CUENTO
La noche anterior hizo algo que jamás había hecho. Ella, al sentir sus brazos rodearle el cuello, movió la cabeza hacia atrás para buscar. “¡¿Tú?!”, pareció preguntar, abriendo mucho los ojos. “Sí, ¡Yo!”, le sonrió el muchacho.
Acercándose a su oído, le susurró: “Te amo”. Su madre, con la mirada suave, lo vio después salir por aquella puerta que daba hacia el exterior. La noche era fría. El joven, que llevaba puesta una sudadera con capucha, se colocó la misma sobre su cabeza. Y entonces alzó la cara.
Sus ojos contemplaron las estrellas, un buen rato. Se sentía muy alegre. Todo su ser experimentaba una sensación de libertad. Era como si después de muchos años de haber estado en la cárcel, finalmente haya logrado poner los pies en el exterior.
“¡Tanto tiempo desde entonces…!”, expresó el joven para sí mismo. A lo lejos se escuchaba el correr de los coches sobre la carretera principal. “Mañana a esta misma hora”, pensó, mientras miraba fijamente a la luna. “Mañana… Mañana a esta hora seré ya…” Algo interrumpió sus reflexiones. Bajando la mirada, vio que aquello era su gato, que restregaba su cuerpo contra su pie.
El joven se agachó y lo alzó. “Hola”, saludó al gato con cariño. Con una mano lo empezó a acariciar. El gato se puso a maullar, despacio. “¿Sabes una cosa?”, le preguntó su dueño. Y tomando su cara, hizo que el felino lo mirara. “No, mejor no decírtelo”, añadió. “De todas maneras te has de enterar por los periódicos…”
Luego de despedirse de su mascota, lo puso en el suelo. La noche había enfriado más. Así que había que volver adentro. Apenas y eran las nueve, pero parecía ser más tarde. La puerta de la cocina se abrió de nuevo. Luego de tomar agua de la llave, el joven le dijo a su madre: “Buenas noches”. Ella, al escucharlo, nuevamente se extrañó. “Nunca antes lo había hecho”, pensó la señora, mientras escuchaba los pasos de su hijo alejarse.
Al llegar a su cuarto, el muchacho encendió la luz. Luego se acercó hasta su cómoda, de donde extrajo una libreta. Sentándose en un rincón, la abrió y con mano firme se puso a escribir: “No podría haber escogido otra manera para terminar con todo esto. Y si te preguntas del por qué lo hice; no, tú no lo entenderías. Así que, cuando leas todo esto, yo; para este entonces seré ya… Por favor, léelo; pero todo lo que he subrayado, ¡rómpelo! No quiero que nadie más que tú sepa lo demás. Adiós entonces y…” “Feliz Navidad todos los días y por siempre”, terminó de escribir el joven. Luego, con una sonrisa en sus labios, asentó la libreta sobre la silla donde antes había estado sentado.
Minutos más tarde, estando ya acostado, se puso a escuchar aquella canción, una y otra vez. La pieza se llamaba “Christmas in Dixie”, y lo cantaba “Alabama”, uno de sus bandas favoritas. Las primeras notas le gustaban sobremanera. El tema siempre le había parecido un reflejo de toda su vida. La canción era triste y melancólica. Por lo tanto, pensaba que ésta podía ser una de las piezas con la que le pondría un final a esa misma vida, que en lo absoluto había podido vivir.
Las horas pasaron, y entonces amaneció. El día había llegado. Apenas abrir los ojos, el joven se puso a decir: “Hola, mundo. Hola, cielo… Hola pájaros… ¿Qué tal están sus alas el día de hoy?” Desde su ventana pudo ver algunas nubes sobre el azul del cielo. “¡Invasoras!”, las llamó entonces, en broma. “¡Siempre invadiendo el cielo con sus cuerpos suaves y gordos!”
“Matar a las nubes”, reflexionó. “¡Eso sería una buena idea! Pero están muy altas. Ni siquiera un astronauta podría hacerlo: ¡clavarles un cuchillo!” “¡Asesino!”, pronunció el joven, entre dientes. “¡Asesino!” De ahora en adelante esto es lo que él sería: un asesino. Y le gustaba. “Será un título”, pensó con alegría. “Así como a otros se les llama doctor, licenciado, maestro, ingeniero y demás títulos aburridos, así también a mí la gente me ha de llamar en lo que hoy me convertiré…” “Mundo, ¡allá voy!”, exclamó. Y entonces se levantó muy rápido.
Era miércoles. El calendario marcaba hoy “14 de febrero”; día del amor y la amistad. “No pude haber escogido mejor fecha que ésta”, pensó el muchacho, mientras se cepillaba los dientes frente al espejo del baño. “Cuando se entere de todo…” Riéndose con ganas, cerró la llave. Para este entonces ya habían dado las ocho. Pero, lejos de preocuparse, se sintió aliviado. “Cuando de asesinar a alguien se trata, ¡nunca puede ser tarde!”, pensó. Su risa entonces se tornó distinta.
