental, aguas, hidrocarburos, industria cinematográfica, energía nuclear, y otras no menos importantes, que se fijaron en el curso de la “modernización” revolucionaria…
… decían siempre que la Federación “se veía obligada, por las presiones sociales y por el endurecimiento de la crisis internacional a ensanchar las facultades de la Unión, sin dejar de establecer en las leyes un sistema de concurrencia de facultades entre los niveles de gobierno”.
Claro, “a partir de normas federales que ponderan las preeminencia colectivas, las necesidades nacionales y locales y los criterios de unificación técnica y normativa”.
La descentralización para revertir el proceso
Los teóricos se devanaban los sesos para tratar de explicar coherentemente que, a partir de una centralización absurda y progresiva, como la que sostenían los más rancios conservadores centralistas de la historia, los que provocaron las guerras contra los liberales y desembocaron suplicando la instalación de un Imperio europeo y las invasiones estadounidenses por cualquier pretexto, debían revertir ese proceso.
Dijeron, durante los últimos cincuenta años, que el objetivo de la descentralización de la vida nacional, debía verse “como una tarea que no sólo ha de cumplirse a través de medidas administrativas, jurídicas y económicas…
… debía abordarse –argumentaron– como un problema de descentralización del poder, como una medida que genere el consenso de la participación popular, en todos los aspectos de la vida nacional… que el federalismo era la más perfecta de las fórmulas descentralizadas, dado que las integraba y sintetizaba en un todo ideológico…
… que si bien, el centralismo estaba obstruyendo etapas de nuestro desarrollo, también era necesario revisar el esquema de distribución de competencias entre los tres niveles de gobierno, para no convertir la descentralización en un imperativo categórico que “en lugar de fortalecer nuestro ser nacional, lo debilite”.
Esfuerzos por descentralizar, tirados a la basura
Todos los jilgueros juraban por ésta que el objetivo final debía ser arribar, a través de la descentralización gradual a un sistema de gobierno profundamente justo y democrático.
El tiempo y la realidad, han demostrado lo contrario. Todos los procesos y las leyes relacionadas con la descentralización, fueron tirados a la basura. Estorbaban, simple y sencillamente, la causación circular acumulativa del poder y del dinero entre la casta dorada.
Los Estados de la Federación, quedaron reducidos, muchas veces por ambición de los federales y muchas por omisión de los gobernantes locales, a una capitis diminutio vergonzosa y demasiado cara para los intereses del desarrollo regional equilibrado.
Los estados mendigan a la Federación lo que es suyo
Hoy da lástima observar cómo se han disminuido los poderes económicos, financieros, políticos y fiscales de los Estados. Han llegado hasta una minoría de edad que les obliga a mendigar los recursos etiquetados que les dispensa, en las peores condiciones de ejercicio y con todas las cargas de favoritismo a sus consentidos, la dichosa Federación.
Como se han negado a ejercer la mínima facultad recaudatoria, la Federación se ha cebado con ellos. Son como entenados que deben solicitar los favores de su presupuesto en cada ventanilla financiera chafa y hasta pasar por la criba de los “moches” de diputados ensoberbecidos y presupuestívoros.
Entre los que practican el Federalismo de la Constitución de Filadelfia, los estados conservaron todas las atribuciones financieras, fiscales y de desarrollo regional, y le dan a la Casa Blanca, a la Corte, al Capitolio sólo los recursos estrictamente necesarios para su administración. El Pentágono se cuece aparte, ellos son lobistas de intereses armamentistas y químicos trasnacionales.
Los estados no protestan, se someten
Se queja el pobre ex gobernador Padrés, de Sonora, de que la Federación le selle los escritorios para conculcar cualquier secretillo privado que encubra las maniobras de devolución de impuestos a sus favoritos. Se quejan los congresos locales de que deban de aceptar sin remilgos las líneas que cualquiera les tira desde el centro para apoyar, estén de acuerdo o no, los términos de cualquier legislación… o idea partidista, cual fue el caso del CEN del PRI, la semana anterior, al de Quintana Roo.
Pero en los últimos años no he detectado que ninguno de estos próceres locales, estrellas de la provincia, alce la mano y la voz para exigir que sea llevado a juicio el concepto del verdadero federalismo. Que se establezca de una vez por todas cómo debe conducirse un nuevo reparto de competencias. Porque la güeva y la molicie se llevan de la mano.
Gobernados por improvisados e indolentes
Y la tolucopachucracia, que se inclina hacia donde sopla el viento de sus bolsillos, se aprovecha de este catatonismo institucional para vender todo, para depredar, para exigir comisiones a las transnacionales, para concentrar las nóminas magisteriales, militares, diplomáticas y todo lo que se pueden llevar, para acabe de hundir un país, gobernado por improvisados e indolentes.
Ése es el rostro constitucional del federalismo en este desgarrado país. Los fondos para el desarrollo agropecuario y para el fomento del mercado interno y del empleo, pueden esperar otro siglo. Con éstos, no llegamos ni a la esquina para tomar el camión. ¡Las “reformas estructurales” son otro engaño para seguir medrando y arrasando!
El dichoso federalismo es otra expresión de la molicie corrupta.
Índice Flamígero: A don Alfredo Álvarez Barrón le resulta difícil “entender al señor López: primero le tiende la mano a los empresarios y después les suelta un descontón; si amanece de buenas predica Amor y Paz, pero cuando le gana el temperamento practica la pelea callejera; hoy afirma ser respetuoso de las instituciones y mañana las manda al diablo; cada tanto se dice víctima de un complot, pero él mismo, con sus actos y declaraciones temerarias, se pone la soga al cuello. “Ahí viene el lobo”, gritan los Verdes. “Es un peligro para México”, azuzan los Blanquiazules. “No sabe perder”, rematan los Tricolores. La realidad, en mi humilde opinión, es muy diferente: Andrés Manuel López Obrador, para desesperación de sus millones de seguidores, no sabe ganar.” Y El Poeta del Nopal remata con sus versos: “Sale con una bravata / cuando amerita prudencia, / derrocha autosuficiencia / y cuando pierde arrebata; / para avivar la fogata / sin que la gente se altere / el Candidato sugiere / un luminoso horizonte, / (si la cabra tira al monte / el pez por la boca muere)”.
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