Javier Peñalosa Castro
Tras el retiro de los cargos más graves, el desvanecimiento de pruebas y la conveniente ineptitud de una Procuraduría General de la República que está hace más de un año en manos de un total inepto, que no puede presumir un solo acierto durante su suplencia, el pez más gordo presumido por la policía china del peñato, el impresentable exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, quien continuó la tradición de saqueo e impunidad instaurada por Fidel Herrera, recibió una sentencia de risa (9 años que podrían ser reducidos a la mitad y una ridícula multa de menos de 60 mil pesos a quien malversó miles de millones del erario), marcó la pauta para la salida del exdirigente priista Alejandro Gutiérrez Gutiérrez, acusado de desviar más de 250 millones de pesos para la campañas de su partido, a quien también la PGR le fue allanando el camino para que dejara la prisión antes de que concluya un sexenio que muy probablemente pasará a la historia como paradigma de la corrupción y la impunidad.
Desde su huida, en un helicóptero facilitado por el gobierno, hasta su detención —en el momento más oportuno— en Guatemala, y finalmente la sentencia que recibió ayer, pasando por el desvanecimiento paulatino de las pruebas en su contra y el cambio de los términos de la acusación para desvanecer el delito grave de delincuencia organizada y sustituirlo sutilmente por el de asociación delictuosa (suena a lo mismo, pero no es igual), los torpes movimientos de la fiscalía de Peña revelaron el motivo de la cínica sonrisa expresada por Duarte desde el momento mismo de su detención en Guatemala hasta la audiencia de ayer, en la que aceptó su culpabilidad —con la pretensión inicial de matizarla con expresiones de lealtad y compromiso—. Seguramente el reo tuvo siempre claro que, una vez saciada, en lo inmediato, la impostergable sed de justicia contra el saqueo y la impunidad, volvería a disfrutar de su libertad y de más bienes —con todo y los millonarios decomisos— de los que tenía al asumir el cargo de gobernador.
Una vez visto el destino de Duarte, cabe esperar que, de aquí al 30 de noviembre queden en libertad o sean sentenciados a penas por demás simbólicas los exgobernadores Andrés Granier, de Tabasco, Roberto Borge, de Quintana Roo, Eugenio Hernández y Tomás Yarrington, de Tamaulipas y Guillermo Padrés, de Sonora, y que se desechen todos los cargos que pesan contra el chihuahuense César Duarte, quien increíblemente no podido ser aprehendido siquiera por la Interpol. Gozan de inmerecida libertad en pago a los servicios prestados al régimen los hermanos coahuilenses y excaciques de su estado, Humberto y Rubén Moreira, a quienes difícilmente llegará el brazo de la ley ni serán molestados en su cuantioso patrimonio. Con ello nos queda claro, de nueva cuenta, que estamos en México, y que la aplicación de la ley en casos de corrupción es una moda sexenal.
Mientras tanto, el escándalo de la Estafa Maestra, esa trama en la que participaron diversas secretarías, dependencias de gobierno, universidades, empresas fantasma y prestanombres (principalmente personas de escasos recursos y oficios humildes que jamás vieron un centavo malversado), ha arrojado como presunto chivo expiatorio a un solo funcionario: el director general de Comunicación Social de la Sedatu, y poco se sabe del destino de los cientos de millones de pesos que se “movieron” a través de un complejo esquema de triangulaciones para el lavado de fondos. Al final, como en todos los sonados casos de corrupción que hemos mencionado en este texto, seguramente el vocero de Rosario Robles será cubierto por el mismo manto protector que ha cobijado a quienes, si bien se han enriquecido a costa de los impuestos de todos, también han contribuido al financiamiento de actividades como la compra de votos, el reparto de dádivas, el pago de propaganda y la organización de festejos partidistas.
Y a reserva de que se decida si continúa o no la obra faraónica que tiene lugar en el vaso del antiguo lago de Texcoco, no deben tardar en aflorar las evidencias de corrupción que han sido el sello distintivo de la pandilla de atlacomulcas que han saqueado las arcas de la nación casi hasta la saciedad (la verdad es que no tienen llenaderas), y día con día se les conocen nuevas “hazañas”.
Mientras todo esto pasa, y uno podría pensar que no puede haber expresiones más cínicas que las que aquí hemos revisado, Raúl Salinas de Gortari, a cuyos saqueos se aplicó una receta similar, y que, contra toda lógica y sentido elemental de la justicia, fue exonerado de todos los cargos que se le imputaron y recibió de vuelta la fortuna que le fue decomisada por no poder explicar su origen, por haber triangulado y lavado dinero y por haber utilizado identidades falsas, ahora pide que el Poder Judicial le pida perdón.
De las Casas Blancas, las propiedades en Malinalco y otras trapacerías de la pandilla que afortunadamente está por dejar el poder y dar sosiego a las arcas de la Nación, mejor ni hablamos. De aquí al primero de diciembre, el jefe de la banda sólo acudirá a actos de lucimiento y auto reconocimiento y protagonizará una que otra intervención — con youtubers, y en otras redes sociales, principalmente—, marcada por el humorismo —voluntario e involuntario—, en las que encarnará al payaso de las cachetadas.