“¡Tu padre fue un alcohólico, un pobre diablo, un cobarde que no supo hacerle frente a sus problemas. Pobre infeliz. ¡Mejor optó escapar por la puerta fácil!” Todas estas frases acudieron otra vez a su mente. Mientras caminaba hacia donde debía, el dolor de todas estas palabras le taladraron el alma al joven. Pero él, fingiendo estar muy alegre, cuando se encontraba ya a la mitad del camino, sacó su teléfono y, buscando en su playlist, se puso a cantar y a bailar, sin importarle el paso de las personas y los coches: “I´m so excited”, de “The Pointer Sisters”. Y aunque la letra de este tema trataba sobre lo sexual, no le importó. Porque él sabía que podía darle otro sentido a la letra, y entonces adaptarla para el momento de “emoción” que en un rato más estaría viviendo en carne propia. “I´m so excited, and I just can´t hide it… I´m about to lose control, and I think I like it…”
Esperar por él le llevó casi una hora. Pero todo esto había valido la pena; mucho. Con toda la paciencia del mundo se había sentado a esperarlo, en el pasillo que conducía hacia el puesto de refrescos. Los demás, al verlo, creyeron que se trataba del ayudante del pastelero que había traído la tarta con forma de corazón para el día de hoy. Con un gorro, como los que usan los cocineros, y con un atuendo similar, permaneció sentado; vigilando.
Al final, cuando el timbre del recreó sonó, con total disimulo, el muchacho se puso a mirar hacia las puertas de los salones. Nada. No lo veía por ningún parte. “¡Mierda!”, pensó temeroso. “Solo falta que hoy no haya venido a clases…” Transcurrieron varios minutos…, que le parecieron muy largos. Después, para alivio suyo, por fin lo vio. Ahí estaba, platicando con unas muchachas. “Siempre fuiste marica, ¡igual que tu padre!”, pensó el futuro asesino, mientras lo veía sonreír de manera afeminada. “La única diferencia es que tu padre, además de ser un marica, cometió el error muy grande de meterse con mi padre. Y ahora, tú, lo pagarás por él”.
Terminado de pensar todo lo anterior, el muchacho se levantó y, cuidando que nadie lo viera, se guardó el cuchillo dentro de su pantalón. A continuación, con la misma tranquilidad del que era dueño, se fue acercando hasta el hijo del hombre que tanto había insultado a la memoria de su padre.
“Hola”, pronunció, mientras saludaba al grupo. Las muchachas lo miraron amablemente. “¿Podría hablar con él a solas?”, preguntó el joven vestido de chef. Ellas asintieron. Entonces se despidieron de su compañero, dándole un beso en el cachete. “Luego”, dijeron, para enseguida comenzar a alejarse.
“¿En qué te puedo ayudar?”, preguntó el estudiante. El otro repitió la pregunta en su mente: “¡¿En qué te puedo ayudar?!” Esa era una buena pregunta. ¿Qué iba a responderle? Que había venido hasta aquí para matarlo? No. Él también tenía que ser amable. Por lo tanto, en un último momento, para que el estudiante no sufriese mucho, sacó de su bolsa un pañuelo, el cual mojó con cloroformo. Después, con un movimiento de su brazo, se lo dio a oler. El estudiante enseguida cayó dormido.
Y diciendo “a lo que vine”, el hijo del hombre insultado se puso a clavarle el cuchillo al hijo de aquel otro. “¡Esto es para que tu padre aprenda a no meterse con la memoria del mío!”, le dijo, mientras la sangre empezaba a recorrerle el cuello. “Después de esto, estoy seguro de que él se ha de ponerse muy contento, igual que yo lo he estado todo este tiempo”. En las noches, el joven siempre había llorado por su padre muerto, y por todos los insultos dichos contra él.
“I´m so excited, and I just can´t hide it…” Cobrada ya su venganza, mientras esperaba a que la policía viniese para arrestarlo, el asesino, sacando otra vez su teléfono, buscó la misma canción que antes había estado bailando en el camino. Y sintiéndose, como hacía ya mucho tiempo que no se sentía: muy feliz, pareciendo estar celebrando la vida misma, nuevamente se puso a bailar “I´m so excited” sobre el mismo pasillo donde había pintado, con sangre y con letras de casi un metro: “Feliz Navidad todos los días y… FELIZ DÍA DEL AMOR Y LA AMISTAD”. Estas frases, solamente él lo sabía, iban dedicadas para su enemigo.
FIN.
Anthony Smart
Enero/22/2020