Magno Garcimarrero
Las visitas anuncian
que el telón ya desciende,
las luces de la escena
se apagan poco a poco
las voces de victoria
algún tiempo estentóreas
ahora son murmullos
cada vez más lejanos,
no falta, sin embargo
insistencia en aplauso
de quienes sin fatiga
aun ven el escenario.
Los fantasmas me llaman
a un deseado descanso
sin sabor, sin aroma,
sin luces y sin tacto,
al sueño imperturbable
tras el último acto,
son los mismos actores
que alguna vez pasaron
cerca de mí y, se fueron
con paso apresurado,
ahora vuelven en sombras
de tenues sobresaltos
bajo un rayo de luna
de luz opalescente
allanando el silencio
penumbral de mi cuarto,
penetran en mis sueños
me invitan a seguirlos
con una voz de encanto
y así paso con ellos
el mejor de los ratos
hundido en un pasado
urdido sin recato
que no tiene presente,
sí futuro inmediato,
certeza que no llega
mientras se torna el sueño
verdad sin sobresalto.
La soledad se vuelve
un fin inalcanzado
paradójicamente
temido y anhelado,
las anclas que sujetan
el barco imaginario
van cayendo en el fondo
de un mar apaciguado
donde el sol del ocaso
rutila aurirrosado.
Los días se suceden
sin variación alguna,
las noches incompletas
se pueblan de fantasmas,
un pájaro emisario
canta la madrugada
cruelmente rutinaria
sin otro sobresalto
que aceptar la vigilia
de un día más en la vida
que camina despacio
en la escena fingida,
como una barca rota
que boga a la deriva.
El futuro se nubla
frente a un faro apagado
que no define rumbo
sobre el mar sosegado.
Un almanaque viejo
colgado, percudido,
señala algo pasado
maculado de olvido.
Magno Garcimarrero.